amargo en la boca. No se habia dado cuenta de que para encontrar un asesino tenia que vadear el rio del dolor de otras personas.
Decidio dejar de lado la cuestion del asesinato, aunque solo fuera por un breve espacio de tiempo y busco un topico mas inocuo. Edwin y Cuthbert, dos nombres sajones. Muchas personas de origen sajon adoptaban nombres de moda normandos y franceses, pero era raro encontrarse con que normandos o franceses adoptasen nombres sajones. Y por muy practico que fuera el frances de Edwin, estaba claro que no era su lengua propia, como si lo era para Justino.
Habia crecido en las Marcas, donde Justino aprendio a hablar ambas lenguas y hasta un poco de gales. Nunca se le habia ocurrido pensar en las barreras linguisticas que separan a los sajones y a los normandos, simplemente las habia aceptado como un hecho oneroso. El frances era la lengua de la corte real, la lengua del progreso, de la ambicion y de la cultura; el ingles, la lengua de los conquistados. Sin embargo, pervivia aun, mas de cien anos despues de que Inglaterra hubiera caido bajo el dominio del duque de Normandia, William de Bastard. Los sajones se aferraron tenazmente a su propia lengua y cada uno tenia la suya. Justino dudaba de que el rey Ricardo hablara ingles. Pero estaba seguro de que Gervase conocia bien la lengua sajona: el comercio y la conveniencia lo exigian.
– Hablas bien el frances -le dijo a Edwin-, mucho mejor que yo el ingles.
Edwin parecio tan satisfecho que Justino adivino que no recibia halagos con frecuencia.
– He estado trabajando para el senor Gervase casi cinco anos -dijo-, desde que yo tenia catorce. El senor Tomas con la misma edad que yo, accedio a ayudarme en mi aprendizaje del frances. A Tomas le gusta instruir a los demas -anadio, con suficiente ironia como para despertar repentinamente la curiosidad sobre el hijo del orfebre.
– ?Que tipo de amo era Gervase, Edwin?
– Yo no tuve nunca quejas. Podia ser a veces duro, pero era siempre justo. Era un esmerado orfebre y lo sabia; no habia en ello orgullo injustificado. Ambicioso, aficionado a sus comodidades y generoso en extremo. Y no solamente para sus propias necesidades. No les negaba a las senoras Ella y a Jonet absolutamente nada; vestian como damas de calidad. No pasaba nunca al lado de un mendigo sin echarle una moneda y daba limosnas todos los domingos en la iglesia. Pero no era persona dispuesta a escuchar a los demas. Estaba seguro de que su manera de pensar y de actuar era la mejor. Incapaz de transigir. Me imagino que habeis conocido a hombres asi, ?me equivoco?
– No te equivocas, si los he conocido -contesto Justino laconicamente, tratando de no pensar en su padre-. ?Quien es Jonet?
– Su hija. Tenian dos hijos, Tomas y Jonet. Uno mas que se le murio en la cuna y dos que nacieron muertos, asi que adoraban a los dos que les quedaban. El senor Gervase se hacia grandes ilusiones respecto a ellos. Tomas seguiria la carrera de su padre y Jonet se casaria con un baron. Esos eran los suenos del senor Gervase. No parece justo que dos patanes mal nacidos pudieran terminar con todo eso.
– No -asintio Justino-, no lo parece. -Estaban acercandose a un mendigo, tullido el, que se movia gracias a unas ruedas aplicadas a una pequena plataforma de madera. Abriendo su bolsa, Justino dejo caer varias monedas en la bacineta que llevaba el hombre y recibio como respuesta un «?Dios os bendiga! por vuestra generosidad»-. ?Como es que Gervase buscaba un baron para su hija? No me pare ce que eso fuera muy probable. La dote tendria que ser inmensa para tentar a un lord a casarse con una dama de clase social inferior a la suya.
– No habeis visto aun a la senorita Jonet.
– ?Tan bella es? -y dejo escapar una sonrisa ligeramente esceptica.
– Mas bella que los mismisimos angeles de Dios -dijo Edwin sin mostrar ningun entusiasmo, y Justino le dirigio una mirada de curiosidad. ?Era que a Edwin no le gustaba Jonet o que le gustaba demasiado?
– Ahi esta -dijo Edwin, senalando Alwarne Street. Al ir acercandose, Justino reconocio el burdo unicornio tallado en la madera que colgaba de la pared, el simbolo universal de los orfebres-. Espero que Tomas haya vuelto de comer.
– ?Tarda dos horas en comer? -Tomas estaba empezando a parecerle algo asi como los jovenes mal criados de la pequena nobleza, a los que Justino habia conocido cuando estaba al servicio de lord Fitz Alan; jovenes de buenas familias mas interesados en jugar a los dados o en ir de putas que en aprender los deberes del caballero-. Asi que a Tomas le gusta visitar las tabernas y las casas de mala fama, ?no es eso?
– ?A Tomas? -rio Edwin-, ?Habria que verlo!
Justino queria hacer mas preguntas acerca del misterioso Tomas, pero lo penso mejor. Habia tenido suerte en encontrar tal fuente de informacion en Edwin y no queria arriesgarse a emponzonar el pozo por insistir demasiado. Tampoco se sentia a gusto despues de haber empezado este interrogatorio que el no habia provocado. Con buenas o malas artes, tenia la impresion de que, en cierto modo, se estaba aprovechando de la confianza de Edwin.
– ?Como sabes tanto de los secretos de la familia? -dijo bromeando-. ?Trabajas de adivino en tu tiempo libre?
– No, simplemente me he hecho amigo del cocinero -dijo Edwin sonriendo-. Me guarda galletas y tartas de medula, pero tambien me sirve con creces el cotilleo de la familia. ?Que Dios la proteja, porque los cocineros siempre saben lo que cada familia calla!
El rostro de Justino se ensombrecio, al no poder evitar el recuerdo de otro cocinero dado al cotilleo, al de la rectoria de Shrewsbury, observando como un sacerdote seducia a una inocente. Tratando de olvidar estos malos recuerdos, quiso decir otra cosa. Pero no hubo necesidad de disimular. Habian llegado a la tienda del orfebre.
Persianas que se abrian hacia arriba y hacia abajo protegian la tienda de noche. Durante el dia la parte superior de la persiana se levantaba, haciendo de baldaquin para proteger a los parroquianos, mientras que la parte inferior se extendia en direccion a la calle, sirviendo como mostrador o escaparate. Dentro habia un cuarto pequeno, iluminado con candiles de aceite. Justino pudo distinguir los contornos de un banco de trabajo, un tas y una mesa cubierta de arcilla; habia visto trabajar a otros orfebres y sabia que la arcilla se utilizaba para hacer disenos. No se veia a nadie en el aposento.
Apoyandose en el mostrador, Edwin escudrino en la penumbra del local.
– ?Donde demonios estan estos? Es mas que probable que Tomas haya sentido el capricho de darse una vuelta; bien sabe Dios que lo hace con frecuencia. Pero ?y Miles? Mirad esas amatistas y esas agatas veteadas de tonos oscuros, dispersas sobre el banco de trabajo. Cualquier ladron salta sobre el mostrador, coge un punado y se larga en un santiamen. No me gusta esto, senor Justino -murmuro-, no me gusta nada…
Tampoco le gustaba a Justino. Era sabido de todos que los orfebres tienen siempre a mano la plata, las piedras preciosas e incluso una pequena cantidad de oro. ?Habian vuelto al ataque los asesinos de Gervase?
– ?Adonde da esa puerta, Edwin? ?Podemos entrar por aqui?
– Hay otro cuarto mas, en el que el maestro Gervase guarda, guardaba quiero decir, su fragua, sus fuelles y sus yunques mas pesados. Miles duerme ahi por la noche. Hay una puerta que da al callejon, pero esta cerrada con llave y yo no la tengo.
Y dicho esto, Edwin hizo una cabriola y salto sobre el mostrador. Justino le siguio con la velocidad del rayo. Un brasero de carbon ardia en un rincon; en el suelo de estera, un martillo, como si lo hubieran dejado apresuradamente; alguien habia dejado en el banco una bandeja de madera con un trozo de queso de cabra a medio comer y los restos de un cantero de pan. Justino y Edwin intercambiaron sus miradas inquietas. ?Que habia pasado alli? Tenian los nervios tensos y ambos dieron un salto al oir un gemido en la habitacion interior. Justino se ajusto de nuevo su capa y agarro la empunadura de su espada. Edwin no llevaba armas, pero se agacho y cogio un martillo. Comunicandose con gestos y movimientos de cabeza, avanzaron a hurtadillas y llegaron a la puerta al mismo tiempo. Justino le dio una patada al pestillo y Edwin empujo con su hombro musculoso la vieja puerta de madera.
Se encontraba en mejores condiciones de lo que ellos creian. De estar cerrada con pestillo, no habria cedido. Por eso se abrio con estrepito a consecuencia del empujon. Justino perdio una de sus botas en el suelo de estera y estuvo a punto de perder el equilibrio, mientras que el furioso empuje de Edwin lo lanzo al cuarto de cabeza. Justino oyo simultaneamente un grito de mujer, un juramento ininteligible y un fuerte estruendo. Desenvainando la espada, se lanzo como una flecha pero inmediatamente se paro atonito ante el espectaculo que se ofrecio a sus ojos.
Edwin se quedo a gatas, con una expresion de muda consternacion retratada en el rostro ante aquel