Pero el padre Jeronimo hace la vista gorda cuando se trata de pequenas transgresiones. Comprende por que un hombre como Job necesita tener algun dinero propio. Antes de que un leproso sea admitido en un lazareto, debe hacer voto de castidad, obediencia y pobreza. Tales votos no son siempre faciles de observar ni siquiera para el mas fiel de los siervos de Dios. No es sorprendente que algunas de estas desdichadas criaturas se rebelen.

Justino permanecio en silencio unos instantes, meditando en lo que habia aprendido. Esta era la segunda vez que se cruzaba en su camino el auxiliar del justicia y esto no le gustaba. Deseaba fervientemente que los actos de Lucas de Marston pudieran servirle de ayuda en sus pesquisas, pero sabia que no demostrarian nada sobre su culpabilidad o inocencia. Aunque sus manos estuvieran mas manchadas de sangre que las de Herodes, seguiria fingiendo que no cejaba en la busqueda de los asesinos del orfebre.

– Decidme -dijo al fin-. Su nombre no es Job, ?verdad?

– Asi es como el se llama ahora -dijo el sacerdote en voz baja.

Job estaba en cuclillas a un lado del camino, como el dia de Epifania. Aflojando las riendas de su caballo delante mismo del hombre, Justino pregunto: «?Eres Job?», aunque estaba ya seguro de la identidad del leproso.

– ?Quien quiere saberlo? -Tenia una voz ronca, la voz rasposa del leproso. El capuchon le ocultaba la cabeza, pero la postura rigida de su cuerpo revelaba tension y sospecha.

– Me llamo Justino de Quincy. Necesito hablar contigo sobre el asesinato de Gervase Fitz Randolph. ?Me puedes dedicar unos momentos?

– ?Por que no? -El leproso observo a Justino mientras se bajaba del caballo y sujetaba a Copper por las riendas; Job, lenta y deliberadamente, se echo hacia atras el capuchon.

Justino se habia preguntado cuales habrian sido sus motivos para escoger un nombre como Job, si un acto de fe, o un gesto de amargo desafio. Ahora tenia la respuesta. Job no era ya joven, pero tampoco viejo; era dificil averiguar su edad, porque padecia de la perdida de cabello tan frecuente en los leprosos. Justino encontro que la ausencia de pestanas y cejas era mas desconcertante aun que sus labios abultados y sus ulceras. Era como contemplar una espeluznante mascara de la muerte, porque conforme iba progresando la enfermedad, los afectados por ella perdian la habilidad de dar expresion a sus gestos y a su rostro. Pero esos ojos castanos sin pestanas eran aun lucidos y proporcionaban a Justino una vision estremecedora, la vision del alma encerrada dentro de un cuerpo que se iba desintegrando.

– Es justo que te pague por el tiempo que me vas a dedicar. -Justino echo unas monedas junto a las tablillas de San Lazaro que sujetaba la mano del leproso, y a continuacion se sento en el tronco de un arbol caido, todo lo cerca que se atrevio. La logica le decia que la lepra no podia ser tan contagiosa como decia la gente porque, de lo contrario, las personas que se ocupaban de los enfermos, como el padre Gregorio, no podrian vivir con ellos sin contagiarse. Pero el temor era instintivo y no siempre razonable.

Job mascullo unas palabras de agradecimiento, y sorprendio a Justino cuando anadio:

– No estuvisteis tan generoso la ultima vez…

– Bueno, mi situacion ha mejorado desde entonces. ?Asi que me recuerdas?

– Le recuerdo a el -contesto Job senalando a Copper.

– ?Que otro recuerdo guardas de aquella manana?

– La nieve empezo a caer despues de romper el alba, y el dia era mas frio que la teta de una bruja. Pero no tan frio como el corazon de aquel hijo del diablo montado en un palafren tordo. A pesar de vestir como un senor noble, era tan ronoso como cualquier usurero. No solo se nego a darme un miserable cuarto de penique, sino que lleno el aire de juramentos, afirmando que era mala suerte toparse con un «asqueroso leproso» cuando se empezaba un viaje. Si hubiera tenido un latigo, estoy seguro de que me habria azotado con el.

– El guardian de la puerta del Este no tuvo mejor suerte -comento Justino-. Es una lastima que a pavos reales que se pavonean asi no se les desplume la cola como se merecen.

La boca torcida de Job no sonrio, pero sus ojos adquirieron un brillo de placer mordaz.

– A este pavo real no le fueron muy bien las cosas. No habia cabalgado mas de cincuenta pies despues de maldecirme cuando su caballo se detuvo, al parecer cojo.

– Eso es muy extrano -dijo Justino frunciendo el ceno, sorprendido- porque yo no me lo encontre en el camino.

– ?Oh, no, no regreso a la ciudad! Furioso y todo como estaba por haberse encontrado en su camino con un «asqueroso leproso», no dudo en acudir a nuestra casa en busca de ayuda. Cuando la nieve arrecio, yo volvi al lazareto y vi al tal sir Engreido que se habia refugiado en nuestra casa. Permanecio bien encerrado en los aposentos del director hasta que paro la nevada, y regreso por la manana a buscar su caballo.

– Y… ?dejame que lo adivine! Mostro su gratitud contribuyendo ?con que? ?Con sus deseos de prosperidad?

– Le prometio al padre Jeronimo que nos mandaria un carromato lleno de provisiones con las que estariamos abastecidos para todo el invierno. Naturalmente -anadio Job- no especifico que invierno. -Justino se desato la bota de vino del cinturon, echo un trago y le ofrecio otro a Job. Este acepto sin mas y bebio a gusto antes de anadir-: Recuerdo, despues, a un monje negro montado en una muia de orejas gachas. El me deseo las bendiciones de Dios. Despues vinisteis vos y vuestro caballo alazan. Al principio me parecio que ibais a pasar de largo, pero cambiasteis de opinion. Supongo que esa es la razon por la que os he reconocido, eso y el hecho de que ibais montado en un bello animal. Debe de medir… al menos seis palmos, ?no es asi?

– Si, asi es. ?No cabe duda de que entiendes mucho de caballos!

La comisura de los labios de Job se curvo ligeramente.

– Debo de entender -contesto, con ecos en su voz de un orgullo casi olvidado-, porque fui herrador. Tenia mi propia fragua.

Justino no supo que decir. En su imaginacion podia ver al herrador en el apogeo de su edad y profesion, con su musculos abultados al mover su martillo y calentar su forja, esas manos antano poderosas y fuertes ahora desfiguradas, tanto que apenas podia sujetar la bota. Hubo unos momentos de silencio, y Job continuo:

– Los ultimos hombres que pasaron aquella manana fueron el orfebre y su criado. Que Dios lo tenga en su seno porque tenia un buen corazon nuestro maestro Gervase. En todo el tiempo en que lo conoci, nunca dejo de darme alguna limosna y un cordial «buenos dias». No se por que estais tratando de encontrar a sus asesinos, pero espero que lo logreis.

– Yo tambien lo espero. -Job alargo con la mano la bota de vino y Justino meneo la cabeza-. Quedate con ella, si quieres. En un dia tan frio como este, un hombre necesita un poco de vino para entrar en calor.

– Ciertamente -asintio Job, evidentemente encantado. Pero cuando sus ojos se encontraron, Justino percibio en la mirada del leproso un cinico convencimiento de que Justino, ni en esta vida ni en la otra, volveria a beber nunca de esa bota.

Hyde Abbey estaba algo mas alla de las murallas de la ciudad, pero se podia llegar a ella andando, y cuando Justino decidio regresar a la ciudad esa tarde, opto por ir a pie mejor que volver a ponerle la montura a Copper. Una vez que le dejaron salir por la puerta del Norte, se dirigio camino abajo por Scowrtene Street.

Un temprano ocaso invernal se cernia sobre Winchester, pero un viento fresco disperso las nubes y el firmamento nocturno estaba salpicado de estrellas. Levantando su tea para alumbrarse, Justino se dio la vuelta en torno a una rodera del camino. Se dirigio a la taberna favorita de Edwin en High Street, esperando que el criado hubiera encontrado un momento libre y estuviera alli echando un trago. El invitar a Edwin a una cerveza era una manera facil de enterarse de los nuevos acontecimientos que pudieran haber tenido lugar en el hogar de los Fitz Randolph. Esperaba tambien estimular la memoria de Edwin, no fuera que hubiera visto mas en el lugar de la emboscada de lo que a primera vista creyo.

Justino se detuvo otra vez en el lazareto en su camino de regreso a Winchester y el padre Gregorio confirmo la historia de Job. Hasta pudo decirle a Justino el nombre del malhumorado propietario del semental tordo: Fulk de Chesney. Justino no estaba seguro de si esta informacion le seria util, porque el hombre podria no conocer lo de la emboscada. Pero aun asi, agradecia cualquier informacion, por minima que fuera. Habia visto en alguna ocasion a mujeres que confeccionaban una colcha de diferentes trozos de tela. ?Quien podia decir que el no podia servirse de retazos, averiguados al azar, y formar con ellos un diseno o estructura que encajara perfectamente? No un centon, sino un mapa, necesitaba para que le condujera al asesino.

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