El mercenario ladeo la cabeza. Levanto una mano y se la miro. Un lento hilillo de oscura sangre resbalo por su pulgar, se acumulo y empezo a gotear en el suelo. El mercenario inspiro hondo por la nariz, y de pronto sus vidriosos y hundidos ojos se enfocaron perfectamente.

Sonrio a Cronista; no quedaba ni rastro de extravio en su mirada.

– Te varaiyn aroi Seathaloi vei mela -dijo con una voz grave.

– No… le entiendo -dijo Cronista, desconcertado.

La sonrisa se borro de los labios del mercenario. Sus ojos se endurecieron, llenos de rabia.

– ?Te-tauren sciyrloet? Amanen.

– No entiendo lo que me dice -repuso Cronista-. Pero no me gusta su tono. -Volvio a apuntarle en el pecho con la espada.

El mercenario bajo la mirada hacia la gruesa y mellada hoja, y arrugo la frente, como si no entendiera. Entonces volvio a componer una sonrisa, echo la cabeza hacia atras y rompio a reir.

No fue un sonido humano. Fue un sonido salvaje y exultante, como el estridente chillido de un halcon.

El mercenario levanto la mano herida y agarro la punta de la espada; lo hizo tan deprisa que el metal resono. Sin dejar de sonreir, apreto con fuerza la mano, doblando la hoja de la espada. La sangre resbalaba por su mano, se deslizaba por el filo de la espada y goteaba en el suelo.

Todos observaban, incredulos y perplejos. Solo se oia el debil chirrido de los huesos de los dedos del mercenario contra los filos de la espada.

Mirando a Cronista a los ojos, el mercenario giro bruscamente la mano, y la espada se partio produciendo un sonido parecido al de una campana que se rompe. Cronista, aturdido, se quedo mirando la espada; el mercenario dio un paso hacia el y le puso la otra mano en el hombro.

Cronista dio un grito entrecortado y se aparto, como si le hubieran pinchado con un atizador al rojo. Agito la espada rota, apartando la mano del mercenario y haciendole un corte en el brazo. En el rostro del tipo no se reflejo ni miedo ni dolor, ni ninguna senal de que se hubiera percatado de que lo habian herido.

Sin dejar de sujetar la punta rota de la espada con la mano ensangrentada, el mercenario dio otro paso hacia Cronista.

De repente, Bast salio disparado hacia el mercenario y lo embistio con un hombro, golpeandolo con tanta fuerza que el hombre destrozo uno de los macizos taburetes antes de empotrarse en la barra de caoba. Rapido como el rayo, Bast le agarro la cabeza con ambas manos y se la golpeo contra el borde de la barra. Ensenando los dientes, Bast golpeo violentamente la cabeza del mercenario contra la madera: una vez, dos…

Entonces, como si el ataque de Bast hubiera despertado a todos los demas, reino el caos en la taberna. El viejo Cob se aparto de la barra y derribo su taburete. Graham empezo a llamar a gritos al alguacil. Jake intento correr hacia la puerta, tropezo con el taburete de Cob y cayo de bruces. El aprendiz del herrero fue a asir su barra de hierro, pero se le cayo al suelo y rodo describiendo un arco hasta ir a parar debajo de una mesa.

Bast dio un alarido y se vio violentamente arrojado hasta el otro extremo de la estancia, donde cayo sobre una de las pesadas mesas de madera. La mesa se rompio bajo su peso, y Bast quedo tendido entre los pedazos, inerte como una muneca de trapo. El mercenario se levanto; le brotaba sangre del lado izquierdo de la cara. Como si no pasara nada, y sin soltar la punta de la espada rota, se volvio hacia Cronista.

Detras de el, Shep cogio un cuchillo que estaba al lado del trozo de queso que no se habian terminado. Era solo un cuchillo de cocina, de un palmo de largo. Muy decidido, el granjero se acerco por detras al mercenario y le clavo el cuchillo, hundiendole toda la hoja junto a la clavicula.

En lugar de derrumbarse, el mercenario giro sobre si mismo y golpeo a Shep en el rostro con el filo mellado de la espada. Broto la sangre, y Shep se llevo las manos a la cara. Entonces, con un rapido movimiento, una mera sacudida, el mercenario llevo el trozo de metal hacia atras y se lo clavo en el pecho al granjero. Shep se tambaleo hacia atras, hacia la barra, y cayo al suelo con el trozo roto de espada clavado entre las costillas.

El mercenario levanto una mano y toco con curiosidad el puno del cuchillo que todavia tenia clavado en el cuello. Con expresion de desconcierto mas que de rabia, tiro de el. Como no consiguio arrancarselo, el tipo solto otra salvaje y estridente risotada.

El granjero yacia en el suelo, jadeando y sangrando; el mercenario miro alrededor como si no recordara que estaba haciendo. Paseo lentamente la mirada por la taberna: por las mesas rotas, por la chimenea de piedra negra, por los enormes barriles de roble. Por ultimo, la mirada del mercenario fue a parar sobre el hombre pelirrojo que estaba detras de la barra. Kvothe no palidecio ni se aparto cuando el mercenario lo miro con fijeza. Se sostuvieron la mirada.

El mercenario enfoco a Kvothe. Volvio a esbozar aquella malvada sonrisa, mas macabra aun con la sangre resbalandole por la cara.

– ?Te aithiyn Seatbaloi? -pregunto-. ?Te Rhintae?

Con un rapido movimiento, Kvothe agarro una botella de cristal oscuro que estaba sobre el mostrador y la lanzo al otro lado de la barra. La botella golpeo al mercenario en la boca y se rompio. La atmosfera se impregno del intenso olor a sauco, empapando la cabeza y los hombros del mercenario, que seguia sonriendo.

Kvothe alargo una mano y mojo un dedo en el licor que se habia derramado en la barra. Se concentro, arrugo la frente y murmuro unas palabras. No dejaba de mirar al ensangrentado mercenario, que seguia plantado enfrente de el.

No paso nada.

El mercenario alargo un brazo y agarro a Kvothe por la manga. El posadero no se movio; su expresion no delataba miedo, ni rabia, ni sorpresa. Solo parecia cansado, embotado y desanimado.

Antes de que el mercenario pudiera asir a Kvothe por el brazo, Bast se acerco a el por detras y lo inmovilizo. Consiguio sujetar al mercenario por el cuello con un brazo, mientras le aranaba la cara con la otra mano. El mercenario solto a Kvothe y puso ambas manos sobre el brazo que le rodeaba el cuello, tratando de darse la vuelta. En cuanto el mercenario toco a Bast, el rostro de este se convirtio en una tensa mascara de dolor. Ensenando los dientes, le hinco los dedos en los ojos a su oponente.

Al fondo de la estancia, el aprendiz del herrero consiguio recuperar su barra de hierro de debajo de la mesa y se irguio con ella en las manos. Echo a correr por encima de los taburetes caidos y de los cuerpos que yacian en el suelo, bramando y enarbolando la barra de hierro por encima del hombro.

Bast, que seguia sujetando al mercenario, abrio mucho los ojos, presa del panico, al ver acercarse al aprendiz del herrero. Solto a su presa, retrocedio y tropezo con los restos de un taburete roto. Cayo hacia atras y se escabullo tan aprisa como pudo.

El mercenario se dio la vuelta y vio que el joven alto se abalanzaba sobre el. Sonrio y le tendio una ensangrentada mano. Fue un movimiento elegante, casi perezoso.

El aprendiz del herrero le asesto un golpe en el brazo. Cuando la barra de hierro lo golpeo, el mercenario dejo de sonreir. Se sujeto el brazo, bufando como un gato furioso.

El joven volvio a enarbolar la barra de hierro y golpeo al mercenario de lleno en las costillas. El golpe lo aparto de la barra y cayo al suelo, donde se quedo a gatas, chillando como un animal degollado.

El aprendiz del herrero asio la barra de hierro con ambas manos y la dejo caer sobre la espalda del mercenario, como si cortara lena. Se oyo un crujido de huesos al romperse. La barra de hierro resono debilmente, como una campanada lejana amortiguada por la niebla.

Con la espalda rota, el ensangrentado mercenario todavia intento arrastrarse hasta la puerta de la taberna. Tenia la mirada extraviada y la boca abierta, y emitia un debil aullido, constante y maquinal como el sonido del viento entre los arboles en invierno. El aprendiz lo golpeaba una y otra vez, balanceando la pesada barra de hierro como si fuera una ramita de sauce. Hizo una honda muesca en el suelo de madera, y luego le rompio a su victima una pierna, un brazo, mas costillas. Aun asi, el mercenario seguia arrastrandose hacia la puerta, chillando y gimiendo; en lugar de un ser humano, parecia un animal.

Al final, el muchacho le asesto un golpe en la cabeza, y el mercenario dejo de moverse. Hubo un momento de silencio absoluto; entonces el mercenario tosio y vomito un fluido pestilente, denso como la brea y negro como la tinta.

El muchacho tardo un rato en dejar de golpear el cadaver inmovil, y cuando paro, siguio sosteniendo la barra por encima de un hombro, jadeando y mirando alrededor con el rostro desencajado. Cuando su respiracion se normalizo, se oyo el murmullo de plegarias en el otro extremo de la habitacion, donde el viejo Cob estaba en cuclillas con la espalda apoyada en la negra piedra de la chimenea.

Pasados unos minutos, tambien dejaron de oirse las plegarias, y el silencio volvio a apoderarse de la posada

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