– Tiene razon -tercio el aprendiz de herrero-. Pero no es carbono. Para hacer acero se emplea coque. Coque y cal.
El posadero asintio con deferencia.
– Tu lo sabes mucho mejor que yo, joven maestro. Al fin y al cabo, te dedicas a eso. -Sus largos dedos encontraron por fin un fino ardite entre el monton de monedas. Lo alzo-. Aqui esta.
– ?Que le hara? -pregunto Jake.
– El hierro mata a los demonios -dijo Cob con voz vacilante-, pero este ya esta muerto. Quiza no le haga nada.
– Solo hay una forma de averiguarlo. -El posadero los miro a todos a los ojos, uno por uno, como tanteandolos. Luego se volvio con decision hacia la mesa, y todos se apartaron un poco.
Kote apreto el ardite de hierro contra el negro costado de aquella criatura y se oyo un breve e intenso crujido, como el de un leno de pino al partirse en el fuego. Todos se sobresaltaron, y luego se relajaron al ver que aquella cosa negra seguia sin moverse. Cob y los demas intercambiaron unas sonrisas temblorosas, como ninos asustados por una historia de fantasmas. Pero se les borro la sonrisa de los labios cuando la habitacion se lleno del dulce y acre olor a flores podridas y pelo quemado.
El posadero puso el ardite sobre la mesa con un fuerte clic.
– Bueno -dijo secandose las manos en el delantal-. Supongo que ya ha quedado claro. ?Que hacemos ahora?
Unas horas mas tarde, el posadero, plantado en la puerta de la Roca de Guia, descanso la vista contemplando la oscuridad. Retazos de luz procedentes de las ventanas de la posada se proyectaban sobre el camino de tierra y las puertas de la herreria de enfrente. No era un camino muy ancho, ni muy transitado. No parecia que condujera a ninguna parte, como pasa con algunos caminos. El posadero inspiro el aire otonal y miro alrededor, inquieto, como si esperase que sucediera algo.
Se hacia llamar Kote. Habia elegido ese nombre cuidadosamente cuando llego a ese lugar. Habia adoptado un nuevo nombre por las razones habituales, y tambien por algunas no tan habituales, entre las que estaba el hecho de que, para el, los nombres tenian importancia.
Miro hacia arriba y vio un millar de estrellas centelleando en el oscuro terciopelo de una noche sin luna. Las conocia todas, sus historias y sus nombres. Las conocia bien y le eran tan familiares como, por ejemplo, sus propias manos.
Miro hacia abajo, suspiro sin darse cuenta y entro en la posada. Echo el cerrojo de la puerta y cerro las grandes ventanas de la taberna, como si quisiera alejarse de las estrellas y de sus muchos nombres.
Barrio el suelo metodicamente, sin dejarse ni un rincon. Limpio las mesas y la barra, desplazandose de un sitio a otro con paciente eficacia. Tras una hora de trabajo, el agua del cubo todavia estaba tan limpia que una dama habria podido lavarse las manos con ella.
Por ultimo, llevo un taburete detras de la barra y empezo a limpiar el enorme despliegue de botellas apretujadas entre los dos inmensos barriles. Esa tarea no la realizo con tanto esmero como las otras, y pronto se hizo evidente que limpiar las botellas era solo un pretexto para tener las manos ocupadas. Incluso tarareo un poco, aunque ni se dio cuenta; si lo hubiera sabido, habria dejado de hacerlo.
Hacia girar las botellas con sus largas y elegantes manos, y la familiaridad de ese movimiento borro algunas arrugas de cansancio de su rostro, haciendolo parecer mas joven, por debajo de los treinta anos. Muy por debajo de los treinta anos. Era joven para ser posadero. Era joven para que se marcaran en su rostro tantas arrugas de cansancio.
Kote llego al final de la escalera y abrio la puerta. Su habitacion era austera, casi monacal. En el centro habia una chimenea de piedra negra, un par de butacas y una mesita. Aparte de eso, no habia mas muebles que una cama estrecha con un gran arcon oscuro a los pies. Ninguna decoracion en las paredes, nada que cubriera el suelo de madera.
Se oyeron pasos en el pasillo, y un joven entro en la habitacion con un cuenco de estofado que humeaba y olia a pimienta. Era moreno y atractivo, con la sonrisa facil y unos ojos que revelaban astucia.
– Hacia semanas que no subias tan tarde -dijo al mismo tiempo que le daba el cuenco-. Esta noche deben de haber contado buenas historias, Reshi.
Reshi era otro de los nombres del posadero, casi un apodo. Al oirlo, una de las comisuras de su boca se desplazo componiendo una sonrisa ironica, y se sento en la butaca que habia delante del fuego.
– A ver, Bast, ?que has aprendido hoy?
– Hoy, maestro, he aprendido por que los grandes amantes tienen mejor vista que los grandes eruditos.
– Ah, ?si? Y ?por que es, Bast? -pregunto Kote con un deje jocoso en la voz.
Bast cerro la puerta y se sento en la otra butaca, girandola para colocarse enfrente de su maestro y del fuego. Se movia con una elegancia y una delicadeza extranas, casi como si danzara.
– Veras, Reshi, todos los libros interesantes se encuentran en lugares interiores y mal iluminados. En cambio, las muchachas adorables suelen estar al aire libre, y por lo tanto es mucho mas facil estudiarlas sin riesgo de estropearse la vista.
Kote asintio.
– Pero un alumno excepcionalmente listo podria llevarse un libro afuera, y asi podria mejorar sin temor a perjudicar su valiosa facultad de la vista.
– Lo mismo pense yo, Reshi. Que soy, por supuesto, un alumno excepcionalmente listo.
– Por supuesto.
– Pero cuando encontre un sitio al sol donde podia leer, una muchacha hermosa se me acerco y me impidio dedicarme a la lectura -termino Bast con un floreo.
Kote dio un suspiro.
– ?Me equivoco si deduzco que hoy no has podido leer ni una pagina de
Bast compuso un gesto de falso arrepentimiento.
Kote miro el fuego y trato de adoptar una expresion severa, pero no lo consiguio.
– ?Ay, Bast! Espero que esa muchacha fuera tan adorable como una brisa templada bajo la sombra de un arbol. Ya se que soy un mal maestro por decirlo, pero me alegro. Ahora mismo no estoy muy inspirado para una larga tanda de lecciones. -Hubo un momento de silencio-. Esta noche a Carter lo ha atacado un escral.
La facil sonrisa de Bast desaparecio como si se le resquebrajara una mascara, dejandole un semblante palido y afligido.
– ?Un escral? -Hizo ademan de levantarse, como si pensara salir corriendo de la habitacion; entonces fruncio el ceno, abochornado, y se obligo a sentarse de nuevo en la butaca-. ?Como lo sabes? ?Quien ha encontrado su cadaver?
– Carter sigue vivo, Bast. Lo ha traido aqui. Solo habia uno.
– No puede haber un solo escral -dijo Bast con rotundidad-. Ya lo sabes.
– Si, lo se -afirmo Kote-. Pero el hecho es que solo habia uno.
– ?Y dices que Carter lo mato? -se extrano Bast-. No pudo ser un escral. Quiza…
– Era un escral, Bast. Lo he visto con mis propios ojos. -Kote lo miro con seriedad y anadio-: Carter tuvo suerte, eso es todo. Aunque quedo muy malherido. Le he dado cuarenta y ocho puntos. He gastado casi todo el hilo de tripa que tenia. -Kote cogio su cuenco de estofado y prosiguio-: Si alguien pregunta, diles que mi abuelo era un guardia de caravanas que me enseno a limpiar y coser heridas. Esta noche estaban todos demasiado conmo-cionados para hacer preguntas, pero manana algunos sentiran curiosidad. Y eso no me interesa. -Soplo en el cuenco levantando una nube de vaho que le tapo la cara.
– ?Que has hecho con el cadaver?
– Yo no he hecho nada con el cadaver -aclaro Kote-. Yo solo soy un posadero. No me corresponde ocuparme de ese tipo de cosas.
– No puedes dejar que se las arreglen ellos solos, Reshi.
Kote suspiro.
– Se lo han llevado al sacerdote, que ha hecho todo lo que hay que hacer, aunque por motivos totalmente equivocados.