Bast abrio la boca pero, antes de que pudiera decir algo, Kote continuo:

– Si, me he asegurado de que la fosa fuera lo bastante profunda. Si, me he asegurado de que hubiera madera de serbal en el fuego. Si, me he asegurado de que ardiera bien antes de que lo enterrasen. Y si, me he asegurado de que nadie se quedara un trozo como recuerdo. -Fruncio la frente hasta juntar las cejas-. No soy idiota, ?sabes?

Bast se relajo notablemente y se recosto de nuevo en la butaca.

– Ya se que no eres idiota, Reshi. Pero yo no confiaria en que la mitad de esos tipos sean capaces de mear a sotavento sin ayuda. -Se quedo un momento pensativo-. No me explico que solo hubiese uno.

– Quiza murieran cuando atravesaron las montanas -sugirio Kote-. Todos menos ese.

– Puede ser -admitio Bast de mala gana.

– Quiza fuera esa tormenta de hace un par de dias -apunto Kote-. Fue una autentica tumbacarretas, como las llamabamos en la troupe. El viento y la lluvia podrian haber hecho que uno se separara de la manada.

– Me gusta mas tu primera idea, Reshi -dijo Bast, incomodo-. Tres o cuatro escrales en este pueblo serian como… como…

– ?Como un cuchillo caliente cortando mantequilla?

– Como varios cuchillos calientes cortando a varias docenas de granjeros, mas bien -repuso Bast con aspereza-. Esos tipos no saben defenderse. Apuesto a que entre todos no llegarian a juntar seis espadas. Aunque las espadas no servirian de mucho contra los escrales.

Hubo un largo y reflexivo silencio. Al cabo de un rato, Bast empezo a moverse, inquieto, en la butaca.

– ?Alguna noticia?

Kote nego con la cabeza.

– Esta noche no han llegado a las noticias. Carter los ha interrumpido cuando todavia estaban contando historias. Eso ya es algo, supongo. Volveran manana por la noche. Asi tendre algo que hacer.

Kote metio distraidamente la cuchara en el estofado.

– Debi comprarle ese escral a Carter -musito-. Asi el habria podido comprarse otro caballo. Habria venido gente de todas partes a verlo. Habriamos tenido trabajo, para variar.

Bast lo miro horrorizado.

Kote lo tranquilizo con un gesto de la mano con que sujetaba la cuchara.

– Lo digo en broma, Bast. -Esbozo una sonrisa floja-. Pero habria estado bien.

– No, Reshi. No habria estado nada bien -dijo Bast con mucho enfasis-. «Habria venido gente de todas partes a verlo» -repitio con sorna-. Ya lo creo.

– Habria sido bueno para el negocio -aclaro Kote-. Me vendria bien un poco de trabajo. -Volvio a meter la cuchara en el estofado-. Cualquier cosa me vendria bien.

Se quedaron callados largo rato. Kote contemplaba su cuenco de estofado con la frente arrugada y la mirada ausente.

– Esto debe de ser horrible para ti, Bast -dijo por fin-. Debes de estar muerto de aburrimiento.

Bast se encogio de hombros.

– Hay unas cuantas esposas jovenes en el pueblo. Y unas cuantas doncellas. -Sonrio como un nino-. Se buscarme diversiones.

– Me alegro, Bast. -Hubo otro silencio. Kote cogio otra cucharada, mastico y trago-. Creian que era un demonio.

Bast se encogio de hombros.

– Es mejor asi, Reshi. Seguramente es mejor que piensen eso.

– Ya lo se. De hecho, yo he colaborado a que lo piensen. Pero ya sabes que significa eso. -Miro a Bast a los ojos-. El herrero va a tener un par de dias de mucho trabajo.

El rostro de Bast se vacio lentamente de toda expresion.

– Ya.

Kote asintio.

– Si quieres marcharte no te lo reprochare, Bast. Tienes sitios mejores donde estar que este.

Bast estaba perplejo.

– No podria marcharme, Reshi. -Abrio y cerro la boca varias veces, sin saber que decir-. ?Quien me instruiria?

Kote sonrio, y por un instante su semblante mostro lo joven que era en realidad. Pese a las arrugas de cansancio y a la placida expresion de su rostro, el posadero no parecia mayor que su moreno companero.

– Eso. ?Quien? -Senalo la puerta con la cuchara-. Vete a leer, o a perseguir a la hija de algun granjero. Estoy seguro de que tienes cosas mejores que hacer que verme comer.

– La verdad es que…

– ?Fuera de aqui, demonio! -dijo Kote, y con la boca llena, y con un marcado acento temico, anadio-: ?Tehus antau-sa eha!

Bast rompio a reir e hizo un gesto obsceno con una mano.

Kote trago y cambio de idioma:

– ?Aroi te denna-leyan!

– ?Pero bueno! -le reprocho Bast, y la sonrisa se borro de sus labios-. ?Eso es un insulto!

– ?Por la tierra y por la piedra, abjuro de ti! -Kote metio los dedos en la jarra que tenia al lado y le lanzo unas gotas a Bast-. ?Que pierdas todos tus encantos!

– ?Con sidra? -Bast consiguio parecer divertido y enojado a la vez, mientras recogia una gota de liquido de la pechera de su camisa-. Ya puedes rezar para que esto no manche.

Kote comio un poco mas.

– Ve a lavarla. Si la situacion es desesperada, te recomiendo que utilices alguna de las numerosas formulas disolventes que aparecen en Celum Tinture. Capitulo trece, creo.

– Esta bien. -Bast se levanto y fue hacia la puerta, caminando con su extrana y desenfadada elegancia-. Llamame si necesitas algo. -Salio y cerro la puerta.

Kote comio despacio, rebanando hasta la ultima gota de salsa del cuenco con un trozo de pan. Mientras comia, miraba por la ventana, o lo intentaba, porque la luz de la lampara hacia espejear el cristal contra la oscuridad de fuera.

Inquieto, paseo la mirada por la habitacion. La chimenea estaba hecha de la misma piedra negra que la que habia en el piso de abajo. Estaba en el centro de la habitacion, una pequena hazana de ingenieria de la que Kote se sentia muy orgulloso. La cama era pequena, poco mas que un camastro, y si la tocabas veias que el colchon era casi inexistente.

Un observador avezado se habria fijado en que habia algo que la mirada de Kote evitaba. De la misma manera que se evita mirar a los ojos a una antigua amante en una cena formal, o a un viejo enemigo al que se encuentra en una concurrida taberna a altas horas de la noche.

Kote intento relajarse, no lo consiguio, se retorcio las manos, suspiro, se revolvio en la butaca, y al final no pudo evitar que sus ojos se fijaran en el arcon que habia a los pies de la cama.

Era de roah, una madera poco comun, pesada, negra como el carbon y lisa como el cristal. Muy valorada por perfumistas y alquimistas, un trozo del tamano de un pulgar valia oro. Un arcon hecho de esa madera era un autentico lujo.

El arcon tenia tres cierres. Uno era de hierro; otro, de cobre, y el tercero era invisible. Esa noche, la madera impregnaba la habitacion de un aroma casi imperceptible a citricos y a hierro recien enfriado.

Cuando Kote poso la mirada en el arcon, no la aparto rapidamente. Sus ojos no resbalaron con astucia hacia un lado, fingiendo no haber reparado en el. Pero solo con mirarlo un momento, su rostro recupero todas las arrugas que los sencillos placeres del dia habian borrado. El consuelo que le habian proporcionado sus botellas y sus libros se esfumo en un segundo, dejando detras de sus ojos solo vacio y dolor. Por un instante, una nostalgia y un pesar intensos se reflejaron en su cara.

Entonces desaparecieron, y los sustituyo el rostro cansado de un posadero, un hombre que se hacia llamar Kote. Volvio a suspirar sin darse cuenta y se puso en pie.

Tardo un buen rato en pasar al lado del arcon y en llegar a la cama. Una vez acostado, tardo un buen rato en conciliar el sueno.

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