de dados de marfil. Le dejaron el resto de su ropa, la cecina y media hogaza de pan de centeno increiblemente dura. La cartera de piel quedo intacta.

Mientras los hombres volvian a llenar el macuto de Cronista, el comandante se volvio hacia el escribano.

– Dame la bolsa del dinero.

Cronista se la entrego.

– Y el anillo.

– Apenas tiene plata -balbuceo Cronista mientras se lo quitaba del dedo.

– ?Que es eso que llevas colgado del cuello?

Cronista se desabrocho la camisa revelando un tosco aro de metal colgado de un cordon de piel.

– Solo es hierro, senor.

El comandante se le acerco, froto el aro con los dedos y lo solto de nuevo sobre el pecho de Cronista.

– Puedes quedartelo. Yo nunca me meto entre un hombre y su religion -dijo. Vacio la bolsa en una mano y se sonrio mientras tocaba las monedas con un dedo-. La profesion de escribano esta mejor pagada de lo que yo creia -comento mientras empezaba a repartir las monedas entre sus hombres.

– ?Le importaria mucho dejarme un penique o dos? -pregunto Cronista-. Lo justo para pagar un par de comidas calientes.

Los seis hombres se volvieron y miraron a Cronista como si no pudieran dar credito a lo que acababan de oir.

El comandante rio.

– ?Por el cuerpo de Dios! Los tienes bien puestos, ?eh? -Habia un deje de respeto en su voz.

– Parece usted una persona razonable -replico Cronista encogiendose de hombros-. Y todos necesitamos comer para vivir.

El jefe del grupo sonrio abiertamente por primera vez.

– Esa es una apreciacion que no puedo discutir. -Cogio dos peniques y los blandio un momento antes de ponerlos de nuevo en la bolsa de Cronista-. Aqui tienes un par de peniques, por tu par de huevos. -Le lanzo la bolsa a Cronista y guardo la bonita camisa de color azul real en sus alforjas.

– Gracias, senor -dijo Cronista-. Quiza le interese saber que esa botella que ha cogido uno de sus hombres contiene alcohol de madera que utilizo para limpiar mis plumas. Si se lo bebe le sentara mal.

El comandante sonrio y asintio con la cabeza.

– ?Veis lo que se consigue cuando se trata bien a la gente? -les dijo a sus hombres al mismo tiempo que montaba en su caballo-. Ha sido un placer, senor escribano. Si te pones en marcha ahora, llegaras al vado de Abbott antes del anochecer.

Cuando Cronista ya no pudo oir los cascos de caballos a lo lejos, metio sus pertenencias en el macuto, asegurandose de que todo iba bien guardado. Entonces se quito una bota, arranco el forro y saco un paquetito de monedas que llevaba escondido en la puntera. Puso unas cuantas en la bolsa. Luego se desabrocho los pantalones, saco otro paquetito de monedas de debajo de varias capas de ropa y guardo tambien unas cuantas en la bolsita de cuero.

La clave estaba en llevar siempre la cantidad adecuada en la bolsa. Si llevabas muy pocas, los bandidos se frustraban y tenian tendencia a buscar mas. Si llevabas muchas, se emocionaban, se crecian y podian volverse codiciosos.

Habia un tercer paquetito de monedas dentro de la hogaza de pan, tan dura que solo habria interesado al mas desesperado de los delincuentes. Ese no lo toco de momento, como tampoco el talento de plata que tenia escondido en un tintero. Con los anos, habia acabado por considerar esa ultima moneda un amuleto. Nadie la habia encontrado todavia.

Tenia que admitir que seguramente aquel habia sido el robo mas civilizado de que habia sido victima. Los soldados habian demostrado ser educados, eficientes y no demasiado despabilados. Perder el caballo y la silla era una contrariedad, pero podia comprar otro en el vado de Abbott y aun le quedaria dinero para vivir con holgura hasta que terminara esa insensatez y se reuniese con Skarpi en Treya.

Cronista sintio necesidad de orinar y se metio entre los zumaques, rojos como la sangre, que habia en la cuneta. Cuando estaba abrochandose de nuevo los pantalones, algo se movio entre los matorrales cercanos, y de ellos salio una figura oscura.

Cronista dio unos pasos hacia atras y grito, asustado; pero entonces se dio cuenta de que no era mas que un cuervo que agitaba las alas para echar a volar. Chasco la lengua, avergonzado de si mismo; se arreglo la ropa y volvio al camino a traves del zumaque, apartando las telaranas invisibles que se le enganchaban en la cara.

Se colgo el macuto y la cartera de los hombros, y de pronto se sintio mas animado. Lo peor ya habia pasado, y no habia sido tan grave. La brisa desprendia las hojas de los alamos, que caian girando sobre si mismas, como monedas doradas, sobre el camino de tierra y con profundas roderas. Hacia un dia precioso.

3 Madera y palabra

Kote hojeaba distraidamente un libro, tratando de ignorar el silencio de la posada vacia, cuando se abrio la puerta y por ella entro Graham.

– Ya he terminado. -Graham maniobro entre el laberinto de mesas con exagerado cuidado-. Iba a traerlo anoche, pero me dije: «Una ultima capa de aceite, lo froto y lo dejo secar». Y no me arrepiento. ?Que caramba! Es lo mas bonito que han hecho estas manos.

Entre las cejas del posadero aparecio una fina arruga. Entonces, al ver el paquete plano que sujetaba Graham, su rostro se ilumino.

– ?Ah! ?El tablero de soporte! -Kote esbozo una sonrisa cansada-. Lo siento, Graham. Ha pasado mucho tiempo. Casi lo habia olvidado.

Graham lo miro con extraneza.

– Cuatro meses no es mucho tiempo para traer madera desde Aryen tal como estan los caminos.

– Cuatro meses -repitio Kote. Reparo en que Graham seguia mirandolo y se apresuro a anadir-: Eso puede ser una eternidad si estas esperando algo. -Intento componer una sonrisa tranquilizadora, pero le salio muy forzada.

Kote no tenia buen aspecto. No parecia exactamente enfermizo, pero si apagado. Languido. Como una planta a la que han trasplantado a un tipo de tierra que no le conviene, y que empieza a marchitarse porque le falta algun nutriente vital.

Graham percibio la diferencia. Los gestos del posadero ya no eran tan prolijos. Su voz no era tan profunda. Hasta sus ojos habian cambiado: ya no brillaban como unos meses atras. Su color parecia mas palido. Eran menos espuma de mar, menos verde hierba que antes. Ahora parecian del color de las algas de rio, o del culo de una botella de cristal verde. Antes tambien le brillaba el cabello, de color fuego. Ahora parecia… rojo, sencillamente rojo.

Kote retiro la tela y miro debajo. La madera era de color carbon, con veteado negro, y pesada como una plancha de hierro. Habia tres ganchos negros clavados sobre una palabra tallada en la madera.

– «Delirio» -leyo Graham-. Extrano nombre para una espada.

Kote asintio tratando de borrar toda expresion de su semblante.

– ?Cuanto te debo? -pregunto en voz baja.

Graham cavilo unos instantes.

– Despues de lo que me diste para pagar la madera… -Un atisbo de astucia brillo en sus ojos-. Uno con tres.

Kote le dio dos talentos.

– Quedate el cambio. Es una madera dificil de trabajar.

– Si que lo es -replico Graham con cierta satisfaccion-. Dura como la piedra bajo la sierra. Y con el formon, como el hierro. Las voces que llegue a dar. Y luego, no podia quemarla.

– Ya me he fijado -dijo Kote con un destello de curiosidad, y paso un dedo por el oscuro surco de las letras en la madera-. ?Como lo has conseguido?

– Bueno -respondio Graham con petulancia-, cuando ya habia malgastado medio dia, la lleve a la herreria. El

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