muchacho y yo conseguimos marcarla con un hierro candente. Tardamos mas de dos horas en grabar las letras. No salio ni una voluta de humo, pero apestaba a cuero viejo y a trebol. ?La condenada! ?Que clase de madera es esa que no arde?

Graham espero un minuto, pero el posadero no daba senales de haberlo oido.

– Y ?donde quieres que lo cuelgue?

Kote desperto lo suficiente para mirar en torno a si.

– Creo que eso ya lo hare yo -dijo-. Todavia no he decidido donde voy a ponerlo.

Graham dejo un punado de clavos de hierro y se despidio del posadero. Kote se quedo en la barra, pasando distraidamente las manos por el tablero de madera y por la palabra grabada en el. Poco despues, Bast salio de la cocina y miro por encima del hombro de su maestro.

Hubo un largo silencio que parecia un homenaje a los difuntos.

Al final, Bast hablo:

– ?Puedo hacerte una pregunta, Reshi?

Kote sonrio con amabilidad.

– Por supuesto, Bast.

– ?Una pregunta molesta?

– Esas suelen ser las unicas que merecen la pena.

Se quedaron otra vez en silencio contemplando el objeto que reposaba sobre la barra, como si trataran de guardarlo en la memoria. Delirio.

Bast lucho consigo mismo unos instantes; abrio la boca, la cerro, puso cara de frustracion y repitio todo el proceso.

– Sueltalo ya -dijo Kote.

– ?En que pensabas? -pregunto Bast con una extrana mezcla de confusion y preocupacion.

Kote tardo mucho en contestar.

– Tengo tendencia a pensar demasiado, Bast. Mis mayores exitos fueron producto de decisiones que tome cuando deje de pensar e hice sencillamente lo que me parecia correcto. Aunque no hubiera ninguna buena explicacion para lo que habia hecho. -Compuso una sonrisa nostalgica-. Aunque hubiera muy buenas razones para que no hiciese lo que hice.

Bast se paso una mano por un lado de la cara.

– Entonces, ?intentas no adelantarte a los acontecimientos?

Kote vacilo un momento.

– Podriamos decirlo asi -admitio.

– Yo podria decir eso, Reshi -dijo Bast con aire de suficiencia-. Tu, en cambio, complicarias las cosas innecesariamente.

Kote se encogio de hombros y dirigio la mirada hacia el tablero.

– Lo unico que tengo que hacer es buscarle un sitio, supongo.

– ?Aqui fuera? -Bast estaba horrorizado.

Kote sonrio con picardia y su rostro recupero cierta vitalidad.

– Por supuesto -dijo regodeandose, al parecer, con la reaccion de Bast. Contemplo las paredes con mirada especulativa y fruncio los labios-. Y tu, ?donde la pondrias?

– En mi habitacion -contesto Bast-. Debajo de mi cama.

Kote asintio distraidamente, sin dejar de observar las paredes.

– Pues ve a buscarla.

Hizo un leve ademan de apremio, y Bast salio a toda prisa y claramente contrariado.

Cuando Bast volvio a la habitacion, con una vaina negra colgando de la mano, sobre la barra habia un monton de botellas relucientes y Kote estaba de pie en el mostrador, ahora vacio, montado entre los dos pesados barriles de roble.

Kote, que estaba colocando el tablero sobre uno de los barriles, se quedo quieto y grito, consternado:

– ?Ten cuidado, Bast! Eso que llevas en la mano es una dama, no una moza de esas con las que bailas en las fiestas de pueblo.

Bast se paro en seco y, obediente, cogio la vaina con ambas manos antes de recorrer el resto del camino hasta la barra.

Kote clavo un par de clavos en la pared, retorcio un poco de alambre y colgo el tablero.

– Pasamela, ?quieres? -dijo con una voz extrana.

Bast la levanto con ambas manos, y por un instante parecio un escudero ofreciendole una espada a un caballero de reluciente armadura. Pero alli no habia ningun caballero, sino solo un posadero, un hombre con un delantal que se hacia llamar Kote. Kote cogio la espada y se puso de pie sobre el mostrador, detras de la barra.

La saco de la vaina con un floreo. La espada, de un blanco grisaceo, relucia bajo la luz otonal de la habitacion. Parecia nueva; no tenia melladuras ni estaba oxidada. No habia brillantes aranazos en la hoja. Pero aunque no estuviera deteriorada, era antigua. Y, pese a ser evidente que era una espada, tenia una forma insolita. Al menos, ningun vecino del pueblo la habria encontrado normal. Era como si un alquimista hubiera destilado una docena de espadas y, cuando se hubiera enfriado el crisol, hubiese aparecido aquello en el fondo: una espada en su estado puro. Era fina y elegante. Era mortifera como una piedra afilada en el lecho de un rio de aguas bravas.

Kote la sostuvo un momento. No le temblo la mano.

Entonces colgo la espada en el tablero. El metal blanco grisaceo brillaba sobre la oscura madera de roah. Aunque se veia el puno, era lo bastante oscuro para que casi no se distinguiera de la madera. La palabra que estaba grabada debajo, negra sobre la negra madera, parecia un reproche: Delirio.

Kote bajo del mostrador, y Bast y el se quedaron un momento lado a lado, mirando hacia arriba en silencio.

– La verdad es que es asombrosa -dijo entonces Bast, como si le costara admitirlo-. Pero… -Dejo la frase inacabada, buscando las palabras adecuadas. Se estremecio.

Kote le dio una palmada en la espalda con extrana jovialidad.

– No te molestes por mi. -Parecia mas animado, como si la actividad le proporcionara energia-. Me gusta -dijo con repentina conviccion, y colgo la vaina negra de uno de los ganchos del tablero.

Habia cosas que hacer: limpiar las botellas y ponerlas de nuevo en su sitio, preparar la comida, fregar los cacharros. Durante un rato, hubo una atmosfera alegre y ajetreada. Los dos conversaron de asuntos sin mucha relevancia mientras trabajaban. Y aunque ambos iban sin parar de un lado para otro, resultaba evidente que eran reacios a terminar cualquier tarea que estuvieran a punto de completar, como si temiesen el momento en que terminarian el trabajo y el silencio volveria a llenar la habitacion.

Entonces ocurrio algo inusual. Se abrio la puerta y el ruido inundo la Roca de Guia como una suave marea. Fue entrando gente, charlando y descargando fardos. Buscaron mesas y dejaron las capas en los respaldos de las sillas. Un individuo que llevaba una gruesa cota de malla se quito la espada desabrochandose el cinto y la apoyo contra una pared. Dos o tres hombres llevaban cuchillos en la cintura. Cuatro o cinco pidieron bebidas.

Kote y Bast se quedaron mirandolos un momento, y rapidamente se pusieron a trabajar. Kote, sonriente, empezo a servir bebidas. Bast salio afuera para ver si habia caballos que hubiera que llevar a los establos.

Pasados diez minutos, la posada parecia otro sitio. Las monedas tintineaban sobre la barra. Aparecieron bandejas con queso y fruta, y colgaron un caldero de cobre a hervir en la cocina. Los hombres cambiaron de sitio mesas y sillas para acomodar mejor al grupo de casi una docena de personas.

Kote iba identificandolos a medida que entraban. Dos hombres y dos mujeres, carreteros curtidos tras anos viviendo en los caminos y felices de poder pasar una noche al abrigo del viento. Tres guardias de mirada severa que olian a hierro. Un calderero barrigudo, de sonrisa facil con la que exhibia los pocos dientes que le quedaban. Dos jovenes, uno rubio y otro moreno, bien vestidos y de habla educada: viajeros que habian sido lo bastante sensatos para juntarse con un grupo mas grande que les brindaria proteccion en el camino.

Les llevo una o dos horas instalarse. Regatearon los precios de las habitaciones. Empezaron a discutir amistosamente sobre quien dormiria con quien. Fueron a buscar lo indispensable a los carromatos y a las alforjas. Pidieron que les prepararan baneras y se les calento agua. Se llevo heno a los caballos, y Kote lleno de aceite todas las lamparas.

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