El calderero salio precipitadamente afuera para aprovechar la ultima luz del dia. Recorrio las calles del pueblo con su carro de dos ruedas tirado por una muia. Los ninos lo rodearon, pidiendole caramelos, historias y ardites.
Cuando comprendieron que no iban a sacarle nada, la mayoria perdio el interes. Formaron un circulo con un nino en el centro y empezaron a dar palmadas al son de una cancion infantil que ya era antiquisima cuando la cantaban sus abuelos:
Cuando de azul se tine el fuego del hogar,
?como podemos actuar?, ?como podemos actuar?
Salgamos corriendo, escondamonos huyendo.
Riendo, el nino que estaba en el centro intento salir del corro mientras los otros trataban de impedirselo.
– Calderero -anuncio el anciano con su voz cantarina-. Hojalatero. Afilador. Zahori. Corcho cortado. Balsamaria. Panuelos de seda traidos de la ciudad. Papel de escribir. Dulces y golosinas.
Eso atrajo a los ninos, que volvieron a acercarse al calderero y lo siguieron formando un pequeno desfile por la calle. El anciano iba cantando:
– Cuero para cinturones. Pimienta negra. Fino encaje y suaves plumas. Este calderero solo se quedara un dia en el pueblo. No esperen a que anochezca. ?Vengan, senoras! ?Vengan, muchachas! ?Tengo ropa interior y agua de rosas!
Un par de minutos mas tarde, se instalo delante de la posada Roca de Guia, monto su rueda de afilar y empezo a afilar un cuchillo.
Cuando los adultos empezaron a rodear al anciano, los ninos se pusieron a jugar otra vez. Una nina que estaba en el centro del corro se tapo los ojos con una mano e intento atrapar a los otros ninos, que correteaban dando palmadas y cantando:
Si sus ojos son como el azabache,
?adonde escaparse?, ?adonde escaparse?
Lejos y cerca, los tienes a la puerta.
El calderero atendia a todos por turnos, y a veces a dos o tres personas a la vez. Cambiaba cuchillos afilados por cuchillos romos y una moneda pequena. Vendia tijeras y agujas, cazos de cobre y botellitas que las mujeres escondian rapidamente. Vendia botones y bolsitas de canela y de sal. Limas de Tinue, chocolate de Tarbean, cuerno pulido de Aerueh…
Y mientras los ninos no paraban de cantar:
?Veis a un hombre sin rostro?
Se mueven como fantasmas de un sitio para otro.
?Cual es su plan?, ?cual es su plan?
Los Chandrian, los Chandrian.
Kote calculo que aquellos viajeros debian de llevar juntos cerca de un mes, lo bastante para encontrarse comodos unos con otros, pero no lo suficiente para pelearse por nimiedades. Olian a polvo de los caminos y a caballo. El posadero aspiro ese olor como si fuera un perfume.
Lo mejor era el ruido. El cuero crujia. Los hombres reian. El fuego crepitaba y chisporroteaba. Las mujeres coqueteaban. Incluso alguien volco una silla. Por primera vez desde hacia mucho tiempo, no habia silencio en la Roca de Guia. O si lo habia, era demasiado tenue para que pudiera apreciarse, o estaba muy bien escondido.
Kote estaba en medio de todo aquello; no paraba de moverse, como si manejara una enorme y compleja maquina. Tenia una bebida preparada en cuanto alguien la pedia, y hablaba y escuchaba en la medida justa. Reia los chistes, estrechaba manos, sonreia y retiraba rapidamente las monedas de la barra, como si de verdad necesitara el dinero.
Entonces, cuando llego la hora de las canciones y todos hubieron cantado sus favoritas y seguian queriendo mas, Kote se puso a dar palmadas desde detras de la barra, marcando el compas. Con el fuego brillando en su pelo, canto «Calderero, curtidor». Canto mas estrofas de las que nadie habia oido jamas, y a nadie le extrano lo mas minimo.
Horas mas tarde reinaba una atmosfera calida y jovial en la taberna. Kote estaba arrodillado frente a la chimenea, avivando el fuego, cuando alguien dijo a sus espaldas:
– ?Kvothe?
El posadero se dio la vuelta, con una sonrisa algo confundida.
– ?Senor?
Era el rubio bien vestido. Se tambaleaba un poco.
– Tu eres Kvothe.
– Kote, senor -replico Kote con el tono indulgente que las madres emplean con los ninos y los posaderos con los borrachos.
– Kvothe el Sin Sangre -insistio el hombre con la tipica obstinacion de los beodos-. Tu cara me resultaba familiar, pero no la identificaba. -Sonrio con orgullo y se toco la punta de la nariz con un dedo-. Entonces te he oido cantar, y he sabido que eras tu. Te oi una vez en Imre. Despues llore a mares. Jamas habia oido nada parecido, ni lo he oido desde entonces. Me partiste el corazon.
El joven siguio hablando, y sus frases eran un tanto inconexas; su rostro, sin embargo, mantenia una expresion muy seria.
– Ya sabia que no podias ser tu. Pero me ha parecido que si. A pesar de todo. ?A quien conoces que tenga ese pelo? -Sacudio la cabeza tratando sin exito de aclarar sus ideas-. Vi el sitio donde lo mataste, en Imre. Junto a la fuente. Los adoquines estan destrozados. -Fruncio el ceno y se concentro en esa palabra-. Destrozados. Dicen que nadie puede arreglarlos.
El hombre rubio hizo otra pausa. Entrecerro los ojos para enfocar mejor al posadero, y parecio sorprendido por su reaccion.
El hombre pelirrojo sonreia.
– ?Insinuas que me parezco a Kvothe? ?Al famoso Kvothe? Yo siempre lo he pensado. Incluso tengo un retrato suyo. Mi ayudante siempre se burla de mi por eso. ?Me harias el favor de repetirle lo que acabas de decirme a mi?
Kote tiro un ultimo leno al fuego y se levanto. Pero al apartarse de la chimenea, se le doblo una pierna y cayo pesadamente al suelo derribando una silla.
Varios viajeros se le acercaron, pero el posadero ya se habia puesto en pie y les hacia senas para que volvieran a sus asientos.
– No, no. Estoy bien. No os preocupeis. -A pesar de su sonrisa, era evidente que se habia hecho dano. Tenia el rostro transido de dolor, y tuvo que apoyarse en una silla-. Hace tres veranos, cuando atravesaba el Eld, me dispararon una flecha en la rodilla. Me cede de vez en cuando. -Hizo una mueca de dolor y anadio con tono nostalgico-: Por eso deje la buena vida en los caminos. -Se agacho para tocarse suavemente la pierna, doblada en un angulo extrano.
Uno de los mercenarios dijo:
– Yo en tu lugar me pondria una cataplasma, o se te hinchara mucho.
Kote volvio a tocarse la pierna y asintio con la cabeza.
– Si, creo que tiene usted razon, senor -dijo. Se volvio hacia el joven rubio, que estaba de pie junto al fuego, oscilando ligeramente-. ?Podrias hacerme un favor, hijo?
El joven asintio, abstraido.
– Cierra el tiro. -Kote senalo la chimenea-. ?Me ayudas a subir, Bast?
Bast fue hasta el y se coloco un brazo de Kote sobre los hombros. El posadero se apoyo en el y, cojeando, fue hasta la puerta y subio la escalera.
– ?Una flecha en la pierna? -pregunto Bast por lo bajo-. ?Tanto te averguenzas de una pequena caida?