facilidad, como si fuera un saco de arpillera.

– Un pobre desgraciado que pasaba por el camino en el momento menos adecuado -contesto Kote con desden-. No lo sacudas demasiado. Todavia debe de tener la cabeza un poco suelta.

– Pero ?que demonios has ido a hacer? -pregunto Bast cuando entraron en la posada-. Si me dejas una nota, al menos deberias decirme que… -Bast abrio mucho los ojos al ver a Kote a la luz del interior de la posada, palido y cubierto de barro y de sangre.

– Si quieres puedes preocuparte -dijo Kote con brusquedad-. Es tan grave como parece.

– Has salido a buscarlos, ?verdad? -dijo Bast en voz baja, y entonces abrio mucho los ojos-. No. Te quedaste un trozo del que mato Carter. No puedo creerlo. Me mentiste. ?A mi!

Kote suspiro y subio pesadamente la escalera.

– ?Estas enfadado porque te he mentido, o porque no me has pillado mintiendote? -pregunto.

– Me ofende que pensaras que no podias confiar en mi -contesto Bast farfullando de rabia.

Interrumpieron su conversacion mientras abrian una de las numerosas habitaciones vacias del segundo piso, desvestian a Cronista, lo acostaban y lo arropaban. Kote dejo la cartera y el macuto del escribano en el suelo, cerca de la cama.

Tras salir y cerrar la puerta de la habitacion, Kote dijo:

– Confio en ti, Bast, pero no queria ponerte en peligro. Sabia que podia hacerlo yo solo.

– Podria haberte ayudado, Reshi -replico Bast, dolido-. Lo sabes muy bien.

– Todavia puedes ayudarme, Bast -dijo Kote. Se dirigio a su habitacion y se dejo caer en el borde de la estrecha cama-. Necesito que me cosas las heridas. -Empezo a desabrocharse la camisa-. Lo haria yo mismo, pero a los hombros y a la espalda no llego.

– No digas tonterias, Reshi. Ya lo hare yo.

Kote senalo la puerta.

– Mis cosas estan en el sotano.

– Usare mis propias agujas, muchas gracias -dijo Bast con desden-. Son de un hueso de excelente calidad. No como esas repugnantes agujas de hierro mellado tuyas, que te perforan como pequenas astillas de odio. -Se estremecio-. ?Piedra y arroyo! Es espeluznante lo primitivos que podeis llegar a ser. -Bast salio de la habitacion y dejo la puerta abierta.

Kote se quito lentamente la camisa, haciendo muecas de dolor y aspirando entre los dientes, pues la sangre seca se pegaba y tiraba de las heridas. Volvio a adoptar una expresion estoica cuando Bast regreso con un cuenco de agua y empezo a lavarle.

Cuando Bast hubo limpiado toda la sangre seca, aparecieron numerosos cortes largos y rectos. Se destacaban rojizos sobre la blanca piel del posadero, como si lo hubieran acuchillado con una navaja de barbero o con un trozo de cristal roto. En total habia cerca de una docena de cortes, la mayoria en los hombros, y unos cuantos en la espalda y en los brazos. Uno empezaba en su coronilla y discurria por el cuero cabelludo hasta detras de una oreja.

– Creia que no sangrabas, Reshi -comento Bast-. ?No te llamaban el Sin Sangre?

– No te creas todas las historias que te cuenten, Bast. Las historias mienten.

– Bueno, no estas tan mal como creia -dijo Bast limpiandose las manos-. Aunque merecias haber perdido un trozo de oreja. ?Estaban heridos, como el que ataco a Carter?

– No, no me lo ha parecido -respondio Kote.

– ?Cuantos eran?

– Cinco.

– ?Cinco? -dijo Bast, asombrado-. ?Cuantos ha matado el otro?

– Distrajo a uno un rato -contesto Kote con generosidad.

– Anpauen, Reshi -dijo Bast sacudiendo la cabeza mientras enhebraba una aguja de hueso con un hilo mas delgado y mas fino que el de tripa-. Deberias estar muerto. Dos veces muerto.

Kote se encogio de hombros.

– No es la primera vez que deberia estar muerto, Bast. Se me da bastante bien evitarlo.

Bast se puso a trabajar.

– Te dolera un poco -aviso mientras movia las manos con una extrana suavidad-. La verdad, Reshi, no entiendo como has conseguido vivir tanto tiempo.

Kote volvio a encogerse de hombros y cerro los ojos.

– Yo tampoco, Bast -admitio. Tenia la voz triste y cansada.

Horas mas tarde se abrio un poco la puerta de la habitacion de Kote y Bast asomo la cabeza. Al no oir sino una lenta y acompasada respiracion, el joven entro de puntillas, fue hasta la cama y se inclino sobre el hombre dormido. Bast observo el color de sus mejillas, le olio el aliento y le toco suavemente la frente, la muneca y el hueco entre las claviculas.

Bast acerco una butaca a la cama, se sento y se quedo contemplando a su maestro y escuchandolo respirar. Luego estiro un brazo y le aparto el rebelde y rojo cabello de la cara, como haria una madre con su hijo dormido. Entonces, en voz baja, entono una melodia cadenciosa y extrana, casi una nana:

Que extrano ver la luz que alumbra

a los mortales apagarse dia a dia,

saber que sus brillantes almas son yesca

y que el viento encontrara su propio guia.

Ojala pudiera prestarles mi fuego.

?Que presagia tu parpadeo?

La voz de Bast se fue extinguiendo, y el joven se quedo alli sentado, inmovil, observando el silencioso subir y bajar del pecho de su maestro durante las largas horas de la temprana oscuridad de la manana.

6 El precio de los recuerdos

Cronista no bajo por la escalera a la taberna de la posada Roca de Guia hasta el dia siguiente por la noche. Palido y vacilante, llevaba su cartera de cuero debajo de un brazo.

Encontro a Kote sentado detras de la barra, hojeando un libro.

– ?Hombre, nuestro invitado involuntario! ?Que tal va la cabeza?

Cronista levanto una mano y se toco la nuca.

– Me duele un poco si la giro demasiado deprisa. Pero todavia funciona.

– Me alegro de oirlo -dijo Kote.

– ?Es esto…? -Cronista miro alrededor, titubeante-. ?Estamos en Newarre?

Kote asintio.

– De hecho estas en el centro mismo de Newarre. -Hizo un ademan teatral-. Una prospera metropolis. Densamente poblada.

Cronista miro con fijeza al pelirrojo que estaba detras de la barra. Se apoyo en una mesa para sostenerse.

– Por el chamuscado cuerpo de Dios -dijo con un hilo de voz-. Eres tu, ?verdad?

El posadero puso cara de desconcierto.

– ?Como dices?

– Ya se que lo negaras -dijo Cronista-. Pero lo que vi anoche…

El posadero levanto una mano para hacerlo callar.

– Antes de discutir la posibilidad de que ese golpe en la cabeza te haya trastornado, dime, ?que hacias en el camino de Tinue?

– ?Que? -replico Cronista, irritado-. Yo no iba a Tinue. Iba… Bueno, los caminos estan muy dificiles, sin contar lo de anoche. Me robaron cerca del vado de Abbott y tuve que continuar a pie. Pero valio la pena, ya que estas aqui. -El escribano vio la espada colgada sobre la barra, dio un grito ahogado y adopto una expresion de vago

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