Escrituras hablaban con claridad sobre ese tema: «?Ay de ti, tierra mia, si tu rey es un nino!». Enrique de Lancaster era apenas un palido icono de autoridad, una sombra manipulada para dar sustancia a los actos soberanos realizados en su nombre, primero por Margarita, y ahora por Warwick.

Mas aun, el duque de York tenia mas derecho al trono. Sesenta anos atras la sucesion real de Inglaterra habia sufrido un brutal desgarron cuando el abuelo de Enrique depuso y asesino al hombre que tenia derecho legitimo al trono. Seis decenios despues aun resonaban los ecos de esa conmocion. El rey asesinado no tenia descendencia; segun la ley inglesa, la corona tendria que haber pasado a los herederos de su tio Leonel de Clarence, el tercer hijo de Eduardo III. El hombre que se habia aduenado de la corona era hijo de Juan de Gante, cuarto hijo de Eduardo III, pero no estaba dispuesto a respetar las sutilezas de la ley inglesa de la herencia, y asi inicio la dinastia Lancaster.

Si Enrique de Lancaster no hubiera sido un monarca tan inepto, pocos habrian cuestionado las consecuencias de una asonada legitimada, cuando no legalizada, por el transcurso de sesenta anos. Pero el bienintencionado Enrique era debil y estaba casado con Margarita de Anjou, y siete anos atras habia perdido el juicio por completo. De pronto la gente recordo la tremenda injusticia cometida con los herederos de Leonel de Clarence, y Margarita demostro que estaba dispuesta a todo con tal de destruir al hombre que un dia podia reclamar la corona, el duque de York, que pertenecia al linaje de Leonel.

Edmundo encaraba este complejo conflicto dinastico como un problema muy sencillo. A su entender, era correcto, justo y sensato que su padre reclamara la corona que le correspondia legitimamente. Pronto descubrio, sin embargo, que aunque fuera correcto y justo, politicamente era un error garrafal. Aunque pocos cuestionaban la validez de la pretension de York, todos eran inesperadamente reacios a arrebatar la corona a un hombre que descendia de un rey y era reconocido como soberano de Inglaterra desde los diez meses de vida.

Margarita habia necesitado casi diez anos de implacable hostilidad para transformar a York, un leal par del reino, en el rival que siempre habia visto en el. Pero York habia cruzado el Rubicon mientras cruzaba el mar de Irlanda, y estaba empecinado en creer que no tenia mas opcion que reclamar la corona; ni siquiera se dejaba disuadir por el rotundo desinteres de los Neville y su hijo mayor. No tenian el menor apego sentimental por el hombre al que llamaban el «santo Enrique», pero habian sabido interpretar mejor que York la predisposicion de los Comunes y del reino. Aunque Enrique estuviera loco, era el hombre ungido por Dios para reinar, y su ineptitud para gobernar perdia toda importancia cuando se hablaba de destronarlo.

Al final se propuso una solucion intermedia que no satisfizo a nadie e irrito a la mayoria. Bajo la Ley del Acuerdo, aprobada el 24 de octubre, Ricardo Plantagenet, duque de York, quedo formalmente reconocido como heredero del trono ingles, pero estaba obligado a postergar su reclamacion mientras Enrique permaneciera con vida. Solo a la muerte de Enrique ascenderia al trono como el tercer Ricardo que gobernaria Inglaterra desde la Conquista.

Enrique contaba a la sazon con treinta y nueve anos. Era diez anos menor que el duque de York y gozaba de la robusta salud de alguien que no padecia las preocupaciones mundanas que avejentaban y atosigaban a otros hombres, asi que esta solucion salomonica no conformo a York y sus simpatizantes. Y como la Ley del Acuerdo desheredaba al hijo de Margarita, en un acto expeditivo que muchos vieron como confirmacion de las difundidas sospechas sobre la paternidad del nino, Margarita y sus partidarios solo podian aceptarla a punta de espada. El unico que manifesto satisfaccion con el acuerdo fue Enrique, que en su desvario se aferraba a la corona pero extranamente aceptaba que su hijo fuera arrancado de cuajo de la linea de sucesion.

Despues de la batalla de julio, en que Warwick habia capturado al rey, Margarita se habia replegado a Gales y luego a Yorkshire, que era un enclave tradicional de Lancaster. Alli se habia reunido con el duque de Somerset y Andrew Trollope, que durante varios meses habian tratado en vano de expulsar de Calais a Warwick y Eduardo.

Estos senores leales a Lancaster estaban acuartelados en el castillo de Pontefract, un imponente bastion a ocho millas del castillo yorkista de Sandal, y recientemente se les habian sumado dos hombres muy resentidos con la Casa de York, lord Clifford y el conde de Northumberland. Sus padres habian muerto con el padre de Somerset en la batalla de San Albano, ganada por York y Warwick cinco anos atras, y no habian olvidado ni perdonado. Margarita se habia aventurado en Escocia con la esperanza de forjar una alianza con los escoceses; el cebo que usaba era una propuesta de matrimonio entre su pequeno hijo y la hija de la reina de Escocia.

Y asi Edmundo se encontro pasando la temporada navidena en Yorkshire -una region desolada, lugubre, y hostil a la Casa de York-, con la torva perspectiva de una inminente batalla en el nuevo ano, una batalla que decidiria si Inglaterra seria de York o de Lancaster, a un coste en vidas en que mas valia ni pensar.

Era una de las Navidades mas tetricas que recordaba. Su padre y su tio estaban demasiado preocupados por la inminente confrontacion con Lancaster y no tenian tiempo ni animo para festejos. Edmundo, muy consciente de las desventajas de ser un bisono de diecisiete anos entre soldados veteranos, se habia obligado a encarar la falta de festividades navidenas con lo que el consideraba era una indiferencia adulta. Pero en secreto anoraba las celebraciones de anos anteriores, y lamentaba perderse los festejos londinenses.

Su primo Warwick habia permanecido en la capital para encargarse de la custodia del rey Lancaster, y Edmundo sabia que Warwick gozaria de una Navidad principesca en el Herber, su palaciega mansion londinense. Del castillo de Warwick irian su condesa, asi como sus hijas Isabel y Ana. Edmundo sabia que su madre tambien se reuniria con ellos, con sus hermanos Jorge y Ricardo, y Meg, que con sus catorce anos era la unica hermana de Edmundo que aun permanecia soltera. Habria ponche de huevo y ramilletes decorativos y la galeria de trovadores del salon resonaria toda la noche con musica y algazara.

Edmundo suspiro, mirando la nieve arremolinada. Por diez dias interminables habian estado recluidos en el castillo de Sandal, con una sola excursion breve al villorrio de Wakefield, dos millas al norte, para romper la monotonia. Suspiro al oir que Tomas volvia a pedir pan. La tradicional tregua de Navidad llegaba a su fin; cuando expirase, Ned tendria que haber llegado de las marcas galesas con refuerzos que darian a los yorkistas una incuestionable supremacia militar. Edmundo se alegraria de verlo por muchas razones, entre ellas porque podria hablar con Ned como no podia hablar con Tomas. Habia decidido que esa noche le escribiria. Con eso se sintio mejor, se aparto de la ventana.

– Tengo dados en mi camara, Tom. Si los mando buscar, ?abandonaras tu capon por una partida?

Tomas, como era previsible, se mostro bien dispuesto, y el humor de Edmundo mejoro. Se disponia a enviar a un criado en busca de los dados cuando abrieron la puerta y entro sir Robert Apsall, el joven caballero que era su amigo y preceptor. Era una camara amplia, de la mitad del tamano del salon, y estaba llena de hombres jovenes y aburridos, pero el enfilo hacia Edmundo y Tomas.

– Me envian para convocaros a ambos al salon -dijo sin preambulos, sacudiendose la nieve de las botas.

– ?Que sucede, Rob? -pregunto Edmundo, subitamente tenso y, como de costumbre, temiendo un desastre, mientras Tomas apartaba la silla de la mesa de caballetes y se ponia de pie sin prisa.

– Problemas, me temo. Esa partida de forrajeros que enviamos al alba tendria que haber regresado hace rato. Hace horas que no sabe-mos nada de ellos. Su Gracia el duque teme que Lancaster haya violado la tregua y los haya emboscado.

– ?Por que nos demoramos, entonces? -pregunto Edmundo, y habia llegado a la puerta antes de que los otros dos pudieran responderle.

– Espera, Edmundo, toma tu capa.

Tomas iba a recoger la arrugada prenda del asiento de la ventana, vio que Edmundo ya habia salido, se encogio de hombros y siguio a su joven primo sin ella.

Las sospechas del duque de York eran justificadas. Una numerosa fuerza de Lancaster habia emboscado a los forrajeros en el puente de Wakefield y casi toda la partida habia perecido. Algunos supervivientes lograron escapar y corrieron hacia el castillo de Sandal perseguidos por el enemigo. Entre el castillo y las orillas del rio Calder se extendia un vasto marjal que los lugarenos llamaban Wakefield Green. Era el unico terreno abierto entre el castillo de Sandal y la aldea de Wakefield, y los yorkistas en fuga sabian que su unica via de escape, pues si entraban en los tupidos bosques de la izquierda y la derecha sus cabalgaduras quedarian empantanadas en la nieve y andarian a paso tambaleante hasta que los alcanzaran y los mataran.

Atravesaron Wakefield Green al galope, y sus perseguidores les pisaban los talones. Cuando la captura parecia inevitable, unas flechas surcaron el cielo. La andanada puso en fuga a los lancasterianos y el puente levadizo externo descendio rapidamente sobre la plataforma de piedra que bordeaba el foso. Los supervivientes se apresuraron a franquear el foso para entrar en el patio del castillo. A sus espaldas, el puente levadizo volvia a

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