estribos y arrojarse a un lado mientras el caballo caia. Golpeo el suelo con fuerza; el dolor le quemo la espalda, estallo en su cabeza en una explosion de colores febriles. Al abrir los ojos, vio una extrana luz blanca, y una figura con armadura que oscilaba sobre el. Desde otro mundo, otra vida, recordo su espada, la busco a tientas, solo encontro nieve.
– ?Edmundo! ?Por Dios, Edmundo, soy yo!
La voz era conocida. Parpadeo, trato de despabilarse.
– ?Rob? -susurro.
El caballero asintio energicamente.
– ?Gracias a Dios! ?Temi que hubieras muerto!
Rob tironeaba de el. Edmundo se obligo a moverse, pero cuando apoyo el peso en la pierna izquierda, se aflojo y solo el brazo de Rob lo mantuvo de pie.
– Mi rodilla… -jadeo-. Rob, creo que no puedo caminar. Sigue adelante, salvate.
– ?Pamplinas! ?Crees que te encontre por casualidad? Recorri el campo para encontrarte. Le jure a tu padre que velaria por tu seguridad.
En un tiempo Edmundo se habria sentido ofendido por esa bochornosa solicitud paterna. Pero eso pertenecia al pasado, a la vida que habia vivido antes de conocer los horrores de Wakefield Green.
El cuerpo de su caballo yacia a la izquierda. Mas cerca vio el cadaver de un hombre, con el craneo triturado en una truculenta pulpa de hueso y sesos. Edmundo miro la ensangrentada hacha que Rob habia dejado caer en la nieve, el rostro de su amigo, gris y ojeroso en el circulo de la visera alzada. Abrio la boca para agradecer a Rob que le salvara la vida, pero el joven preceptor no queria perder tiempo.
– Apresurate, Edmundo -urgio.
– Mi padre…
– Si esta con vida, ya habra huido del campo. De lo contrario, aqui no puedes hacer nada por el -dijo Rob sin rodeos, y empujo a Edmundo hacia su caballo-. Tendremos que compartir la montura. Apoyate en mi. Asi… Aguanta…
Mientras espoleaba al caballo, apartando a dos lancasterianos que buscaban botin, Edmundo grito:
– ?Mi espada! ?Espera, Rob!
El viento se llevo el grito. Rob enfilo hacia la aldea de Wakefield.
El dolor atormentaba a Edmundo. Cada paso era una llamarada en la pierna, una quemazon en la medula, una sofocante convulsion de nauseas en los pulmones. Habian perdido el caballo; el doble peso de dos hombres con armadura resulto excesivo para el animal. Se habia tropezado varias veces, quedando cojo y arrojando a ambos jovenes a un banco de nieve tan recubierto de hielo que no amortiguo el impacto de la caida. Rob sufrio un zamarreo, pero Edmundo dio contra una piedra con la rodilla lesionada y cayo en la oscuridad. Desperto poco despues, mientras Rob le frotaba desesperadamente la cara con nieve.
Desecharon piezas de la armadura, continuaron a trompicones. Rob jadeaba, y su corazon palpitaba espasmodicamente. El brazo de Edmundo le pesaba en los hombros; sabia que el muchacho desfallecia, que hacia rato habia agotado sus reservas de resistencia. Pero cada vez que Edmundo vacilaba y se apoyaba en el, cada vez que Rob temia que se volviera a desmayar, Edmundo hallaba fuerzas para recobrar la consciencia, para dar otro paso en la profunda nieve.
Rob avisto el contorno del puente de Wakefield. Arrastrando a Edmundo, avanzo con esfuerzo. Mas alla del puente se hallaba la aldea de Wakefield. Edmundo no podia seguir mucho mas. Cada vez que Rob miraba al muchacho, encontraba causas de preocupacion; vio la sangre que embadurnaba el pelo de Edmundo, la patina lustrosa que le enturbiaba los ojos. Sabiendo que Lancaster rodeaba el castillo, Rob se habia dirigido a la aldea. Esperaba llegar a la iglesia parroquial, en el final de Kirkgate, para solicitar derecho de asilo. Sabia que solo se aferraba a una esperanza, no podia hacer otra cosa. Continuo la marcha andando, cegado por la nieve, entro con Edmundo en el puente.
Estaban en medio del puente cuando Rob vio lancasterianos que salian de las sombras sin prisa, para cerrarles el paso. Dio media vuelta, tan abruptamente que Edmundo se tambaleo, se apoyo en el pretil del puente. Los soldados les cortaban la retirada, mirandolos con una sonrisa dura y triunfal. Rob cerro los ojos un instante.
– Dios me perdone, Edmundo -susurro-. Te he conducido a una trampa.
Aun faltaba una hora para el ocaso, pero la luz ya se desvanecia. Edmundo se habia recostado contra el pretil del puente, mirando las oscuras aguas. Se habia quitado los guanteletes, y tenia los dedos tan entumecidos que derramo casi toda la nieve que queria llevarse a la boca. Sorbio nieve hasta aplacar la sed, se froto el resto contra la frente, vio con ojos apaticos que salia roja. No habia advertido que al caerse del caballo se habia abierto un tajo en la cabeza. Nunca habia sentido tanto frio ni agotamiento, y la mente empezaba a hacerle jugarretas. Ya no podia confiar en sus sentidos; parecian llegar voces de todas partes, inusitadamente estentoreas y distorsionadas, y luego se desvanecian en un silencio sofocado, en un eco casi inaudible.
Noto que uno de sus captores se inclinaba sobre el y alzo la vista con aturdimiento, echandose hacia atras en una protesta involuntaria cuando el hombre quiso cogerle las manos. Sin prestarle atencion, el soldado le amarro las munecas y retrocedio para inspeccionar su trabajo.
– Este es solo un mozalbete -comento, mirando a Edmundo sin la menor animadversion.
– Y usa una armadura que complaceria a los senores mas encumbrados… Nos ira bien con el. Sin duda tiene parientes que pagaran un buen precio por recobrarlo.
Los soldados se volvieron hacia unos jinetes que se aproximaban. Edmundo escucho con indiferencia la discusion que siguio, oyo la orden de despejar el puente, la hurana reaccion de los soldados. A reganadientes, cedieron el paso a los recien llegados, que atravesaron el puente arremolinando la nieve, mientras los hombres salpicados mascullaban maldiciones. Edmundo intentaba enjugarse la nieve de los ojos cuando un corcel freno ante el. Desde lejos, oyo la reverberacion de una voz:
– ?Ese muchacho! ?Dejadmelo ver!
Edmundo irguio la cabeza. Conocia el rostro moreno ensombrecido por la visera, pero no logro identificarlo.
– Me parecia… ?Rutland!
Al oir su propio nombre, Edmundo reconocio al que hablaba. Andrew Trollope, antiguo aliado de York, el hombre que los habia traicionado en Ludlow. La traicion de Trollope habia sido una amarga iniciacion en l;i edad adulta para Edmundo, pues Trollope le caia simpatico. Ahora no sentia rabia ni resentimiento. No sentia nada de nada.
El caos reino brevemente en el puente; los captores de Edmundo apenas daban credito a su suerte. ?El conde de Rutland! ?Un principe de rancio abolengo! Ningun rescate podia ser muy elevado por ese trofeo; de pronto se sentian duenos de una fortuna.
– Somerset querra saber sobre esto -dijo un companero de Trollope, v la voz activo un recuerdo sepultado en el aturdido cerebro de Edmundo; ese sujeto era Henry Percy, conde de Northumberland. Estos hombres eran los enemigos jurados de su padre. ?Que hacia alli, amarrado, aterido de frio, enfermo y a merced de ellos? Northumberland agrego-: El unico de quien no sabemos nada es Salisbury.
Edmundo trato de levantarse, descubrio que su rodilla ya no recibia ordenes de su cerebro. Pronuncio las palabras aun antes de comprender que se proponia hablar.
– ?Trollope! ?Que hay de mi padre?
Ambos hombres se volvieron en la silla.
– Muerto -respondio Trollope.
Siguieron adelante, y la voz de Northumberland floto sobre el puente mientras obsequiaba a sus companeros con detalles sobre la muerte de su enemigo.
– … debajo de esos tres sauces al este del castillo. Si, aquel lugar… el cuerpo despojado de su armadura… lo saludaron como «rey sin reino». Y sin cabeza, si Clifford se sale con la suya. ?No es comun decapitar a los muertos despues de la batalla, pero diselo a Clifford!
Las voces se disiparon. Rob Apsall trato de acercarse a Edmundo desde el otro lado del puente, pero lo contuvieron con un brutal empellon.