miembro de la familia Beaufort.
– En la guerra, madame, siempre hay… excesos -murmuro el, y el extrano destello de comprension que habian compartido se disipo. El retrocedio, ladro ordenes. Unos hombres cruzaron la plaza dirigiendose a la iglesia. Otros aguardaban para escoltar a la duquesa de York y sus hijos al campamento real de Leominster. Edmundo Beaufort asintio, les ordeno que se pusieran en marcha. Cecilia freno su caballo delante de el.
– Gracias, milord.
El la miro con recelosa cautela. Se habia sorprendido a si mismo con su propia franqueza y ahora se preguntaba si esa franqueza no lo pondria en aprietos.
– No os confundais, madame. Tengo plena confianza en el juicio de mi hermano. El hizo lo que tenia que hacer. Era preciso que hoy se diera una leccion dificil de olvidar.
Cecilia lo miro con dureza.
– No temais, milord -rebatio-. No nos olvidaremos de Ludlow.
Capitulo 3
El segundo hijo del duque de York estaba sentado con las piernas cruzadas en la ventana balcon de la torre oeste, mirando con incredulidad a su primo Tomas Neville, que devoraba un plato de capon asado frio y hortalizas sumergidas en mantequilla. Cuando Tomas pidio a un paje que le llenara por tercera vez la jarra de cerveza, Edmundo ya no pudo contenerse.
– No te prives de nada, primo, que ya han pasado dos horas desde el almuerzo… y aun faltan cuatro para la cena.
Tomas sonrio, demostrando una vez mas que era totalmente inmune al sarcasmo, y ensarto un enorme trozo de carne de capon. Edmundo reprimio un suspiro. Echaba de menos las replicas ingeniosas que salpimentaban sus conversaciones con Eduardo. Tomas despertaba afecto con su caracter bonachon, pero al cabo de diez dias en la soledad del castillo de Sandal, su infalible buen humor y su inagotable optimismo estaban crispando los nervios de Edmundo.
Mirando a Tomas mientras comia, y reconociendo a reganadientes que su tedio lo abatiria aun mas si no encontraba un mejor modo de pasar el tiempo, Edmundo se maravillo nuevamente de cuan distintos podian ser cuatro hermanos, como sus cuatro primos Neville.
Su primo Warwick era aplomado, arrogante, audaz, pero poseia un innegable encanto. Edmundo no admiraba a Warwick tanto como Eduardo, pero no era inmune a la fuerza de su desbordante personalidad. Aun asi, preferia a Johnny, el hermano menor de Warwick, parco y gravemente resuelto, poseedor de un incisivo ingenio del Yorkshire y un sentido del deber que era tan firme como instintivo. Pero no le agradaba en absoluto el tercer hermano, llamado Jorge, como el hermano de once anos de Edmundo. Jorge Neville era sacerdote, pero solo porque era tradicional que un hijo varon de una gran familia ingresara en la iglesia. Era el hombre mas mundano que Edmundo habia cono-cido, y uno de los mas ambiciosos. Ya era obispo de Exeter, aunque aun no habia cumplido los treinta anos.
Y luego estaba Tomas, el menor. Tomas parecia un hijo adoptivo, tan diferente era de sus hermanos. Era rubio, cuando los otros eran morenos, alto como Eduardo, aunque mucho mas corpulento, con ojos lechosos y azules tan serenos que Edmundo se preguntaba ironicamente si Tomas vivia en el mismo mundo que ellos; no conocia el despecho ni la fatiga; era tan valeroso como los enormes mastines que criaban para azuzar a los osos y, a juicio de Edmundo, menos imaginativo.
– Cuentame que paso cuando Johnny y tu fuisteis capturados por Lancaster el ano pasado, despues de la batalla de Blore Heath. ?Os trataron mal?
Tomas partio un trozo de pan, sacudio la cabeza.
– No. La captura de prisioneros es demasiado comun como para arriesgarse a maltratarlos. En cualquier momento te puede tocar el papel de cautivo.
– Pero habreis sentido cierta aprension, al menos al principio -insistio Edmundo, y Tomas detuvo el cuchillo en el aire, lo miro con cierta sorpresa.
– No -dijo al fin, como si hubiera tenido que reflexionar sobre el asunto-. No, no recuerdo haber sentido aprension. -Completo el viaje del cuchillo hacia la boca, volvio a sonreir, diciendo con un aire jugueton que era tan jovial como carente de malicia-: ?Que sucede, Edmundo? ?Te preocupan las hordas de Lancaster que estan a nuestras puertas?
Edmundo lo miro friamente.
– Estoy verde de miedo -explico, con tanto sarcasmo que nadie dudaria que hablaba en broma.
Mientras Tomas seguia engullendo el capon, Edmundo se volvio hacia la ventana que estaba a sus espaldas, mirando el patio cubierto de nieve. No dudaba que Ned le habria respondido a Tomas de otra manera, se habria reido y habria concedido alegremente que, en efecto, estaba inquieto. Ned no se preocupaba por lo que pensaban los demas y los desarmaba al sorprenderlos con su franqueza. Edmundo habria querido hacer lo mismo, pero le resultaba imposible. Le importaba demasiado lo que los demas pensaban de el, aun aquellos a quienes no tomaba en serio, como Tomas. Solo a Ned le habria confesado sus temores. Y Ned estaba en el sur, de vuelta en Ludlow, reclutando efectivos para el estandarte yorkista. Aun faltaban dias para que regresara a Sandal.
Era extrano, penso, que aun le molestara tanto la ausencia de Ned. Ya tendria que haberse habituado; en los catorce meses que habian transcurrido desde la fuga de Ludlow, el y Ned habian estado separados un ano entero. Se habian reencontrado solo el 10 de octubre pasado, cuando Edmundo y su padre llegaron a Londres, donde los aguardaban Ned y su tio Salisbury. Y se habian demorado en Londres solo dos meses, pues Ned habia partido hacia Ludlow y la frontera galesa el 9 de diciembre, el mismo dia en que Edmundo, su padre y su tio Salisbury enfilaron al norte, hacia Yorkshire.
Edmundo se alegraba de que solo quedara un dia en ese ano de gracia de 1460. Habia sido un ano de ajetreo para la Casa de York, pero no habia sido un ano feliz para el. Se lo habia pasado esperando, lamentando el aislamiento y la inactividad de su exilio irlandes. A su juicio, Ned habia llevado la mejor parte, pues habia estado en Calais con Salisbury y Warwick.
Cuando huyeron de Ludlow a Gales, Edmundo tambien habria querido ir con sus parientes, los Neville. El desenfado de Calais lo atraia mucho mas que la sedentaria reclusion de Dublin. Pero el honor lo habia obligado a acompanar a su padre, aunque envidiara a Ned la libertad de hacer otra eleccion. Esa eleccion no habia complacido a su padre. La cortesia le impedia ofender a los Neville con la insinuacion de que no sabrian supervisar a Ned, pero se las habia apanado para hacerle saber a Ned lo que pensaba. Su hijo habia escuchado respetuosamente y luego habia actuado a su antojo, acompanando a sus primos Neville a Calais.
Edmundo se habia imaginado cuanto se divertia Ned en Calais, y su insatisfaccion degenero en depresion cuando en julio llego a Dublin la noticia de que Ned y los Neville habian desembarcado en suelo ingles. Les habian recibido bien en Londres y se apresuraron a consolidar su posicion. Ocho dias despues marcharon al norte para enfrentarse a las fuerzas del rey en la ciudad de Northampton. La reina estaba a treinta millas, en Coventry, pero la desdichada persona del rey habia caido en manos de los yorkistas victoriosos despues de la batalla. Edmundo aun no habia entrado en combate y sintio emociones ambiguas al enterarse de que Warwick habia confiado a Ned el mando de un ala yorkista. Edmundo estaba convencido de que nunca llegaria el dia en que su padre le encomendara una responsabilidad similar. Despues de la batalla habian trasladado al rey de vuelta a Londres y, con los debidos honores, lo habian instalado en la residencia real de la Torre. Pues ellos se oponian a la reina, no a Su Gracia, el buen rey Enrique, segun proclamaba Warwick mientras Londres aguardaba el regreso del duque de York desde Irlanda.
York llego en octubre y dejo azorados a Warwick, Salisbury y su hijo Eduardo cuando entro en Westminster y apoyo la mano en el trono vacante. Durante sus meses de exilio en Irlanda, habia llegado a la conclusion de que debia reclamar la corona o resignarse a librar una serie incesante de escaramuzas sangrientas con la reina y sus aliados.
Edmundo aprobaba la decision de su padre. Ese rey titere le parecia mas peligroso que un rey nino, y las