– Edmundo… Edmundo, lo lamento.

Edmundo no dijo nada. Se volvio para mirar las aguas; Rob solo pudo ver una marana de pelo castano oscuro.

Otros jinetes se aproximaban desde la direccion del campo de batalla. Se habia iniciado el saqueo de los cadaveres. Hubo una conmocion en el extremo del puente. Un soldado no se habia apartado con suficiente celeridad para complacer a uno de los jinetes, que lanzo el caballo contra el ofensor. Apretado contra el pretil, el hombre aullaba de temor y forcejeaba en vano contra los palpitantes flancos del animal.

Los captores de Rob despejaron el camino, se alinearon contra el pretil. Rob hizo lo mismo. De pronto estaba rigido, como si no tuviera aire en los pulmones. El jinete que se aproximaba le dio mala espina. Lord Clifford de Skipton-Craven. Clifford, uno de los que habia planeado la emboscada de Wakefield Green. Clifford, famoso por su fiero temperamento, aun entre sus propios hombres, y por su odio descomunal por el duque de York.

Edmundo reparo en el subito silencio. Al volver la cabeza, vio a un jinete que le clavaba los ojos con una intensidad que le recordo los ojos de su halcon favorito cuando avistaba una presa. Sostuvo la mirada, trago saliva; era extrano, pero su lengua ya no parecia pertenecer a su boca. ?Por que sentia de golpe ese miedo puramente fisico? Era como si su cuerpo reaccionara ante una presencia que aun no habia llegado a su cerebro.

– ?Quien es el? -le pregunto el caballero al soldado mas proximo, sin apartar los ojos de Edmundo. Como no recibio respuesta, rugio-: ?Me has oido, estupido hideputa? ?Su nombre, ya! Dilo en voz alta.

El hombre, intimidado, murmuro «Rutland».

– Soy Edmundo Plantagenet, conde de Rutland -tartamudeo Edmundo.

Clifford lo habia sabido.

– El cachorro de York -dijo con voz queda, sin la menor sorpresa.

Se apeo de la silla, sujeto la montura. Todas las miradas lo seguian. Edmundo reconocio a Clifford con una oleada de miedo que ya no era instintiva, sino que tenia pleno arraigo en la realidad. Trato de aferrar el pretil, pero las amarras le impedian buscar un asidero.

– Ayudadme a levantarme.

Un soldado tendio la mano pero se contuvo y miro a Clifford, que asintio.

– Ponlo de pie -le dijo.

El miedo entorpecia al hombre y Edmundo no era ninguna ayuda, acalambrado de frio, paralizado de dolor y temor. El soldado logro levantarlo, pero ambos cayeron contra el pretil. Un hervor de dolor subio desde la rodilla desgarrada de Edmundo, le convulsiono el cuerpo. Una bruma roja perforo la oscuridad, colores arremolinados de brillo hiriente y caliente que se disiparon en la negrura.

Cuando estaba en medio del puente, lo embistio una intermitente andanada de sonidos. Los soldados gritaban. Rob gritaba. Oia las palabras pero no las entendia. Volvio a apoyarse en el pretil, y el soldado que lo sostenia se aparto deprisa, asi que quedo solo. Algo le pasaba en la vista; los hombres parecian temblar, desenfocados. Vio caras distorsionadas, bocas torcidas, vio a Clifford y luego la daga desenvainada en la mano de Clifford.

– No -dijo con la calma de la incredulidad. Esto no era real. Esto no podia estar pasando. No se ejecutaba a los prisioneros. ?No lo habia dicho Tom? Tom, que tambien habia sido prisionero. Tom, que estaba muerto. Se puso a temblar. Esto era una locura, una ilusion de su mente obnubilada por el dolor. Menos de una hora atras, estaba de pie junto a su padre, en el salon del castillo de Sandal. Aquello era real, esto no. Esto no.

– ?Por Dios, milord, tiene las manos atadas! -grito un soldado, como si Clifford no lo hubiera notado y solo fuera preciso advertirle. Inmovilizado por hombres que parecian tan aterrados como el, Rob tironeo freneticamente de las cuerdas.

– ?Pensad, hombre, pensad! -le grito a Clifford-. ?Es el hijo de un principe, os servira mas vivo que muerto!

Clifford miro brevemente a Rob.

– Es el hijo de York, y a fe que me vengare.

Se giro hacia el aturdido muchacho. Rob se zafo, se arrojo hacia delante. Alguien intento apresarlo, erro; otras manos le aferraron la pierna, tiraron con tal fuerza que se desplomo. Escupiendo sangre, procuro levantarse, y nadie lo detuvo. Le permitieron recorrer a rastras la escasa distancia que lo separaba de Edmundo.

Se arrodillo junto al moribundo, trato de abrazarlo, trato de parar la sangre de Edmundo con las manos, siguio tratando mucho despues de que Edmundo hubiera muerto.

En el puente solo se oian sus angustiados sollozos. Los demas miraban a Clifford en silencio, con repulsion. El lo notaba, lo veia en lacara de esos hombres, soldados que a pesar de todo hacian cierta distincion entre las muertes. A ojos de ellos, esto no era una muerte en batalla, sino un asesinato a sangre fria. Un asesinato, para colmo, que los habia privado de un generoso rescate.

– York era culpable de la muerte de mi padre -clamo Clifford-. ?Yo tenia derecho a matar al hijo!

Nadie hablo. Rob abrazaba a Edmundo y lloraba. Al fin alzo la cara, para mirar a Clifford con ojos tan fulminantes que un soldado lancasteriano le apoyo una mano en el hombro para contenerlo.

– Tranquilo, hombre -le advirtio-. Fue un acto cruel, lo concedo. Pero todo termino, y no lo cambiaras desperdiciando tu propia vida.

– ?Termino? -repitio Rob, con voz ronca e incredula-. ?Dices que termino? ?Por Cristo! Despues de hoy, esto apenas empieza.

Mientras Margarita de Anjou se dirigia a la ciudad de York por la campina de Yorkshire, los campos nevados relucian con un brillo cristalino y cegador y el cielo resplandecia con un azul vivido y profundo mas propio de julio que de enero.

Su viaje hacia la escarpada comarca del oeste de Escocia habia sido fructifero. En la abadia de Lincluden, al norte de Dumfries, se habia reunido con la regente de Escocia y habian llegado a un trato, sellado con el futuro matrimonio de sus hijos. A cambio de la promesa de entregar a Escocia la fortaleza fronteriza de Berwick-upon- Tweed, Margarita recibiria un ejercito escoces para marchar sobre Londres. Estaba en Carlisle cuando se entero de la masacre de Sandal, y al aproximarse a la ciudad de Ripon fue acogida por el duque de Somerset y el conde de Northumberland y escucho los gratificantes detalles de la destruccion de su enemigo.

Delante se elevaban las blancas murallas de caliza de York. Las enormes torres gemelas y la barbacana de Micklegate Bar indicaban la principal entrada en York, custodiando el Ermine Way, que conducia al sur, hacia Londres. Como Margarita llegaba desde el noroeste, pensaba entrar en la ciudad por Bootham Bar. Para su sorpresa, Somerset insistio en que sortearan Bootham y tomaran la ruta mas larga de Micklegate.

Ahora veia por que. Una multitud se habia agolpado a las puertas de York para darle la bienvenida. El alcalde estaba ataviado con sus mejores azules, al igual que los regidores, mientras que los sheriffs usaban rojo. Habia ciertas ausencias llamativas, pues algunos habian sucumbido a la magnetica influencia del conde de Warwick, cuya residencia favorita se hallaba en Middleham, cuarenta y cinco millas al noroeste. Pero la impresionante concurrencia demostraba una vez mas que la ciudad de York respaldaba fervientemente a la Casa de Lancaster.

El honor de saludar a la reina se habia concedido a lord Clifford, que no era hombre a quien se le pudiera negar nada. Margarita le sonrio cuando el se hinco de rodillas, y sonrio de nuevo al darle la mano para que la besara. El tambien sonreia, en admirado tributo a su belleza y a su exito en Escocia.

– Milord Clifford, no olvidare el servicio que nos habeis prestado a mi y a mi hijo. Nunca olvidare Sandal.

– Madame, vuestra guerra ha concluido. -Retrocedio y senalo las puertas de la ciudad-. Aqui os entrego el rescate de vuestro rey.

Margarita miro hacia donde senalaba, Micklegate Bar, y vio que estaba coronada por un truculento racimo de cabezas humanas clavadas en picas.

– ?York? -pregunto. Clifford asintio adustamente y ella alzo la vista en silencio-. Es una pena que no hayais puesto su cabeza hacia la ciudad, mi senor Clifford. Entonces York podria velar por York.

Los que estaban en las inmediaciones rieron.

– Maman. -El hermoso nino que montaba su pony junto a Margarita se aproximo, mirando como los adultos hacia Micklegate Bar. Margarita se volvio afectuosamente hacia su hijo y agito una mano gracil en el aire.

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