enfermo y Jorge demasiado concentrado para reparar en ella; al aproximarse, oyo que Jorge soltaba un grito exasperado.
– ?Por Dios, Dickon, si vas a vomitar, no lo hagas aqui! Inclinate sobre el jardin.
Y con asombrosa habilidad, Jorge, que podia ser un calvario en la vida de Ricardo, pero tambien el mas firme de los aliados, respaldo al hermano menor hasta que paso el espasmo. Cecilia acababa de llegar.
Ricardo noto que el blando cojin donde apoyaba la cabeza era el regazo de su madre y trato de incorporarse, sin creer que su elegante e inmaculada madre estuviera sentada en el suelo de la vereda, sin cuidar las faldas de terciopelo forradas de marta.
– Quedate quieto -ordeno ella, y el se acosto con gratitud, demasiado debil para resistirse.
– Lamento haberme enfermado,
– Yo tambien me enfermo, Ricardo, cuando pienso en lo que les sucedio a tu padre y a tu hermano. -Vio que el hacia una mueca, y murmuro-: Era eso, ?verdad? Durante la misa… recordabas.
– Si -susurro el-. No puedo dejar de pensar en… en lo que sucedio en el castillo de Sandal. Pienso en ello continuamente,
– ?Tienes miedo, Ricardo? -pregunto ella cautamente, sin atreverse a creer que hubiera franqueado la barrera que los separaba.
– Si…
– ?Temias que tambien os ocurriera a Jorge y a ti?
El asintio.
– Si. Y a Ned… A Ned, ante todo.
Al tocarle la cara caliente, ella vio las lagrimas que escapaban entre las pestanas humedas y le surcaban la mejilla.
– Pero no pasara -anadio Ricardo, y abrio esos conmovedores ojos oscuros para mirarla con confianza-. Ned me lo prometio.
Ahora los hijos menores de Cecilia se habian ido a Borgona. Era muy tarde cuando Cecilia salio de la capilla de la Virgen de la catedral de San Pablo, fue trasladada en litera hasta el castillo de Baynard por calles desoladas. Londres ya parecia una ciudad sitiada.
En su camino a la alcoba noto que se tambaleaba, se quedo un rato en la escalera angosta y oscura que conducia a las camaras de arriba. Y luego se volvio a la derecha, no a la izquierda, traspuso la entrada del pequeno dormitorio que compartian sus hijos.
La puerta estaba entornada, una vela tenue chisporroteaba sobre el cofre que habia junto a la cama. Las cortinas de la cama estaban abiertas, las sabanas arrugadas, y al inclinarse creyo sentir el calor corporal de los ninos en los huecos donde habian dormido pocas horas antes. Casi sin voluntad, se desplomo en el borde de la cama, escrutando la oscuridad.
Un sonido salio del excusado del extremo de la habitacion. Irguio la cabeza, subitamente alerta. El sonido se repitio. No se detuvo a reflexionar. Cogio la vela y aparto la pesada cortina que cerraba el excusado.
Encima del asiento del excusado relucia una ventana angosta, una ranura para arqueros ampliada durante el ultimo siglo, que ahora actuaba como filtro del tenue destello del claro de luna. Las paredes estaban cubiertas con tapices bermejos y ambarinos para combatir el frio invasor de la piedra y la argamasa; en ese rincon mas oscuro la tela se combaba alejandose de la pared, y se hinchaba extranamente cerca del suelo. Ondeo de nuevo, y no podia ser efecto de la corriente. Se acerco al tapiz, lo aparto.
– ?Ana!
No sabia que esperaba encontrar, pero no esa carita vuelta hacia ella, un corazon pequeno y delicado, palido y exquisitamente trazado como blanco encaje espanol, el marco mas fragil para los oscuros borrones que parecian demasiado graves y temerosos por ser los ojos de una nina a la que aun le faltaban tres meses para cumplir cinco anos.
– Ana -repitio, con mayor suavidad, y tendio los brazos para sacar a la nina de su escondrijo. Parecia mas liviana que el aire, tan insustancial como las telaranas que recibian la luz de las velas por encima de sus cabezas.
– No me reganes -susurro la nina, y sepulto la cara en el cuello de Cecilia-. Por favor, tia… por favor.
Los fragiles bracitos se aferraban con asombrosa tenacidad, y al cabo Cecilia desistio de desprenderlos, y en cambio se sento en la cama con Ana en el regazo.
Cecilia sentia mucho afecto por Ana, la menor de las dos hijas de Warwick, una nina tan dulce que en la Casa de York no habia un corazon adulto que hubiera resistido largo tiempo el inocente asedio de Ana. Incluso Edmundo, que no se sentia muy comodo con los ninos, habia encontrado tiempo para mostrarle a Ana como proyectar sombras en la pared, para ayudarle a buscar sus mascotas perdidas. Este recuerdo le arranco lagrimas que le hicieron arder los ojos. Resueltamente, las reprimio y balanceo la cabeza sedosa contra su pecho, preguntandose por que Ana habria escapado de su cama para internarse en las camaras silenciosas y oscuras del castillo a semejantes horas, pues era una nina timida, la candidata menos probable para esa aventura temeraria.
– ?Que hacias aqui a estas horas?
– Estaba asustada…
Cecilia, que no tenia paciencia con los adultos, podia tener toda la paciencia imaginable con los chiquillos, si era necesario, y espero que Ana hablara sin apremiarla.
– Bella, mi hermana -anadio Ana meticulosamente, como si su tia abuela pudiera confundir a Isabel Neville, de nueve anos, con otras ninas de igual nombre que residieran en el castillo de Baynard, y Cecilia oculto una sonrisa.
– ?Que pasa con Bella, Ana? -pregunto para alentarla.
– Me dijo… me dijo que papa habia muerto. La reina lo habia capturado… lo habia capturado y le habia cortado la cabeza como hizo con nuestro abuelo, el primo Edmundo y el tio Tomas. Me dijo…
– Tu padre no esta muerto, Ana -interrumpio Cecilia, con tanta conviccion que Ana trago saliva, reprimio un sollozo y la miro boquiabierta, con las largas pestanas humedecidas por las lagrimas.
– ?De veras?
– De veras. No sabemos donde esta tu padre, pero no tenemos motivos para creer que ha muerto. Tu padre, nina, es un hombre que sabe cuidarse. Si hubiera sufrido algun dano, ya nos habriamos enterado. Ten, coge mi panuelo y cuentame como llegaste aqui, al dormitorio de mis hijos.
– Queria ver a mama, preguntarle si Bella decia la verdad. Pero sus damas dijeron que estaba acostada, que le dolia la cabeza, y les dijo de mal humor que yo debia volver a la cama. Pero yo se por que le duele la cabeza, tia. Estaba llorando. ?Estuvo llorando todo el dia! Y estaba llorando porque mi papa habia muerto, como decia Bella… -La voz de Ana, sofocada contra el pecho de Cecilia, adquirio mas firmeza-. Asi que vine a despertar a Ricardo. Pero el se habia ido, tia, el y Jorge se habian ido. Espere a que regresara, y entonces te oi y me asuste y me escondi en el excusado. Por favor, tia, no me reganes. ?Por que Ricardo no esta aqui y por que Bella dijo que mi papa habia muerto?
– Bella tiene miedo, Ana, y cuando la gente tiene miedo suele confundir sus temores con la verdad. En cuanto a tus primos, Ricardo y Jorge, tuvieron que irse de aqui por un tiempo. No sabian que se marchaban, y no pudieron despedirse de Bella y de ti. Fue algo repentino…
– ?Irse? ?Adonde?
– Lejos, Ana. Muy lejos… -Cecilia suspiro, urdiendo una explicacion sencilla para que Ana pudiera entender donde estaba Borgona, pero la chiquilla solto un ruido ahogado y gimio.
– ?Muerto! Esta muerto, ?verdad? ?Muerto como el abuelo!
Cecilia la miro pasmada.
– No, Ana, querida nina, no. No, Ana, no. -Ana habia empezado a sofocarse. Sin darse cuenta, Cecilia la habia estrujado demasiado. Rozo la frente de la nina con los labios y dijo con perentoria serenidad-: Ana, escuchame. La gente se puede ir sin morirse. Debes creerme, querida. Tu primo Ricardo no esta muerto. El regresara… y tambien tu padre. Te lo juro. -Alzo las mantas-. ?Esta noche quieres dormir aqui, en la habitacion de Ricardo?
Ana respondio con una sonrisa que la emociono y le hizo gracia.
Ese otono la chiquilla habia sido causa de gran bochorno para el hijo menor de Cecilia; Ricardo, el mas