– Son nuestros enemigos, bien-aime, pero ya no existen. Gracias a los senores de Somerset y Clifford.

– ?Todos nuestros enemigos? -pregunto el nino, perdiendo interes en los siniestros trofeos que se hallaban a gran altura.

– Todos salvo uno, Edouard -murmuro Margarita-. Todos salvo Warwick.

– Y Eduardo de March, madame -le recordo Somerset-. El hijo mayor de York no estaba en el castillo de Sandal, sino en Ludlow.

– Una pena -dijo ella, y se encogio de hombros-. Pero el no es una amenaza en si mismo. Solo tiene dieciocho anos, si mal no recuerdo. Warwick… Warwick es el enemigo. -Los ojos oscuros relucieron-. Daria la mitad de mis posesiones por ver su cabeza en Micklegate Bar.

– Madame, deje espacio para dos cabezas mas. -Clifford volvio a senalar hacia arriba-. Entre York y Rutland… para Warwick y el otro hijo de York.

Ante la mencion de Edmundo de Rutland, Somerset torcio la boca en una sonrisa burlona.

– Me sorprendio, milord Clifford, que expusierais la cabeza de Rutland en York. Pense que deseariais verla sobre las puertas de vuestro castillo de Skipton, para recordar la bravura de vuestra hazana.

Clifford se ruborizo con un amenazador rojo oscuro y las risitas nerviosas de los presentes se silenciaron abruptamente.

– ?Que hay de Salisbury? -pregunto con la voz ronca de un hombre que se considera agraviado por una acusacion injusta pero encuentra pocos partidarios para su causa-. Cuando fue capturado horas despues de la batalla, vos y Northumberland debatisteis toda la noche si aceptar la suma extravagante que ofrecia por su vida, y lo mandasteis al tajo a la manana siguiente, cuando Northumberland decidio que preferia su cabeza a su oro. ?Que diferencia hay entre la muerte de Salisbury y la de Rutland?

– Si os lo debo explicar, milord, es porque supera vuestro entendimiento -se mofo Somerset, y Clifford se llevo la mano a la empunadura de la espada.

Margarita se interpuso entre ambos con su montura.

– ?Basta, milores! Os necesito a ambos, y no tolerare litigios entre vosotros mientras Warwick aun respire. En cuanto a esta estupida rina por Rutland, lo que importa es que esta muerto, no como murio.

Su hijo aferro las riendas de la montura de Margarita, tan bruscamente que la sorprendida yegua se lanzo contra el caballo de Somerset.

– Maman, ?podemos entrar en la ciudad? Tengo hambre.

Margarita tuvo dificultades para calmar a la yegua, pero si la inoportuna interrupcion de su hijo la habia irritado, no lo demostro en el rostro ni en la voz.

– Mais oui, Edouard. Iremos de inmediato. -Irguio la cabeza, echo un ultimo vistazo a las cabezas que adornaban Micklegate Bar-. York queria una corona. Procurare que la tenga. Haced fabricar una de paja, milord Clifford, y coronadlo con ella.

Capitulo 4

Londres

Febrero de 1461

De hinojos ante el altar iluminado de la capilla de la Virgen, en la catedral de San Pablo, Cecilia Neville se persigno, hundio la cara entre las manos y lloro.

Su sequito aguardaba en el coro para escoltarla de vuelta al castillo de Baynard, el palacio yorkista que se hallaba al sudoeste de la catedral, sobre el rio Tamesis. Habia ido a San Pablo desde los muelles, donde habia dejado a sus hijos menores a bordo de un barco con destino al reino de Borgona. Los desconcertados ninos recien se habian levantado de la cama en el castillo de Baynard, pero no protestaron; en las siete semanas transcurridas desde la caida del castillo de Sandal, los habia rondado el temor de que los lancasterianos fueran a buscarlos. Ahora habia sucedido. No hacia falta explicarles que su madre temia por la vida de ambos, y sabian que no los enviaria fuera de Inglaterra por ninguna otra causa.

Cecilia habia tomado esta medida desesperada al enterarse de que el concejo de la ciudad, en la votacion de esa tarde, habia decidido abrir las puertas al ejercito de Lancaster. Pero hacia cuatro dias que presentia este desenlace, que los ninos y un escudero de confianza zarparian con la marea para buscar refugio en Borgona. No le quedaba otra decision posible desde que Londres se habia enterado de la derrota de Warwick en la batalla de San Albano, veinte millas al norte de la ciudad.

El panico habia cundido en Londres. Todos conocian anecdotas sobre los actos brutales cometidos por el ejercito de mercenarios y escoceses de Margarita. Ella habia prometido botin en vez de paga, y una vez al sur del rio Trent, esos hombres habian tomado su palabra al pie de la letra, con un salvajismo del que ningun ingles tenia memoria. Las tropas dejaban un rastro de devastacion en su avance hacia el sur, y el saqueo de Ludlow palidecia ante la caida de Grantham, Stamford, Peterborough, Hunlington, Royston.

La lista de ciudades parecia interminable, y cada vez llegaba mas al sur, cada vez mas cerca de Londres. Para la gente aterrada que se hallaba en el paso del ejercito lancasteriano, parecia que media Inglaterra estaba en llamas y todos contaban atroces historias sobre aldeas incendiadas, iglesias saqueadas, mujeres violadas y hombres asesinados, historias que eran exageradas y adornadas con cada nueva version, hasta que los londinenses se convencieron de que afrontaban un destino cuyo horror no tenia parangon desde que los hunos habian amenazado Roma.

Londres no habia pensado que Warwick perderia. Siempre habia tenido muchos simpatizantes en la ciudad y a los treinta y dos anos era un soldado de renombre, amigo de reyes extranjeros, un hombre rodeado por un esplendor que hasta un monarca envidiaria. La ciudad habia suspirado de alivio cuando marcho al norte con un ejercito de nueve mil efectivos y el rey titere, Enrique de Lancaster.

Cuatro dias despues, fugitivos yorkistas regresaron a la ciudad con una confusa historia sobre la batalla librada en San Albano, esa infortunada aldea que cinco anos atras habia presenciado otro encontronazo entre York y Lancaster. Al parecer el ejercito de Margarita habia cogido a Warwick por sorpresa, atacandolo por el flanco tras una extraordinaria marcha nocturna.

Todas las versiones afirmaban que Warwick habia logrado escapar, aunque se desconocia su paradero y era causa de grandes conjeturas. Pero habian capturado a su hermano, Juan Neville. Tras el macabro ejemplo que se habia dado en el castillo de Sandal, pocos creian que sobreviviera largo tiempo despues de la batalla.

Enrique de Lancaster era una pieza que volvia al tablero. Lo habian encontrado sentado bajo un arbol cerca del campo de batalla. Circulaba una historia escalofriante acerca de los caballeros yorkistas que se habian quedado para custodiar al rey cuando el les prometio un indulto. Los habian llevado ante Margarita y los habian decapitado frente a su hijo de siete anos. Nadie sabia con certeza si era verdad, pero la ciudad se hallaba en tal estado de animo que muchos lo creian.

Con la derrota de Warwick, solo Eduardo, conde de March y ahora duque de York, podia presentar un ultimo reto a Lancaster. Se pensaba que Eduardo estaba en Gales; a mediados de febrero, habian llegado informes a Londres sobre una batalla que se habia librado en el oeste, entre el lancasteriano Jasper Tudor, hermanastro del rey Enrique, y el joven duque de York. Las narraciones eran escuetas, pero parecia que Eduardo habia triunfado. Sin embargo, no se sabia nada mas, y todo lo demas quedo eclipsado por la devastadora noticia de la batalla de San Albano el martes de carnaval.

La atemorizada ciudad aguardaba la llegada de Margarita de Anjou y Cecilia no se animaba a demorarse mas. Habia despertado a Ricardo y Jorge para llevarlos a los muelles, y ahora lloraba con un desconsuelo que no habia conocido desde aquel dia de enero en que su sobrino, el conde de Warwick, le habia llevado la noticia de la batalla de Sandal, que le habia arrebatado a su marido, un hijo, un hermano y un sobrino.

En aquellos primeros dias de aturdimiento habia buscado el respaldo de Warwick, como unico pariente varon y adulto, tratando de olvidar la opinion que tenia de su celebre sobrino, que le recordaba ciertas cajas de ebano que habia visto a la venta en las ferias, lustrosas y atractivas, pintadas con deslumbrantes guardas de oro y bermellon, y que al inspeccionarlas de cerca revelaban que estaban cerradas hermeticamente, y que no se podian abrir.

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