audacia instintiva para aceptarlo, para entender que el riesgo merecia la pena.

– Madame, respaldadme en esto y quiza el principe Edouard no deba participar en la batalla. Podria terminar rapidamente, antes de que todo nuestro centro entre en combate. -Sintio cierta verguenza por esto, pero no demasiada. A esas alturas, le habria dicho cualquier cosa con tal de obtener su asentimiento.

Ella se alejo, miro las fogatas yorkistas. Se volvio.

– Muy bien, nos atendremos a vuestro plan, Somerset. Esta en vuestras manos. -El mostro los dientes en una sonrisa jubilosa, pero ella anadio con voz petrea, sin permitirle saborear el triunfo-: Con una condicion. Quiero que mantengais a Edouard lejos del combate. Quiero que este a caballo y custodiado en todo momento, y no quiero que se enzarce en la lucha.

– No puedo prometer semejante cosa -suspiro Somerset, con mu-cho tacto-. Sabeis que no puedo. Daria la vida por protegerlo; todos lo hariamos. Pero no puedo prohibirle nada, madame. Nadie puede. El cree que tiene edad para el mando. Su orgullo lo exige. Sabe que York aun no habia cumplido los diecinueve cuando gano Towton. Peor aun, sabe que Gloucester solo tiene dieciocho. No puedo prohibirselo, madame. El centro estara en realidad al mando de Wenlock, no del principe. Y creo que el aceptara permanecer montado durante la batalla. - Por un instante tuvo una imagen del rostro blanco y enfurrunado del principe-. Mas aun, estoy seguro de ello. Pero no aceptara mas. Y mas no puedo hacer.

Margarita asintio y Somerset vio que no habia esperado otra respuesta.

– No, supongo que no -dijo con voz seca. Se encogio de hombros, eludio su mirada-. Bien, pues, sera mejor que informemos a los demas de lo que planeamos para manana, milord.

Dejo que el le cogiera las manos; estaban heladas, yertas.

– Todo depende de vos, Somerset -susurro-. Todo: la vanguardia, la batalla, el destino de Lancaster. -Cobro aliento entrecortadamente-. La vida de mi hijo.

Capitulo 32

Tewkesbury

Mayo de 1471

La oscuridad se disipaba y estrias doradas surcaban el cielo cuando Francis entro en la tienda de Ricardo. Rob Percy ya estaba en el interior, sentado en un baul y royendo de mala gana una loncha de carne seca. Ricardo daba la espalda a la entrada de la tienda. Escuchaba al sacerdote que pronto pediria la bendicion de Dios para la causa yorkista; tambien escuchaba a un heraldo que llevaba la insignia de John Howard, y detras rondaba un correo con el Jabali de Gloucester blasonado en el pecho del tabardo. Francis se acerco a Rob, que le dejo espacio en el cofre, ofreciendole otra loncha de carne. A Francis se le revolvio el estomago de solo verla; nego con la cabeza.

Tras haber atendido al sacerdote y al hombre de Howard, Ricardo despacho a su correo, murmurandole unas frases destinadas a su hermano. Se volvio, sonrio al ver a Francis, que le devolvio la sonrisa, aunque la expresion de su amigo no lo habia tranquilizado. Ricardo parecia exhausto, como si solo lo sostuviera su fuerza de voluntad.

– No dormiste, ?verdad? -barboto con imprudencia. Noto, sin embargo, que a Ricardo no le molestaba.

– No -concedio Ricardo-. Tambien pase en vela la noche anterior a Barnet.

Ian de Clare, escudero de Ricardo desde Barnet, estaba arrodillado ante el, acomodando las placas puntiagudas que protegian el muslo. Ricardo penso que Ian estaba demasiado torpe esa manana, todo lo contrario del ducho Thomas Parr, y la colocacion de la armadura parecia llevar mas de la cuenta. Pero contuvo su impaciencia al estudiar la cara ladeada de Ian. Al fin Ian termino, hizo un ultimo ajuste a la hombrera izquierda de Ricardo, se aparto.

Rob y Francis no ocultaban su admiracion, y Ricardo sonrio. Estaba muy orgulloso de esa armadura blanca y brunida, la consideraba una autentica obra de arte, perfecta en cada pieza, y no era para menos, pues se la habia encargado a un maestro flamenco. No lo dijo, pero Rob y Francis sospechaban que era un regalo del rey. Ambos recordaban que Ricardo temia no recibirla a tiempo para la batalla, y se apresuraron a rendir tributo en la moneda mas valiosa del reino, unas bromas tan mordaces que Ricardo supo que admiraban la armadura tanto como el. Se rio cuando le aseguraron que el ejercito lancasteriano agradeceria que resultara tan facil distinguir a Gloucester de los demas caballeros de York.

Francis habia dejado los guanteletes en el suelo, junto al cofre. Se iba a agachar para recogerlos, pero Ian se le adelanto, y recibio su agradecimiento con una sonrisa tensa. Francis miro al escudero con ojos compasivos. Ian era un desconocido. No sabia nada sobre el salvo que, como todos los que servian a la realeza, era hijo de una familia terrateniente de abolengo. Sabia tambien que Ian tenia una edad parecida a la de todos ellos. Y que esta seria su primera batalla.

– Esto es siempre lo peor para mi -dijo Francis, como dirigiendose a todos-. La espera… Mi imaginacion se desboca y me convenzo de que estoy destinado a recibir una estocada en las entranas. Cuando comienza la batalla, siento gratitud, pues lo que Lancaster puede hacerme no es nada en comparacion con lo que yo me hago a mi mismo.

Ian lo observaba atentamente. Tenia brillantes ojos azules, como Rob y el rey. Los clavaba en la cara de Francis como si quisiera memorizarla.

– ?De veras es lo peor… la espera? -murmuro, y Francis asintio.

– De veras -murmuro a su vez, reparando en la mirada de Rob y Ricardo. Habia notado que se sorprendian, les habia visto intercambiar una mirada de desconcierto.

– ?Por la sangre de Cristo! -exclamo jovialmente Rob-. ?Los temores de Lovell palidecen frente a los mios! El teme una estocada en las entranas; un juego de ninos. Por mi parte, estoy seguro de que me castraran y luego me empalaran como un puerco.

– Deja de alardear, Rob -se burlo Ricardo-. A juzgar por tus palabras, nuestros temores no se comparan con tus padecimientos, pero te aseguro que mis demonios son peores que los tuyos. Aunque concedo que sufriste el mareo mas que nadie cuando cruzaste el Canal… y tambien te quejaste mas que nadie.

– Afortunadamente para Vuestra Gracia, no podiais veros a vos mismo -replico Rob-. Y afortunadamente no quise escuchar vuestra suplica de arrojaros por la borda para poner fin a vuestro sufrimiento.

Ricardo lanzo una carcajada, y todos se apresuraron a imitarlo, ansiando llenar con risas esos ultimos minutos.

Francis sabia que Rob era un marinero nato. Y sabia que Ricardo era un navegante avezado, aunque no tanto como Rob. Pero Ian se reia con una hilaridad genuina y espontanea.

Francis creia que los hombres no debian someterse a las emociones como las mujeres, y pasaba gran parte de su vida luchando contra sentimientos que consideraba sospechosos. Ahora se encontro luchando contra una traicionera marea de afecto por Rob Percy, por Ricardo Plantagenet, incluso por Ian de Clare, a quien no conocia. Santo Jesus, Cordero de Dios, cuidalos, musito, y un nuevo sonido se sumo a los ruidos del campamento que despertaba, un trompetazo distante.

Ricardo se puso alerta. Ya no se reia; ahora solo habia tension.

– Es hora -dijo con voz muy normal. Para quienes no lo conocian tan bien como Francis y Rob.

Ricardo condujo la vanguardia yorkista hacia el ataque con tal celeridad que Margarita tuvo que replegarse precipitadamente rio abajo, donde cruzaria el Severn para reunirse con su nuera y las otras damas que habian sido trasladadas poco antes del alba. El sol deslumbraba y el aire matinal titilaba en un resplandor brumoso cuando se inicio la batalla. Eduardo de York, montado en su caballo blanco, observaba desde una loma que estaba a medio camino entre la vanguardia y el centro. Algo le daba mala espina.

La artilleria lancasteriana disparaba contra la vanguardia. Los canones yorkistas tronaban a su vez, bombardeando las lineas lancasterianas. Eduardo sabia que el fuego de respuesta habia tomado al enemigo por sorpresa; era poco habitual usar canones para respaldar a la infanteria, pero Ricardo pensaba que sus hombres necesitarian toda la ayuda que pudieran obtener y Eduardo habia coincidido con el. Sabia que Ricardo no creia en la posibilidad de efectuar un primer ataque con exito, y ahora veia que las aprensiones de su hermano eran

Вы читаете El sol en esplendor
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату