Los lancasterianos tenian una doble ventaja con la posicion elevada que ocupaban en la estribacion de Gaston. No solo el enemigo tenia que luchar cuesta arriba, sino que los lancasterianos tenian una mejor perspectiva del campo de batalla, sobre todo el hijo de Margarita, sentado en su montura tras las lineas del centro. Una cuesta herbosa le brindaba una vision panoramica. Podia ver la vanguardia yorkista y la colina boscosa que separaba la vanguardia del centro y por donde Somerset guiaria a sus hombres. Podia ver el ala encabezada por Eduardo de York, todo con asombrosa claridad.

Ese enemigo legendario que ahora cobraba vida ante sus ojos era real e irreal a la vez. Creyo reconocer a York y observo esa silueta distante con interes hipnotico hasta que uno de sus guardaespaldas lo desmintio, diciendole que no podia ser York, quien solo montaba caballos blancos, ya que ese caballero montaba un bayo. El principe sintio decepcion pero tambien alivio, y luego empezo la batalla.

La vanguardia yorkista habia avanzado inexorablemente, como la rompiente que habia visto en las playas de Normandia, y luego fue diezmada por una feroz andanada de flechas, tan tupida que nublaba el cielo y ocultaba el sol. Los hombres que rodeaban al principe maldijeron cuando Gloucester ordeno la retirada; ansiaban que los yorkistas insistieran con ese ataque suicida, que se empalaran en la trinchera erizada de lanzas que separaba a ambos ejercitos. Nada de ello aun era real para el principe, ni los cuerpos abandonados mientras la vanguardia se replegaba, ni los vitores de los soldados lancasterianos, y menos los repiques que llegaban desde Santa Maria. Las campanas anunciaban la hora, llamando a los monjes para la misa de alborada mientras la batalla rugia a la vista de los muros de la abadia.

Somerset no perdio tiempo. Mientras la vanguardia yorkista se reorganizaba, se interno con sus hombres en el bosque, dejando solo una fuerza minima donde estaba parapetado el grueso de la vanguardia lancasteriana. Cuando dejo de verlos, el principe Eduardo sintio el cosquilleo de una premonicion.

Se habia entusiasmado con el plan del ataque de flanco, tal como su madre y Somerset lo habian expuesto anoche, aunque Wenlock y Devon se oponian. Wenlock lo habia calificado de locura absoluta. Pero el plan habia seducido la imaginacion del principe, y Somerset lo habia presentado como algo sencillo, casi inevitable.

Un terreno accidentado separaba las alas yorkistas, una extension boscosa que protegeria a la vanguardia lancasteriana mientras se aproximaba al flanco de York. Somerset aseguro que York nunca esperaria un ataque en ese sector. Y Gloucester, al otro lado de la colina, solo se enteraria cuando fuera demasiado tarde; lo mismo ocurriria con el ala de Hastings, desplegado a la derecha de York. Somerset cogeria el centro yorkista por sorpresa y, antes de que York pudiera recobrarse, el centro lancasteriano, al mando de lord Wenlock y el principe Eduardo, acometeria contra York desde el frente. Acorralada entre ambos, el ala de York se quebraria, se desperdigaria como hojarasca en un vendaval. Luego podrian despachar a Gloucester con tranquilidad, mientras Devon se encargaba de Hastings. Siempre que fuera necesario; era probable que la captura o la muerte de York pusieran fin a la lucha. Tal como lo exponia Somerset, el plan parecia infalible.

Pero ahora el principe estaba intranquilo; anoche no habia sabido valorar la seguridad de sus trincheras, la ventaja que les daban sobre los yorkistas. Mientras los hombres de Somerset se internaban en el bosque, parecian muy expuestos, muy vulnerables, y de pronto desaparecieron. Pidio agua, bebio con la sed mas profunda de su vida. Somerset era un soldado veterano. Conocia las artes de la guerra mejor que el, concedio Eduardo con renuencia, por primera vez. El juego mortifero que se desarrollaba alla abajo lo superaba; la brecha entre la expectativa y la realidad era tan vasta que la imaginacion no podia franquearla. Era el juego de Somerset, de Somerset y York.

Al cabo de una eternidad, Eduardo vio que la vanguardia lancasteriana emergia del bosque, justo sobre el flanco de York, tal como Somerset habia predicho. Los yorkistas retrocedieron alarmados, presa de la confusion. El principe vio que los hombres arrojaban las armas, echaban a correr. Por un momento fascinante, penso que la linea yorkista se romperia, se desperdigaria. Pero pronto algunos se reagruparon y estallo una feroz lucha cuerpo a cuerpo en toda la linea.

Estaban tan mezclados que Eduardo ya no distinguia un bando del otro, solo veia el choque de las armas y la contorsion de los cuerpos. Sus guardaespaldas le dijeron que York mismo encabezaba la contraofensiva; no era preciso que le dijeran. Lo sabia. No podia apartar los ojos del caballero que montaba ese brioso corcel blanco. Vio que el caballo cerraba las fauces sobre el rostro de un hombre, dejaba expuesto el hueso. Vio que el caballero desviaba mandobles para contraatacar con aterradora destreza, con la determinacion de matar y mutilar. Eduardo de York.

Miro fascinado, hasta que una imprecacion explosiva le llamo la atencion sobre la vanguardia yorkista. Entendio de inmediato por que sus hombres maldecian. Habia movimiento en las lineas yorkistas, una erupcion de actividad. Gloucester sabia lo que habia ocurrido, y hacia virar su vanguardia con desesperada velocidad. Los capitanes yorkistas, ahora a caballo, galopaban de aqui para alla, organizando las filas; pronto identifico a un caballero en un caballo castano con manchas blancas.

Que raro, penso con aturdimiento, que Gloucester no supiera que cuatro patas blancas traian mala suerte, que convenia evitar esas cabalgaduras. Sin duda era Gloucester. Parecia estar en todas partes al mismo tiempo, despotricando, persuadiendo, gesticulando. En un momento se topo con una zanja inmensa; en vez de sortearla, espoleo al caballo y la cruzo de un salto. El castano volo sobre la zanja con facilidad y los hombres que rodeaban al principe volvieron a maldecir. Sabia que la vanguardia de un ejercito solia ser el ala mas numerosa, pues le tocaba la tarea crucial de encabezar el primer ataque frontal, y suponia que Gloucester tendria dos millares de hombres a su mando. Parecia imposible que pudiera reagrupar a tantos efectivos tan rapidamente, y sabia que Somerset no esperaba eso.

El resto fue tan rapido que para el principe fue un borron que perdio toda semblanza de realidad. El centro yorkista cedia terreno; los hombres de Somerset olian la victoria, continuaban su avance. De pronto, desde una loma boscosa a retaguardia y a la izquierda de las lineas yorkistas, surgio un contingente de jinetes. Era imposible calcular el numero a esa distancia, pero parecian centenares, aureolados por el resplandor del sol que rebotaba en lanzas y escudos. Se estrellaron contra la linea de Somerset, sembrando tanto caos y confusion como el que habian sembrado los lancasterianos al salir del bosque. Los hombres de Somerset ya no estaban a la ofensiva; vacilaban con subita incertidumbre, enervados por la inesperada aparicion de esa nueva fuerza enemiga. York aprovecho la oportunidad y contraataco con un denuedo nacido de la desesperacion. Y entonces la vanguardia yorkista entro en escena.

La matanza que siguio fue rapida, horripilante. Atrapados entre Gloucester y York, los hombres de Somerset fueron exterminados. El principe Eduardo habia visto muertes, habia visto ejecuciones. Nunca habia visto nada como esto, no sabia que los moribundos gritaban asi, no sabia que un cuerpo podia contener tanta sangre. Noto que alguien le hablaba, tirando del estribo. Bajo la vista. No reconocio esa cara asombrada. Le llamo la atencion que un soldado se tomara la libertad de acercarsele como un igual, que los hombres de su sequito no le hubieran cerrado el paso. El soldado tenia el gesto demudado; con un respingo, Eduardo comprendio que el hombre lloraba.

– ?Deseas hablar conmigo? -atino a preguntarle.

– Santa Madre de Dios… -El hombre sollozaba sin reservas, y ni siquiera intentaba contener las lagrimas que surcaban ese rostro curtido y lleno de cicatrices, un rostro de guerrero-. ?Por que, Vuestra Gracia? ?Por que no acudimos en ayuda de Somerset? ?Por que milord Wenlock no dio el apoyo que Somerset esperaba? ?Por que, mi senor? ?Por que?

Cuando sus lanceros ocultos se sumaron a la lucha contra Somerset, Eduardo se permitio creer en el triunfo. ?Donde diantre estaba Wenlock? No lo entendia, y solo podia dar gracias a Dios por la inexplicable demora, la suerte turbadora que siempre habia tenido. Y luego dio gracias a Dios por su hermano, pues de pronto aparecio la vanguardia yorkista. No sabia como ni le importaba, pero una vez mas habia vencido, contra viento y marea. Su caballo cojeaba; se bajo de la silla, se apoyo en el flanco palpitante del animal y se echo a reir.

Los hombres de Somerset que habian sobrevivido se dieron a la fuga. Los yorkistas del centro y la vanguardia querian ajustar cuentas, y no estaban dispuestos a mostrar misericordia. Tampoco los comandantes yorkistas. Eduardo tenia la costumbre de advertir a sus hombres que mataran a los senores y perdonaran a los plebeyos. Esta vez no hizo esa advertencia y nadie freno la carniceria. Durante anos, el terreno por donde huyeron los lancasterianos seria conocido como Pastizal Sangriento.

Eduardo de York resollaba, conformandose con presenciar los estertores de muerte de la vanguardia

Вы читаете El sol en esplendor
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату