loma.

– Fui bien instruido por Ricardo Neville, que Dios lo tenga en su gloria -dijo Ricardo distraidamente, y Francis noto que estudiaba el terreno rocoso que se extendia entre ellos y las lineas lancasterianas.

– Se te facilitara la tarea, muchacho -dijo Eduardo, como leyendole el pensamiento-, si llevas la vanguardia por ese terreno para vertelas con Somerset. Pero no te preocupes por esa loma. Ya me he encargado de ello.

Miro el cielo crepuscular, que ahora era azul verdoso y oscuro, y al fin dijo las palabras que Francis ansiaba oir.

– Aqui no podemos hacer nada mas. Sera mejor que regresemos al campamento. Pronto llegara el alba. Siempre llega pronto.

Luces tenues alumbraban la tienda de los comandantes de Lancaster. Las sombras ondulaban, se replegaban ante el chisporroteo de las velas agitadas por la corriente, fluctuaban sobre el semblante tenso y fatigado de las cinco personas que se arqueaban sobre la mesa de caballetes que habian instalado para deliberar, y para una comida que nadie habia probado. Los exploradores les habian comunicado las posiciones del enemigo. Sabian que el joven Gloucester se las veria con Somerset, que Will Hastings se enfrentaria a Devon, y que York conduciria su centro contra John Wenlock y el principe. Margarita afrontaria la tarea mas dura: solo podia esperar.

Somerset apuro generosos tragos del mejor malvasia del abad Streynsham, luego cogio una rodaja de capon asado, pues les habian dado una dispensa para comer carne en esa vispera de batalla del viernes. Se obligo a mascar, a tragar; no era facil, pues estaba demasiado tenso para disfrutar de la comida, demasiado crispado para saborearla.

Dejando el jarro, miro a sus companeros. Todos llevaban las cicatrices de esa carrera infernal hacia el Severn, pero nadie habia sufrido mas que Margarita durante las horas turbulentas que transcurrieron una vez que se enteraron de que York les pisaba los talones.

Ella tenia el rostro tostado, pues ningun velo habria podido aguantar quince horas de exposicion al viento y al sol. Hacia rato que habia dejado su toca, y su cabello negro mechado de gris se derramaba en rizos desalinados sobre el cuello, desafiaba la sujecion de un mono flojo. Los ojos que Somerset consideraba tan bellos estaban tumefactos, inflamados, hinchados por la fatiga, la polvareda y las lagrimas de frustracion que habia derramado cuando les negaron la barcaza de Tewkesbury.

Haber llegado tan cerca, a la vista de la barcaza que prometia seguridad para su hijo… Somerset sabia que la atormentaba esa preocupacion, no el malestar fisico de un cuerpo que no estaba habituado a esos abusos. Habia soportado la marcha forzada sin quejas, incluso habia reclamado mas celeridad, y cuando sus mujeres se desmayaban, las despertaba a bofetadas y amenazaba con dejarlas a merced de York. Somerset sabia que ni siquiera habria pestaneado si cada soldado de Lancaster mordia el polvo del camino, si asi hubiera podido llevar al principe Eduardo a Gales.

Gales. Para Somerset, significaba refuerzos, nuevas tropas, la obtencion de una ventaja militar decisiva. Para Eduardo de York, planteaba una amenaza tan grande que habria hecho cualquier cosa para impedirles el cruce del Severn, incluso lanzarse a una agotadora marcha de treinta y cinco millas. Pero Somerset sabia que para Margarita Gales significaba la salvacion. Sospechaba que ella estaba empecinada en reunirse con Jasper Tudor porque asi podria postergar el enfrenta-miento entre su hijo y Eduardo de York. Tambien sospechaba que, una vez en Gales, ella habria recurrido a las intrigas y las maniobras sin el menor escrupulo con tal de mantener la batalla inminente siempre en el horizonte, postergandola para un «momento oportuno» que no llegaria nunca.

Pero ya no importaba lo que ella hubiera pensado hacer en Gales. Habian apostado y habian perdido. Y a orillas del Severn. Eso era lo que Margarita se negaba a aceptar.

Si York no hubiera deducido la estratagema de Sodbury, si no hubiera logrado recorrer esa distancia inconcebible tras someter a su ejercito a un esfuerzo sobrehumano, si… Somerset podia oir el rebote de esta palabra tras la frente angustiada de su reina. Conocia sus temores. Pero ahora que estaba acorralada, obligada a luchar, no daria cuartel, y pelearia con un salvajismo tal que el derramamiento de sangre de Sandal palideceria por comparacion. Haria cualquier cosa por salvar a su hijo, y Somerset contaba con eso.

Volvio a mirar a los demas. No le gustaba Wenlock, ex amigo de Warwick, lamentaba tener que confiar su centro a un hombre que le parecia poco mejor que una ramera, que se prostituia por el mejor postor. Wenlock, que no era joven, estaba gris de fatiga. Devon tambien parecia cansado. Por la sangre de Cristo, todos estaban cansados, y el tanto como ellos. Alzo el jarro, lo vacio. Poso la mirada en el principe Eduardo; hacia horas que el muchacho no probaba bocado.

– Deberiais comer, alteza -lo apremio, mas por sentido del deber que esperando que Eduardo lo escuchara, pero Margarita se sumo al estribillo.

– Somerset tiene razon, bien-aime. Un poco de ese pastel frio… Te sentiras mucho mejor.

– Me siento bien tal como estoy -repuso el principe-. No tengo hambre. No entiendo por que eso es tan insolito, por que siquiera merece un comentario.

Somerset lo miro intrigado, no dijo nada. Eduardo habia permanecido inusitadamente callado todo el dia, mas apocado que nunca. Al pasar la noche, revelaba una creciente irritacion. Somerset lamento que de nada sirviera asegurarle al principe que era natural tener miedo en visperas de la batalla, que todos los hombres lo sentian, que nadie llegaba al campo sin un nudo en el estomago, sin un sudor frio en la frente, los sobacos, la entrepierna. Pero prefirio no intentarlo. Eduardo nunca confesaria ese temor; no podia. Solo podia sufrirlo. Bien, si aceptaban su plan, ayudaria a Eduardo a pensar en algo aparte de las muchas horas que faltaban para el alba.

– Aqui hace calor, madame. Quiza os despejeis si tomais un poco de aire. Por favor. -Le extendio el brazo. Ella meneo la cabeza, pero el insistio-: Creo que el aire fresco os hara bien, madame.

Margarita iba a negarse, pero callo. Asintio, y el agradecio que lo hubiera entendido. Ella se inclino, beso a su parco hijo en el rizo que le cruzaba la sien y cogio el brazo de Somerset.

Fuera de la tienda el aire estaba mas fresco y el cielo estaba despejado, constelado de puntos luminosos y remotos. Al menos no habria una niebla que favoreciera a York, como en Barnet, penso Somerset con alivio, escrutando la lejania donde parpadeaban las fogatas yorkistas.

– ?Por que queriais verme a solas, Somerset?

– Porque tengo un plan, madame, un plan que nos permitira obtener la victoria.

– ?Que os proponeis? -mascullo ella-. ?Enviar un asesino al campamento yorkista para que deguelle a York? Os aseguro que nada me complaceria mas.

– No, madame -dijo el pacientemente, y ella noto que hablaba con suma gravedad.

– ?Que, Somerset? -susurro.

– He pasado varias horas estudiando el campo de batalla, que tiene varios declives y mucha vegetacion. Se me ocurrio una idea y envie exploradores para ver si tenia razon. Asi era. Este campo tiene una visibilidad limitada, madame. La configuracion del terreno impedira que la vanguardia y el centro de York puedan verse entre si.

– Decidme vuestro plan.

El se lo conto, y ella guardo silencio.

– No se -respondio al cabo-. Seria un gran riesgo, Somerset. Inmenso.

– No vacilasteis en correr riesgos en San Albano -le recordo el-, y asi derrotasteis al Hacerreyes. Claro que nos expondriamos al peligro. ?Pero podriamos ganar mucho con ello, madame! Lo he pensado concienzudamente. Puede funcionar. Tomaremos a York por sorpresa, lo juro por mi vida. Y antes de que pueda recobrarse… -Hizo un gesto cortante con la mano, rapido y grafico.

– Si -dijo ella lentamente-. Si, podria funcionar. No se, Somerset, no se. Si se tratara de mi, solo de mi, diria que si, correria el albur, y al demonio con el riesgo. Pero no se trata solo de mi. -Le acaricio la mejilla, aparto la mano-. Sois un hombre valiente, un amigo leal, y os aprecio, Edmundo, de veras. Pero creo que sera mejor que discutamos esto con los demas, con Wenlock, Devon, con mi Edouard. Si ellos lo aprueban…

Hablaba con inusitada indecision; el intuyo que ella resistia su inclinacion natural, que era aceptar el plan, tomar la medida audaz que les brindaria la mayor ganancia. El Senor nos libre de los estrechos limites de la maternidad, penso agriamente. Pero no tenia intencion de someter su plan al juicio de los demas. No confiaba en Wenlock, Devon era demasiado conservador, Eduardo demasiado inexperto. Solo ella tenia la imaginacion, la

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