Apenas respiraba, tan quieto estaba, y no se movio hasta mucho despues de que ellos abandonaron la tienda, demasiado conmocionado para conciliar el sueno despues de oir las palabras de Eduardo.
Pero Eduardo se equivocaba; no lucharian el dia siguiente. A las tres de la manana despertaron al rey con noticias alarmantes. Una vez mas, Margarita lo habia burlado. En cuanto tuvo la certeza de haberlo atraido a Sodbury, dejo de fingir que presentaria batalla. Mientras el acampaba en Sodbury, ella se dirigia velozmente al norte, hacia Gloucester.
Eduardo se enfurecio al enterarse, pues una vez que ella llegara a Gloucester, una vez que cruzara el Severn, podria quemar el puente para entorpecer la persecucion y avanzar tranquilamente hacia Gales para reunirse con las fuerzas de Jasper Tudor.
La furia de Eduardo fue apabullante, aun para sus allegados. La amenaza militar que representaba esa retirada hacia Gales era muy real, pero ante todo se sentia lastimado en su orgullo. Le costaba digerir que Margarita lo hubiera enganado dos veces, pero no se demoro en su colera. Una hora despues levantaban campamento para lanzarse a una feroz persecucion.
Sabia que no podria alcanzarla antes de que llegara a Gloucester, pero un correo yorkista pronto galopo hacia el norte, llevando un despacho urgente para Richard Beauchamp, gobernador del castillo de Gloucester, ordenandole que cerrara las puertas de la ciudad a los lancasterianos a toda costa. Mientras tanto, Eduardo condujo a su ejercito al norte, por la estribacion de Cotswold, hacia el siguiente cruce del Severn, la localidad de Tewkesbury.
Los hombres que realizaron esa marcha la recordarian por mucho tiempo. Habia sido rapida, rabiosa y frenetica, pues Eduardo estaba decidido a detener a Margarita antes de que pudiera reunirse con los rebeldes galeses. Ella estaba igualmente decidida a cruzar el Severn y asi postergar el enfrentamiento, y el viernes se convirtio en una pesadilla de polvo, fatiga y sed para los hombres de Lancaster y York.
Eduardo era famoso por la rapidez con que podia desplazar a un ejercito; la celeridad de sus campanas era celebre. Esta vez, apremiado por la necesidad, azuzo a sus hombres sin misericordia. Aunque estaban a principios de mayo, el calor aumentaba mientras el sol subia en el cielo, hasta que los soldados transpiraban bajo temperaturas mas estivales que primaverales. No solo les faltaba el sueno; tambien escaseaba el agua, y el unico arroyo que cruzaron pronto quedo tan revuelto y enlodado por los caballos de la vanguardia que ni siquiera los soldados mas sedientos quisieron beber alli.
Las tropas lancasterianas tambien habian marchado toda la noche, y llegaron a Gloucester a las diez de la manana del viernes, hambrientas y sedientas, ansiando atravesar el puente que cruzaba el Severn, pero descubrieron con amargura que la ciudad les cerraba las puertas por orden del gobernador Beauchamp. Sabian que los yorkistas los perseguian y no osaban tomarse el tiempo para forzar las puertas, temiendo que el enemigo los alcanzara antes de que pudieran someter a esa poblacion contumaz. No tenian mas opcion que dirigirse al cruce de Tewkesbury, tan sedientos y extenuados como los yorkistas que los perseguian, y para ellos se anadia otra crueldad, la humillacion de ser cazados y no cazadores.
Todo el dia los dos ejercitos marcharon al norte, hacia Tewkesbury. Dado el paso agotador que Eduardo habia impuesto al enterarse del engano de Margarita, no mediaban mas de cinco millas entre ambas fuerzas, y pronto la vanguardia yorkista avisto la retaguardia de Lancaster.
A las cuatro de la tarde las fuerzas lancasterianas llegaron a Tewkesbury, y alli los simpatizantes yorkistas les negaron el uso de la barcaza de la abadia. Margarita ordeno que despejaran el camino por la fuerza, pero solo ella tenia estomago para esa confrontacion sangrienta. Sus hombres y caballos estaban exhaustos, y Somerset sabia que no habia modo de aplastar la resistencia y transportar al ejercito por el rio cuando Eduardo de York estaba a menos de cinco millas y se aproximaba rapidamente. El comandante anulo la orden de la reina. Somerset se apresuro a explorar el terreno y los fatigados lancasterianos se prepararon para defender su posicion a orillas del rio que tan desesperadamente habian tratado de cruzar.
El ejercito lancasteriano habia marchado durante quince horas, y habia logrado recorrer veinticuatro millas en su carrera hacia el Severn. Pero Eduardo habia logrado lo imposible; en solo doce horas, habia recorrido treinta y cinco millas. Decidio recompensar a sus hombres y detuvo al ejercito yorkista en la aldea de Cheltenham, nueve millas al sur de Tewkesbury, para que comiera y bebiera por primera vez en la jornada. Luego desplazo sus divisiones hacia las lineas lancasterianas y cabalgo con sus capitanes para estudiar lo que el dia siguiente seria el ultimo campo de batalla de la guerra que habia devastado las Casas de Lancaster y York durante casi dos decadas.
Ricardo no era famoso por el uso excesivo o imaginativo de la procacidad, pero lo que dijo al ver el terreno que se extendia entre las lineas yorkistas y las trincheras del ejercito lancasteriano le gano la sorprendida admiracion de Francis y Rob Percy. Coincidian plenamente con su airada invectiva mientras inspeccionaban el campo.
Los lancasterianos habian desplegado sus lineas de batalla en un terreno alto al sur de la aldea de Tewkesbury, y asi tenian una ventaja natural sobre los yorkistas, que tendrian que luchar cuesta arriba. A la izquierda lancasteriana se hallaba el arroyo conocido como Swillgate Brook; a la derecha, tupidos bosques se extendian desde la carretera de Gloucester hasta el cruce de los rios Severn y Avon; el terreno que separaba a ambos ejercitos, el terreno que tendria que atravesar la vanguardia yorkista, era la pesadilla del soldado: una apretada marana de arbustos y enredaderas espinosas, grietas, arboles caidos, terraplenes, setos mas altos que un hombre, pozos profundos llenos de agua parda y salobre.
Ricardo avanzo con su caballo para examinarlo mejor. Cuanto mas miraba, mas desazon sentia. De cuando en cuando, murmuraba «Dios y Jesus», mas para si mismo que para los demas. Cuando Francis freno a su lado, senalo a la izquierda.
– Mira alla, Francis. Esa loma boscosa… ?Te puedes imaginar mejor cobertura para una emboscada? Y estara en el flanco de mi ala, Dios nos guarde.
Ahora que Ricardo senalaba esa elevacion boscosa, Francis comprendio el peligro potencial que planteaba. Pero el comentario de su amigo lo confundia. La vanguardia siempre se apostaba a la derecha, pero Ricardo acababa de nombrar el ala izquierda como suya.
– Te refieres al ala de Hastings, ?verdad? La vanguardia lucha a la derecha del ala del rey, ?o no?
– Manana no -afirmo Ricardo-. Manana alineamos a nuestros hombres aqui.
De pronto ese terreno intransitable cobro una significacion nueva y personal para Francis.
– ?Quieres decir que tenemos que cruzar esos desniveles y esa vegetacion? Dios santo, ?por que?
– Mi hermano se ha enterado de que Somerset guiara la vanguardia lancasteriana. -Ricardo titubeo, pero no habia manera delicada de decirlo-. No quiere que Will Hastings se enfrente a Somerset. Asi que manana la vanguardia lucha a la izquierda.
Francis cobro aliento. Eso si que era una espada de doble filo: una bofetada a Hastings, y un cumplido para Dickon. Se pregunto como lo habria tomado Hastings, abrio la boca para preguntar cuando el aire vespertino se lleno con el tanido de las campanas de una iglesia. Miro hacia el norte mientras los ecos se extinguian. La abadia de Santa Maria Virgen, a media milla a la retaguardia de las lineas lancasterianas, tocaba las visperas. Tal como los monjes lo hacian cada atardecer, como si no hubiera dos ejercitos que sumaban once mil hombres desplegados en formacion de batalla, con solo tres millas y una noche de espera entre ambos.
Ricardo volvio grupas; unos hombres se acercaban. Dada la inminencia de la batalla, Eduardo montaba un corcel de guerra y no un animal mas docil, y sus acompanantes le dejaban espacio al caballo blanco. Aunque las batallas se libraban a pie, los comandantes debian tener a mano caballos briosos que les permitieran perseguir, reagrupar fuerzas, llamar a filas y, en caso necesario, a retirada. Para satisfacer esa necesidad, ese corcel habia sido desarrollado, criado y entre-nado unicamente para la guerra. Podia cargar a un caballero con armadura completa, y su temperamento fogoso lo transformaba en un arma decisiva. Francis habia oido historias sobre hombres que no perecian por las estocadas, sino porque los habia arrollado un corcel de guerra. Rara vez los montaban salvo para guerrear, y requerian un jinete alerta, una mano firme. Momentos atras, el caballo de Eduardo le habia lanzado un tarascon a un jinete que habia cometido la imprudencia de aproximarse a sus dientes romos y amarillos; solo la vigilancia de Eduardo habia impedido que el hombre sufriera una fea herida.
Francis contuvo su cabalgadura mientras Ricardo se aproximaba a su hermano. Vio que Ricardo senalaba la loma boscosa de la izquierda y se aproximo. Eduardo se echo a reir y se volvio hacia Will Hastings.
– Me debes dinero, Will. Le aposte a Will cincuenta marcos a que enseguida detectarias el peligro de esa