compania. Creo que no se arriesgara a dejarme encinta ahora que mi padre ha muerto -dijo impavidamente, y anadio con amargura-: Como ves, nuestro padre no murio en vano, a pesar de todo.
Isabel abrio la boca para prevenir a Ana; era peligroso expresar ciertas indiscreciones en voz alta. En cambio, dio un respingo de horror, pues Eduardo de Lancaster estaba en el umbral.
Ana vio su alarma, dio media vuelta. Al ver a su esposo, palidecio. Aferro el borde de la mesa y empezo a retroceder mientras el se le acercaba, hasta que la pared de la camara la detuvo.
Isabel observaba, fascinada, mientras su mente acelerada procuraba recordar si ella habia dicho algo que Eduardo encontrara reprochable. Con alivio, decidio que sus palabras habian sido razonablemente circunspectas. ?Por que Ana no aprendia a refrenar la lengua? ?Ahora se veria en problemas! El matrimonio de Isabel habia tenido su buena cuota de tensiones y desavenencias, pero Jorge nunca la habia mirado como Eduardo miraba a Ana. De pronto no era tan renuente a reunirse con Jorge en Londres. Al margen de lo que sintiera por el, nunca le habia temido, y vio que su hermana temia a Eduardo.
Ana usaba una cadenilla de oro en el cuello, un viejo regalo de su padre; un delicado crucifijo de oro y ebano descansaba entre sus senos, apenas visible por encima del corpino del vestido. Eduardo entrelazo los dedos en la cadenilla, y la tenso para atraerla, hasta que sus cuerpos se tocaron y ella tuvo que echar la cabeza hacia atras para mirarlo a la cara.
– Por una vez tienes razon,
– ?Eduardo! -exclamo Isabel, tan asperamente que todos se sobresaltaron, incluso ella. Pero habia visto la expresion de Ana y tenia miedo de lo que ella pudiera decir. Sabia que su recatada hermana no era agresiva, que evitaba el conflicto; Ana rara vez se encolerizaba, y nunca tenia los berrinches a que ella era propensa. Pero Ana podia ser tozuda y ante una provocacion podia reaccionar con la franqueza mas temeraria.
Ana tenia un aire de obcecacion; habia odio ademas de miedo en su rostro, e Isabel temia que su hermana sucumbiera a uno de esos imprudentes estallidos de sinceridad compulsiva. Pues si lo hacia…
Una vez Eduardo la habia sorprendido al decirle que no aprobaba la aplicacion de castigos corporales a la esposa. Las autoridades seglares y espirituales reconocian que el esposo tenia derecho a escarmentar a una esposa desobediente e Isabel creia que el compartiria ese criterio. Consideraba que su cunado no era alguien que renunciaria voluntariamente a ninguna prerrogativa. Pero en esa conversacion el habia sido muy enfatico. Isabel lo recordo ahora, pero no estaba dis-puesta a confiar en las inclinaciones filosoficas de su cunado; mas valia no poner a prueba ciertas convicciones.
– Edouard… ?me buscabas? -concluyo. Dadas las circunstancias, no se le ocurria nada mejor.
Pero fue suficiente. El solto la cadenilla de Ana, retrocedio y atino a responder con una semblanza de cortesia.
– Vine a despedirme… y a desearte
– ?Buena suerte? -repitio ella, y sonrio turbadamente-. ?Acaso crees que tendre dificultades para llegar a Londres?
– No. Creo que necesitaras suerte despues de llegar a Londres.
Isabel sintio resentimiento, pero no mucho, pues habia una gran verdad en lo que el decia. Le sonrio amablemente, pero el le daba la espalda y volvia a mirar a la callada Ana.
– ?Te deseo
Ana trago saliva, se dispuso a hablar pero se amedrento cuando el tendio la mano como para tocarle la mejilla. Se quedo muy tiesa, pero ladeo la cabeza y el rio, sin el menor rastro de alegria.
Se acerco a Isabel, se llevo su mano a los labios.
– ?Tienes suficientes hombres armados para tu escolta?
Isabel asintio, sorprendida.
– ?Estas segura,
Ella no lo habia esperado; era una generosidad gratuita que sin duda habria enfurecido a Margarita. Sonrio.
–
El tambien sonrio, se encogio de hombros.
–
Al cerrarse la puerta, Isabel intento acercarse a Ana, pero titubeo. La expresion de su hermana le decia que su abrazo no seria bien recibido.
Vio una marca tenue en el cuello de Ana, la mordedura de la cadenilla, y vio con que rapidez subian y bajaban los senos de su hermana. Espero lo que considero un intervalo discreto, dandole tiempo para recobrarse.
– Ana, debo irme. Se hace tarde, ya es casi mediodia.
Ana alzo las pestanas. Isabel nunca le habia visto los ojos tan oscuros, un pardo de medianoche, casi negro, pero no habia lagrimas en ellos, y eso conmovio a Isabel casi tanto como el uso de «Bella», pues recordo que Ana siempre rompia a llorar por una mascota extraviada, una reprimenda injusta, una balada de amor no correspondido.
Estrecho a Ana con fuerza.
– Dios te guarde, Bella.
– Cuidate, hermana. En nombre de Nuestra Senora, cuidate.
– Me cuidare. Ahora debo decirle a Veronique que se ira contigo. Aun no lo sabe… -Dejo de hablar, cobro aliento-. Luego regresare a la capilla de la Virgen. -Y sin mas expresion de la que Eduardo habia mostrado unos instantes antes, anadio-: Quiero encender una vela para York.
Capitulo 30
Martes 23 de abril, fiesta de San Jorge, santo patron de Inglaterra. Eduardo habia decidido celebrar el dia en el castillo de Windsor, donde estaba acuartelado desde el viernes anterior, enviando ordenes de reclutamiento a quince condados en su afan de reunir nuevas tropas. El anochecer habia oscurecido el cielo del ocaso con tanta rapidez como si fuera pleno invierno, y los lores yorkistas ya se congregaban en la camara iluminada por velas y acuciada por las sombras.
Durante dias habian discutido, tratando febrilmente de prever las maniobras de los lancasterianos. Los primeros informes decian que el ejercito lancasteriano se dirigia a Salisbury, que estaba camino a Londres. Pero pronto llegaron noticias contradictorias, y Eduardo las analizo y llego a la conclusion de que el avance sobre Salisbury era una finta, una treta militar para ocultar el autentico objetivo: Gales y los efectivos de Jasper Tudor, el medio hermano gales de Enrique de Lancaster.
Ya habian tomado la decision; al dia siguiente, los yorkistas marcharian al oeste. Para llegar a Gales tenian que vadear el rio Severn, y solo habia tres cruces viables: Gloucester, Tewkesbury y Worcester. Eduardo queria interceptar a los lancasterianos antes de que llegaran a cualquiera de los tres.
Pidio vino y se volvio hacia John Howard.
– ?Has tenido mas noticias de tu hijo? -murmuro.
La boca severa se ablando, casi sonrio.
– Si, Vuestra Gracia. Esta mejor, gracias a Dios.
– Los Howard sois una raza resistente -dijo Eduardo, complacido-. Estaba seguro de que tu Thomas sobreviviria para llegar a viejo.
Tiempo atras Eduardo habia aprendido un truco muy sencillo. Un buen modo de conquistar el afecto de los demas era aparentar atencion, y el parecia atento a la respuesta. Pero aunque fijaba los ojos en el rostro de Howard, sus pensamientos estaban muy lejos, y en cuanto tuvo la oportunidad aprovecho para expresar la