primera vez en mucho tiempo que no hubiera mayor intimidad entre ambas, que en muchos sentidos solo fueran desconocidas que se veian a diario.
– ?Te encuentras bien? -pregunto con un titubeo, y sintio alivio cuando Ana asintio.
– Te echare de menos, Bella.
Las lagrimas empanaron los ojos de Isabel. Bella era un nombre de la infancia, y se habia acunado porque su hermanita no podia pronunciar Isabel. El nombre habia quedado; muchos aun la llamaban Bella, entre ellos Jorge y Ricardo. Pero Ana lo habia abandonado tiempo atras, y esta recaida revelaba mucho sobre el estado emocional de su hermana.
– Yo tambien te echare de menos -balbuceo, y esta vez el
– Bella, debo pedirte un favor. ?Conoces a Veronique de Crecy, la joven francesa que nos acompano desde Amboise?
Isabel trato de asociar el nombre con un rostro, lo recordo con una pizca de disgusto.
– ?Veronique? Desde luego. ?Por que?
– Veronique se ofrecio para acompanarme a Inglaterra, para seguir sirviendome como lo hizo desde agosto en Amboise. No debi haberlo permitido pero fui egoista, necesitaba su amistad. Y ahora… Llevala contigo. Hazlo por mi, por favor.
– Pero Ana, si ella viene conmigo, no tendras a nadie -protesto Isabel.
– Seria peor si se quedara -dijo Ana con rostro grave y palido, pero sin lagrimas-. Ya ha renunciado a muchas cosas por mi. Al menos debo procurar que no sufra mas perdidas. Contigo estara a salvo.
– Si es tu deseo, Ana, claro que lo hare. ?Tan segura estas de que York ganara?
– Si nuestro padre no pudo derrotar a Ned, dudo mucho que el pueda. Si, creo que York ganara.
– Pero no puedes estar segura. Lancaster cuenta con comandantes avezados, hombres como el duque de Somerset. Y pueden pasar muchas cosas en una batalla. ?Por que no retienes a Veronique? Al menos tendrias una persona en quien podrias confiar.
Ana no respondio de inmediato. En cambio, se inclino sobre uno de los cofres abiertos de Isabel, metio un manto forrado de marta, y cerro la tapa. Se enderezo y miro a Isabel a los ojos.
– Aunque Lancaster venciera, yo no podria hacer nada por Veronique. Y menos despues de Barnet. ?Crees que el piensa conservarme como esposa mas tiempo del necesario? ?Debo recordarte que no recibimos dispensa papal para nuestra boda? La obtuvimos del patriarca de Jerusalen, y bastaria esa causa para cuestionar la validez del matrimonio. Me encerrarian en un convento al mes de una victoria lancasteriana, y estaria divorciada antes del fin de ano, y ambas lo sabemos.
Isabel lo sabia, sabia que nunca habia dificultad en encontrar fundamentos para disolver un matrimonio no deseado, para repudiar a una esposa no querida. Solo bastaba que el hombre tuviera suficiente poder, y que la mujer no tuviera parientes poderosos que acudieran a la intercesion del papa. Ana habia dicho la verdad.
Miro a su hermana, asombrada de que Ana pudiera hablar tan friamente de su propio futuro, maxime el futuro que ella presentia. Recordo que Ana nunca habia llamado a su esposo por el nombre. Siempre era «el», en ocasiones «Lancaster», nunca Edouard.
Se sento en el cofre que Ana habia cerrado.
– Odio dejarte aqui, Ana… con ellos.
Ana se inclino, le beso la mejilla.
– Estare bien, Bella.
– No, no estaras bien. Pero yo no puedo hacer nada al respecto. -Dio un punetazo contra la tapa del baul-. Malditos sean. ?Malditos sean todos!
Ana sonrio languidamente.
– ?Quienes, Bella? ?Lancaster o York?
Al cabo de una pausa, Isabel tambien sonrio, aunque sombriamente.
– No he tomado partido como tu, hermana… Ambos. -Sabia que no debia demorarse. No podia hacer nada por Ana y le esperaba un viaje largo y extenuante… para reunirse con el esposo que la habia traicionado-. Aunque no deseo quedarme aqui, no tengo la menor gana de llegar a Londres -confese-. Se desde hace tiempo que Jorge solo se preocupa por Jorge, pero esto… ?Como pudo hacerlo, Ana? ?Como?
Ana se mordio el labio, meneo la cabeza en silencio.
– Y yo, necia de mi, solo pense en su seguridad cuando me hablaron de Barnet. ?Y el jamas se preocupo por la mia!
– Lo lamento, Bella. Lo lamento mucho.
– Solo Dios sabe por cuanto tiempo lo planeo. Quiza antes de que Ned partiera de Borgona. Podemos tener la certeza de que no actuo impulsado por el amor fraternal. Si, siente afecto por Dickon, supongo. ?Pero Ned? Jorge ama a Ned como un infiel ama la Cruz Verdadera, o como Cain amaba a Abel. No, lo penso de antemano, con todos los pormenores. Pero ni siquiera se molesto en advertirme, en mandarme un mensaje. No, dejo que me enterase por intermedio de aquellos a quienes el habia traicionado. Ana, ?como puedo mirarlo a la cara despues de eso? ?Como puedo perdonarlo?
Ana la miraba boquiabierta.
– Ni idea -dijo, tan rigidamente que el cambio de tono llamo la atencion de Isabel.
– ?Que pasa? -pregunto-. ?Por que de pronto hablas como si hubieras bebido leche agria?
Ana titubeo, pero no pudo contenerse mucho tiempo.
– No te entiendo, Bella. Jorge no te aviso, es cierto, ?pero no te parece que abandonar a nuestro padre fue una traicion mucho mayor?
Isabel se sonrojo, y luego su temperamento ardio como lena seca.
– Conque culpas a Jorge por la muerte de nuestro padre.
– No dije eso.
– Pero lo insinuaste. Nunca te gusto Jorge, ambas lo sabemos. ?Estarias mas que dispuesta a culparlo, si asi evitaras culpar a Dickon y Ned!
– Fue Jorge quien traiciono la confianza de nuestro padre. ?Jorge, no Ricardo ni Ned! -replico Ana, con igual apasionamiento.
Isabel estaba demasiado furiosa para analizar la emocion que ahora la impulsaba. Perversamente, habia acudido en defensa de Jorge cuando ella misma lo maldecia unos instantes antes. Solo sabia que la sacaba de quicio que Ana lanzara una acusacion tan injusta y tan grave contra su esposo.
– ?Que hipocrita eres, Ana! ?Y si Jorge hubiera sido leal a nuestro padre? Eso no significa que el resultado de Barnet habria sido diferente. Y aunque asi fuera, ?me estas diciendo que te habria gustado una derrota yorkista? ?Estarias conforme si hubieran muerto Dickon y Ned en vez de nuestro padre? Vamos, Ana, dime cuanto te habrias alegrado -se burlo, y su furia se disipo, se asento como un peso humedo en su interior ante el rostro demudado de la hermana. Desvio los ojos, combatiendo una involuntaria verguenza. No tenia gracia lastimar a Ana. Era demasiado facil-. Ay, Ana, ?por que siempre debemos renir? Y justo en un momento como este…
Suspiro, decidio pasar por alto la terquedad de Ana. Era muy posible que no volviera a verla. Se levanto, acaricio a Ana para perdonarla.
– No lamentaria marcharme sin ver a madame la reina -dijo ironicamente-. Pero debo despedirme de Eduardo. Anoche se comporto con decencia, despues de todo…
Ana se encogio de hombros.
– Como quieras -dijo con indiferencia, pero habia tensado la boca y una sombra amenazadora surcaba sus ojos-. La vi en la vereda oeste de los claustros con el duque de Somerset. Pero no se donde esta el. -Miro a Isabel. Anadio ponzonosamente-: Tal vez aun este acostado. Supongo que paso la noche en vela, celebrando la noticia de la muerte de nuestro padre.
Isabel sintio un asomo de piedad que extinguio del todo su irritacion.
– ?Estaras bien, Ana? -Habia querido tranquilizarla, pero le salio como una pregunta.
– No te preocupes por mi. Me dejaran en paz. No soy tan importante para ellos, por ahora. Estare bien… de veras.
– Claro que si -convino Isabel, sin conviccion.
– Estare bien -repitio Ana. Se apoyo en la mesa, escudrino a Isabel-. El no se tomara la molestia de lastimarme. Si por el fuera, no me dirigiria la palabra. Y supongo que ahora evitara mi lecho tal como evita mi