– Y, sin embargo, ?el lo sabe todo ahora? -pregunto Munro-, Me refiero al almirante.

– Parece que asi es, senor, y no se ha sentido precisamente complacido aunque, desde luego, ya no puede hacer nada al respecto. No puede echar a correr para contarselo al Fuhrer.

– Y tampoco puede hacerlo Himmler -dijo Munro-, y mucho menos cuando ese proyecto se monto sin el conocimiento del Fuhrer.

– Claro que Himmler le entrego a Max Radl una carta de autorizacion firmada por el propio Hitler -dijo Carter.

– Que se proponia hacerle firmar a Hitler, Jack. Apostaria a que esa carta fue lo primero que acabo en el fuego. No, Himmler no querra dar a conocer lo ocurrido.

– Y nosotros no es que queramos ver publicada la noticia en la primera pagina delDaily Express, ?verdad, senor? Imaginese, paracaidistas alemanes tratando de apoderarse del primer ministro, muertos en combate con rangers estadounidenses en un pueblo ingles.

– Si, no creo que esa noticia ayudara precisamente al esfuerzo de guerra. -Munro volvio a mirar el expediente-. Ese tipo del IRA, Devlin, parece todo un personaje. ?Y dice que, segun su informacion, resulto herido?

– En efecto, senor. Estaba hospitalizado en Holanda y, sencillamente, una noche se largo. Tenemos entendido que ahora esta en Lisboa.

– Probablemente con la esperanza de llegar de algun modo a Estados Unidos. ?Lo tenemos vigilado? ?Quien es nuestro hombre en Lisboa?

– El mayor Arthur Frear, senor, agregado militar de la embajada. Ha sido notificado ^contesto Carter.

– Bien -asintio Munro.

– ?Que hacemos entonces con Steiner, senor?

Munro fruncio el ceno, pensando.

– En cuanto se encuentre en condiciones, traigalo a Londres. ?Seguimos teniendo a prisioneros alemanes de guerra en la Torre?

– Solo ocasionalmente, senor, como prisioneros en transito que pasan por algun pequeno hospital. Ya no es como en los primeros tiempos de la guerra, cuando teniamos alli a la mayoria de las tripulaciones capturadas de los submarinos.

– Y a Hess.

– Eso es un caso especial, ?no le parece, senor?

– Esta bien. Tendremos a Steiner en la Torre. Podra quedarse en el hospital hasta que decidamos un lugar mas seguro. ?Alguna otra cosa?

– Se ha producido una complicacion, senor. El padre de Steiner, como usted sabe, estuvo involucrado en una serie de complots del ejercito cuyo objetivo era asesinar a Hitler. El castigo esta institucionalizado: ahorcado con cuerda de piano; toda la escena ha sido registrada por orden expresa del Fuhrer.

– Que desagradable -exclamo Munro.

– La cuestion, senor, es que hemos recibido una pelicula de la muerte del general Steiner. Una de nuestras fuentes de Berlin consiguio sacarla via Suecia. No se si desearia usted verla. No es precisamente agradable.

Munro estaba enojado, se levanto y recorrio la habitacion. Se detuvo de pronto, con una ligera sonrisa en la boca.

– Digame, Jack, ?continua ese pequeno sapo de Vargas en la embajada espanola?

– Jose Vargas, senor, agregado comercial. Hace tiempo que no lo hemos utilizado.

– ?Y la inteligencia alemana esta convencida de que esta de su lado?

– El unico lado que conoce Vargas es el que tenga la chequera mas abultada, senor. Trabaja a traves de su primo, en la embajada espanola de Berlin. _ -Excelente -asintio Munro, ahora sonriendo-. Digale que haga llegar a Berlin la noticia de que tenemos a Kurt Steiner. Digale que informe que se encuentra en la Torre de Londres. Eso suena como algo bastante espectacular, ?verdad? Y, lo mas importante, que se asegure de que tanto Canaris como Himmler obtienen la misma informacion. Eso deberia agitarlos un poco.

– ?Que esta tramando, senor? -pregunto Carta:.

– Esto es la guerra, Jack, la guerra. Ahora, tomese otra copa y luego vayase a casa a dormir. Manana le espera un dia muy ajetreado.

Cerca de Paderborn, en Westfalia, en la pequena ciudad de Wewelsburg, estaba el castillo del mismo nombre que Heinrich Himmler habia aceptado del consejo local en 1934. Su intencion original habia sido convertirlo en una escuela para los dirigentes de las SS del Reich, pero cuando los arquitectos y constructores terminaron las obras de adaptacion, despues de haber gastado muchos millones de marcos, habian creado una monstruosidad gotica digna de un gran escenario en la MGM, como un vasto decorado de pelicula de la clase de las que Hollywood se sintio tan orgullosa cuando se pusieron de moda las peliculas historicas. El castillo disponia de tres alas, torres, un foso, y elReichsfuhrer tenia sus propios apartamentos en el ala sur, asi como lo que constituia su orgullo especial, un enorme comedor donde los miembros selectos de las SS se encontrarian en una especie de Tribunal de Honor. Todo el asunto se habia visto influido por la obsesion de Himmler con el rey Arturo y los caballeros de la Tabla Redonda, y poseia una dosis considerable de ocultismo.

A unos quince kilometros de distancia, en aquella noche de diciembre, Walter Schellenberg encendio un cigarrillo en el asiento posterior del Mercedes que le transportaba a toda velocidad hacia el castillo. Aquella misma tarde habia recibido en Berlin la orden de reunirse con elReichsfuhrer. No se le habia especificado la razon de la entrevista, un detalle que el, desde luego, no tomo como ninguna senal de posible ascenso.

Ya habia estado en Wewelsburg en varias ocasiones, e incluso habia inspeccionado los planos del castillo en el cuartel general de las SD, de modo que lo conocia bien. Tambien sabia que los unicos hombres que se sentaban alrededor de aquella mesa, con el Reichsfuhrer, eran chiflados como el propio Himmler, convencidos de todas las leyendas de los tiempos oscuros sobre la superioridad de los sajones, o servidores que disponian de sus propios sillones, con sus nombres inscritos en placas de plata. ?1 hecho de que el rey Arturo hubiera sido romano-britanico, y se hubiese enzarzado en una lucha contra los invasores sajones, hacia que todo aquello fuera aun mas extravagante, pero ya hacia tiempo que Schellenberg habia dejado de sentirse divertido ante los excesos del Tercer Reich.

Como deferencia ante las exigencias vigentes en Wewelsburg, se habia puesto el uniforme negro de las SS, con la Cruz de Hierro de primera clase colgada del lado izquierdo de su chaqueta.

– En que mundo vivimos -dijo con suavidad, cuando el coche iniciaba el ascenso por la carretera que conducia hasta el castillo, al tiempo que se iniciaba una ligera nevada-. A veces me pregunto quien demonios esta dirigiendo esta casa de locos.

Sonrio, reclinandose en su asiento, con un aspecto repentinamente encantador, aunque la cicatriz de una de sus mejillas, producto de un duelo, indicaba un aspecto bastante mas despiadado de su naturaleza. Aquello era una reliquia de sus tiempos de estudiante en la universidad de Bonn. A pesar de sus excelentes dotes para los idiomas, habia empezado sus estudios en la facultad de Medicina, que luego cambio por la de Derecho. Pero, en la Alemania de 1933, los tiempos eran duros, incluso para los jovenes cualificados recien salidos de la universidad.

Las SS estaban reclutando jovenes universitarios bien dotados para cubrir los escalafones de los mandos superiores. Al igual que muchos otros, Schellenberg habia considerado la oferta como un empleo, no como un ideal politico, y el ascenso en su carrera habia sido asombroso. Gracias a su facilidad para los idiomas, el propio Heydrich le habia facilitado el acceso al Sicherheitsdienst, el servicio de seguridad de las SS, conocido como el SD. Su responsabilidad principal habia sido siempre la de llevar a cabo tareas de inteligencia en el extranjero, lo que a menudo provocaba conflictos de competencia con el Abwehr, a pesar de que sus relaciones personales con Canaris eran excelentes. Una serie de brillantes golpes de mano en la inteligencia le habian permitido ascender con rapidez en el escalafon. Ahora, a la edad de treinta anos, era Brigadefubrer de las SS y mayor general de la policia.

Lo verdaderamente asombroso era que Walter Schellenberg no se consideraba a si mismo como un nazi y consideraba al Tercer Reich como una lamentable charada y a sus protagonistas principales como actores de una calidad muy baja. Habia judios que le debian su supervivencia fisica; victimas futuras de los campos de concentracion, el se habia encargado de desviar su ruta predestinada hacia Suecia y la seguridad. Se decia a si mismo que aquello era un juego peligroso, una compensacion para su conciencia, que el mantenia con sus

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