convertido en una costumbre. Ocurria tan a menudo… En el reglamento, a esto se le llamaba mantener la disciplina. Ocurria ya en el ejercito del emperador. La costumbre exigia que se esperara a que alguien cometiera una falta; entonces, se disponia de los medios para liquidarla. Era sencillo y mas eficaz.

Los reclutas contemplaban, palidos, a su camarada que ya sin fuerzas, bajaba la colina a gatas. Aunque el Oberfeldwebel le hubiera amenazado con un consejo de guerra, hubiese sido incapaz de levantarse.

El Oberfeldwebel escupio en su direccion.

– ?Cuadrese, maldita sea!

Pero el viejo permanecia en el suelo y sollozaba de un modo que desgarraba el alma. Ya solo era una masa inerte. El Oberfeldwebel habia buscado los montones de estiercol, cuando le habia enviado a campo traves. Riendo suavemente para si mismo, contemplaba al hombre tendido en el suelo. Se lamia el labio inferior.

– ?Bueno, becerro! Si no quieres cuadrarte, tengo otros metodos. No creas que has terminado. Espera a que Ivan te dispare balas trazadoras contra el trasero. Entonces, sabras lo que se puede aguantar. Coge la pala -gruno.

El viejo palpo en busca de la pala de Infanteria y consiguio levantarla de manera reglamentaria.

– Tiro de artilleria enfrente. ?A hacer trincheras!

El recluta intento cavar. Resultaba un espectaculo bastante comico. A aquella velocidad, necesitaria mil anos para hacer una madriguera. Durante la instruccion, el tiempo era exactamente de once minutos y medio, cronometrados desde que se sacaba la pala del estuche. ?Y ay del que empleara un segundo mas! Nosotros, veteranos del frente, todavia eramos mas rapidos. Pero es verdad que habiamos excavado miles de agujeros. Se podian encontrar desde la frontera espanola hasta la cumbre de Elbruz, en el Caucaso; y habiamos cavado en toda clase de tierras. Hermanito, por ejemplo, podia enterrarse en seis minutos catorce segundos, y su corpachon necesitaba un agujero profundo. Se alababa de poderlo hacer aun mas de prisa, pero decia que no valia la pena porque nadie igualaba nunca su marca.

El Oberfeldwebel toco a su victima con la punta de una bota.

– ?En que estas sonando? ?Es que piensas terminar tu agujero cuando todos estemos muertos y podridos en nuestras tumbas? Mas aprisa, mas aprisa.

El recluta se desvanecio. Se desvanecio asi sin autorizacion. El Oberfeldwebel estaba muy sorprendido. Meneando la cabeza, ordeno a otros dos reclutas que se llevaran el «cadaver».

– Y a eso le llaman soldados -murmuro-. ?Pobre Alemania!

Aquel tipo aprenderia a conocerle, se prometio. El, el Oberfeldwebel Huhn, terror de Bielefeldt. Se froto voluptuosamente las manos. Espera, amigo mio, espera. Seras el primero que liquide en esta Compania.

Pero el castigo habia surtido efecto. Ninguno de aquellos reclutas dejaria caer nunca mas su casco.

– ?Vaya latoso! -dijo Porta, con indiferencia, mientras mordisqueaba el salchichon de cordero que habia encontrado cinco dias antes en el macuto de un artillero ruso.

Todos teniamos de aquellos salchichones de cordero. Salchichones de cordero del Kakastan. Salchichones duros como piedras, salados; pero eran deliciosos. Solo eramos doce supervivientes. Las grandes perdidas apenas nos impresionaban ya. Nos habiamos acostumbrado. Pero el bosque nos habia costado caro. Regresabamos, a traves de ese bosque cuando sorprendimos una bateria de campana rusa. Como de costumbre, fue el legionario el primero que les vio. Ni siquiera los pieles rojas de Cooper atacaban mas silenciosamente que nosotros. Les liquidamos con nuestras kandras [1]. Cuando hubimos terminado, era como si un obus del 15 hubiese estallado entre ellos. Les caimos encima como un rayo. Estaban tostandose al sol, tranquilos y confiados. Su jefe de bateria, un gordito jovial, salio de la villa, sorprendido por el estrepito.

– ?Ah, malditos cerdos! ?Han vuelto a atiborrarse de vodka y se estan peleando! -le dijo a su segundo, un teniente.- ?Vaya jaleo!

Fueron sus ultimas palabras. Su cabeza rodo por el suelo y dos chorros de sangre brotaron de su cuello tembloroso.

Sin guerrera y vociferando, el teniente huyo hacia el bosque; pero Heide le alcanzo y le clavo su kandraen el pecho.

Cuando hubimos terminado, presentabamos un aspecto horrible.

Algunos de nosotros vomitabamos.

La sangre y las tripas apestaban espantosamente; y ademas habia moscas. Enormes moscas azules.

A nadie le gustaba el kandra. Era demasiado escandaloso, aunque un arma excelente. No habia otra que la igualara. El legionario y Barcelona Blom nos habian ensenado a utilizarla.

Nos sentamos en las cajas de municiones y en los obuses.

Aliviados y satisfechos, empezamos a comer sus salchichones de cordero, regandolos con vodka ruso.

El unico que no tenia hambre era Hugo Stege. Siempre nos burlabamos de el porque habia cursado estudios secundarios. Jamas proferia palabrotas. Nosotros lo encontrabamos anormal. A causa de su lenguaje correcto y de sus buenos modales le teniamos por un poco chiflado. Lo peor fue cuando Hermanito descubrio que se lavaba las manos antes de comer. Nos reimos durante una hora entera y despues le aconsejamos que visitara a un psiquiatra.

El Viejo contemplaba los salchichones de cordero y el vodka.

– Llevemonos todo esto, esa gente ya no lo necesitara mas.

– ?Que hermosa muerte! -comento con enfasis el pequeno legionario-. Ni siquiera se han dado cuenta de que les matabamos, Ala es grande. El cuida de sus criaturas. -Pasaba cuidadosamente un dedo por el kandraafilado como una navaja-. Cuando se sabe utilizar, no hay muerte mas rapida.

– En el fondo, es lastima – murmuro Stege.

Vomito de nuevo.

– ?Lastima? -exclamo Porta-. ?Por que? ?Y si hubiera ocurrido al reves y hubiesemos sido nosotros los que hubieramos estado roncando mientras ellos salian del bosque?

– De todos modos, es lastima.

Stege era obstinado.

– Bueno, bueno, es lastima. Pero, entonces, ?maldita sea!, tambien es lastima que tengamos que arrastrarnos por este condenado bosque que nos importa un comino, ?Acaso es culpa nuestra? Cuando te pusieron la cacerola de Hitler en la cabeza, ?te preguntaron si te gustaba matar a la gente?

– Eso es una estupidez -protesto Stege-. En nombre del cielo, ahorranos tu filosofia.

-Camarade [2], es cierto lo que dice Porta -intervino el legionario, pasandose el cigarrillo de un lado al otro de la boca-. Estamos aqui para matar, lo mismo que un mecanico esta en un garaje para reparar automoviles.

– Es lo que yo pienso -rezongo Porta.

Y sacudio las manos para ahuyentar las moscas que se elevaron de los cadaveres de los rusos.

Aquellos bichos nos exasperaban. Eran unas moscas insolentes que se te metian por los ojos y la nariz. No habian comprendido la diferencia entre un muerto y un vivo. Porta senalo a Stege con un dedo sucio.

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