Y
El teniente que habia traido a los reclutas los hizo formar en una sola fila antes de marcharse. De repente, le habia entrado prisa. Queria marcharse rapidamente, avisado por su instinto. Aquello olia mal. Hizo su discursito habitual, que ponia termino a sus deberes por lo que respectaba a aquel transporte.
Los reclutas le escuchaban con un silencio indiferente. El oficial graznaba como una rana acatarrada.
– ?Fusileros blindados! Ahora, estais en el frente. Pronto tendreis que combatir contra los sanguinarios enemigos del rey, los hombres de la marisma sovietica. Sera la oportunidad para que reconquisteis vuestro honor civico y vuestro derecho a vivir de nuevo entre los hombres libres. Si sois valientes de verdad, vuestro expediente judicial sera eliminado. Vosotros mismos debeis rehabilitaros. -Carraspeo y anadio, con cierta timidez-: Camaradas, el Fuhrer es grande.
La risa de Porta llego hasta el. Le parecio entender la palabra «cretino».
Los miro de reojo. Enrojecio. Parecia tener frio. Se llevo una mano a la funda de su pistola.
– ?Soldados! -prosiguio-. Debeis reaccionar. No decepcioneis al Fuhrer. Teneis que redimir vuestros crimenes contra Adolph Hitler y el Reich.
Respiro profundamente y miro con fijeza hacia nosotros doce, bajo los arboles. La cara de criminal de
– Luchais junto a los mejores hijos de nuestro pais -grazno-; y desdichado del puerco que se muestre cobarde. Seria la peor tonteria que podria hacer.
– ?Los mejores hijos! ?Esta si que es buena! -dijo
– Soy el mejor hijo de mi madre.
– ?Porque no ha tenido ningun otro? -pregunto Julius Heide.
– Ahora, no -dijo
– ?Que ha sido de ellos? – pregunto Porta.
– El mas joven, en un momento de locura, se presento en la Gestapo, en Stadthausbrucke, n.° 8. Debia facilitar explicaciones relativas a un asunto de la calle de Budapest. Ya no recuerdo los detalles, pero se trataba de una pared, de un bote de pintura y de un pincel. Aquel cretino tenia la mania de escribir en las paredes. No volvimos a verle. A
– Pero como no lo supo…
– ?Que le ocurrio a la tarjeta del almirante? – pregunto
– ?Menudo jaleo se hubiera armado si llega a conocerse esta historia! ?Era un domingo por la manana! La senora Creutzfeld se habia instalado en el retrete. Cuando quiso limpiarse, se dio cuenta de que no le quedaba papel. «Traeme un papel suave», me grito. Le entregue la tarjeta del almirante. Fue todo lo que pude encontrar con las prisas. Mi madre se enfurecio contra el senor Doenitz porque la tarjeta era tiesa como una tabla.
– ?Te has convertido en hijo unico? -le pregunto.
– Si, los otros once han desaparecido. A algunos se los cargaron. Tres se ahogaron en el mar. A los dos mas pequenos los quemaron vivos durante las visitas de los bombarderos de Churchill. No quisieron bajar al refugio. Querian ver los aviones. Solo queda ya la senora Creutzfeld, esa granuja y yo.
– ?No todas las familias han sacrificado tanto en el altar de Adolph! – Volvio a morder el salchichon de cordero y bebio un poco de vodka-. Pero que se vayan todos al cuerno con tal de que a mi no me pase nada. Y algo me dice que conseguire escapar.
– Solo me sorprenderia a medias – dijo
Examinamos el brebaje de la olla del legionario. Porta anadio un poco de lena. El fuego ardia alegremente. El legionario removio la espesa sustancia. Apestaba un poco, pero menuda curda atrapamos. La llevamos por todas partes durante casi una semana. La habiamos metido en cantimploras. Tenia que fermentar, habia dicho
– Menuda juerga nos espera – exclamo Heide, alegre.
Eran los reclutas que saludaban con estas palabras el discurso de adios del teniente de transportes.
Sin mas formalidades, el teniente Ohlsen se hizo cargo de los reclutas. El teniente desconocido desaparecio con su «Volkswagen» anfibio.
Los reservistas rompieron filas y formaron pequenos grupos, bajo los arboles. Echaron su equipo al suelo y se tendieron sobre la hierba mojada. Se mantenian a distancia de nosotros, los veteranos. Les intimidabamos.
El
El legionario apreto los labios y miro al
– ?Eh, buen hombre! -grito de repente-, has derramado el jugo del caballero.
Huhn se detuvo en seco, como alcanzado por un rayo, y se volvio vivamente.
– ?Por todos los diablos! ?Que mosca le ha picado? ?No sabe como hay que dirigirse a un superior?
– Claro que lo se -contesto