pues, de lo contrario, llegaran a Alemania y provocaran embotellamientos. Lo esencial en una batalla asi es conseguir que el enemigo se quede sin municiones. ?Que es un tanque sin proyectiles? Como un ferrocarril sin tren.

Los oficiales asentian con la cabeza y movian concienzudamente las piezas en la arena. Pero nunca se conseguia encontrar un medio susceptible de que desapareciera el aprovisionamiento de municiones del enemigo. Por lo tanto, se empezaba cada simulacro de batalla declarando:

– El enemigo esta escaso de municiones, mi general.

Entonces, el viejo se frotaba las manos:

– Hemos ganado. Ya solo nos queda bombardear sus fabricas de municiones. Despues, firmaremos la paz.

Un dia, la gata, que de nuevo se habia atrevido a volver al Cuartel General, organizo un enredo tremendo en la mesa de ejercicios. Habia decidido parir sus pequenos en medio la cota 25. Los tanques de juguete y las piezas de Artilleria estaban mezclados como si les hubiera caido una bomba encima. La gata habia escogido un mal momento, ya que se habia invitado a los vecinos a que asistieran al ejercicio.

Furioso, el general de brigada exigio que la gata fuera sometida a un Consejo de Guerra. Habia que seguir el juego. Dos Feldwebels agarraron a la gata y la sujetaron durante el juicio. Fue condenada a la pena de muerte por sabotear la instruccion de los oficiales. Pero, al dia siguiente, la indultaron. No obstante, tuvo que permanecer atada a la chimenea. El ordenanza del general fue designado su guardian.

Un dia anuncio que la gata habia desaparecido. En realidad, el mismo la habia regalado a un panadero del barrio de San Jorge. El general de brigada, que la echaba mucho en falta dio la orden de comprar un nuevo gato.

La paz y la seguridad reinaban en toda la guarnicion. El poder del comandante Rotenhausen aumentaba de dia en dia. Porque el general de brigada adoraba el conac frances, y era el comandante quien se lo proporcionaba. La visita del coronel Greif estaba casi olvidada.

De modo que el comandante anduvo con pasos seguros hacia la carcel de la guarnicion. Llevaba una larga fusta bajo el brazo. Sin embargo, nunca montaba a caballo: los animales le asustaban. La fusta estaba destinada a los hombres. A los prisioneros de la guarnicion.

Saludo altivamente a el Verraco, a quien se habia avisado telefonicamente de la visita. Habian ido a buscar al Obergefreiter Stever a Reeperband, donde estaba absorto en la contemplacion de una pelicula erotica que pasaban en un cabaret clandestino de Grosse Freiheit. Apenas habia tenido tiempo de abrocharse la guerrera, cuando entro el comandante.

El Verraco se cuadro, y dijo a gritos:

– Destacamento de la carcel de la guarnicion, ?firmes!

Stever, jefe de Seccion, comprobo el alineamiento.

– Gefreiter Schmdit, avance un poco. Schutze Paul, encoja la barriga. Obergefreiter Weber, adelante el pie izquierdo.

Stever volvio a situarse en el extremo derecho.

– ?Firmes, vista a la izquierda! -aullo el Verraco. Avanzando con paso rigido hacia el comandante, hizo chocar secamente los tacones, saludo y grito-: Mi comandante, el Hauptund Stabsfeldwebel Stahlschmidt se pone a sus ordenes con el destacamento de guardia de la prision: quince suboficiales, veinticinco soldados, tres bajas en la enfermeria, un suboficial con permiso, un Gefreiter desertor, dos soldados arrestados en el 12.? Regimiento de Caballeria, en Elmstedt. La carcel de la guarnicion Hamburgo-Altona aloja quinientos prisioneros. No hay enfermos. Todo esta en regla. Nada especial que senalar La carcel ha sido limpiada y ventilada.

El comandante comprobo la formacion, paso con lentitud ante la fila de soldados bien alimentados, asintio, satisfecho con la cabeza, rectifico la posicion de la pistolera de un Gefreiter y pregunto a un Obergefreiter soltero como estaba su esposa. Sin esperar la respuesta, se coloco frente a la formacion. Saludo llevandose dos dedos a la visera, y le dijo a el Verraco:

– Estoy satisfecho, Stabsfeldwebel. Pero ya sabe usted que tengo prisa. Vayamos, pues, al grano.

Se dirigieron a la oficina donde el comandante lo encontro todo impecable. En la mesa, los objetos estaban ordenados segun prescribia el reglamento. Quien lo deseara podia medir cosa que hizo el comandante. Con una regla de metal, comprobo que habia exactamente diez milimetros desde el borde de la mesa hasta el monton de expedientes. Con un compas midio las cintas rojas de las carpetas y las chaquetas de dril que habia en el lavabo. En los retretes, solicito ver el tornillo de desague del sifon. Lo sostuvo en la mano y comprobo, ligeramente decepcionado, que estaba limpio y reluciente.

Despues, paso al deposito; pero tambien estaba limpio. Ni el menor rastro de pintura saltada ni de oxido. Con la ayuda de un cortaplumas, intento sacar un poco de suciedad del borde del retrete. Su decepcion era evidente. Todo estaba limpio.

El Verraco rio triunfalmente a espaldas del comandante y le guino un ojo a Stever, como diciendo: «Este viejo es un ingenuo. Hay que ser mucho mas listo para pescarnos.»

Despues, regresaron a la oficina. El Verraco pensaba para si: «?Y pensar que un idiota semejante ha llegado a oficial…! Si yo hubiese estado en su sitio, hace ya rato que hubiese encontrado un pretexto para gritar. El muy cretino ni siquiera conoce el truco de la cerilla escondida que uno encuentra despues.»

El comandante solicito ver las listas de prisioneros. El Verraco hizo chocar por tres veces los tacones y entrego las listas al comandante. Este se puso el monoculo, que a cada momento se le estaba cayendo.

– Stabsfeld, ?cuantos nuevos? ?Cuantos que trasladar? -pregunto, sonriente.

– Siete nuevos, mi comandante -grito el Verraco-. Un teniente coronel, un capitan de Caballeria, dos tenientes, un Feldwebel, dos soldados rasos. Catorce que trasladar, todos Torgau: un general de brigada, un coronel, dos comandantes, un capitan de Caballeria, un Haupt-mann, dos tenientes, un Feldwebel, tres suboficiales, un marinero, un soldado raso. En la prision hay, ademas, cuatro condenados a muerte que esperan ser fusilados. El indulto ha sido denegado. El servicio del cementerio ha sido informado. Los ataudes estan encargados en la carpinteria del Batallon.

– Bien, Stabsfeld. Me alegro sinceramente de encontrarlo todo en orden. Conoce usted el trabajo. Es un suboficial en quien se puede confiar. Aqui no hay dejadez como en la prision de Lubeck. ?Aqui, todo funciona, Stabsfeld! Todo esta bien engrasado. Pero, ?ojo con los accidentes! Me refiero a los accidentes mortales. No me importa que esos tipos se rompan una o dos piernas, pero cuando mueren, hay demasiados problemas. En el Stadthausbrucke esta el consejero criminal Bielert, un tipo desagradable que empieza a interesarse mucho por nuestra prision. Esto no me gusta. Se le encuentra en todas partes. El otro dia, comparecio en el casino a las dos de la madrugada. Nunca se hubiera tolerado una cosa asi en tiempos del emperador; se le hubiera expulsado de un modo fulminante. Un teniente que no le conocia le confundio con un cura. ?Menudo cura! -Suspiro el comandante-. Al dia siguiente, nos vimos obligados a enviar a un teniente al frente. Todo se arreglo por telefono. Ese Bielert fue uno de los preferidos de Heydrich. Tenga cuidado, Stabsfeld. No le de ocasion de olfatear algo anormal. Porque, entonces, no tardariamos en encontrarnos los dos en los bosques de Minsk. Cuando meta en cintura a los prisioneros, puede pegarles sin temor, Stabsfeld. Hay muchos lugares del cuerpo en los que se puede golpear sin que se note despues. Y, entonces, no existe ningun riesgo. Ya se lo ensenare luego, cuando empecemos las presentaciones. Ahora que me acuerdo: sin duda tendra usted a uno o dos hombres a quienes no aprecie demasiado, a los que podemos enviar al frente. Solo por principio. Si hacemos esto de vez en cuando, tal vez tengamos contento a todo el mundo. Bueno, empecemos. Tenemos prisa.

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