Stever.
Stever asintio pensativamente. En parte, estaba de acuerdo con
Antes de poner manos a la obra, tomaron un vaso del conac que
– ?Hermoso cadaver! ?Sabes, Holzer? Cuando veo a uno balanceandose, no puedo contener la risa. Y pensar que los hay que creen que ahora se pasea por el cielo… Mirale ahi, ahorcado. ?Te lo imaginas como un angel, sentado encima de una nube? ?Ah, no, francamente, yo no!
– No me gusta que hables asi -murmuro Holzer-. Ademas, no me gusta pensar en Dios. Cuando veo un cura por la calle, tomo otro camino. Tengo la intuicion de que algun dia nos tocara el turno a nosotros. Hay demasiados tipos que no han salido vivos de nuestras celdas. Ahora, hay en Hamburgo un Regimiento disciplinario blindado. El otro dia, estuve en «
Stever se llevo una mano al cuello y dejo de sonreir.
– ?Era uno de ellos un pequenajo con una enorme cicatriz en el rostro? ?Fumaba continuamente cigarrillos?
– Si, exactamente. ?Le conoces? -pregunto Holzer, estupefacto.
– Si, vino de visita a la prision. ?Cantaba algo, Holzer?
– Si, algo sobre la muerte que iba a llegar. Estuve a punto de denunciarles a la Gestapo. Siempre se encuentra algo que decir. Pero, por fortuna, no lo hice: hubiese sido yo quien hubiera dado con mis huesos en la carcel. La duena de aquel bar esta siempre rodeada de esbirros de Paul, y no es dificil adivinar lo que les dice. ?Diablo! Se ha metido en el bolsillo al Muller de la Gestapo de Berlin. La Gestapo no se atreve a tocarla. Stever, te lo aseguro, tengo un miedo terrible. Anoche le dije algo sin reflexionar, inocentemente. ?Sabes quien me puso de patitas en la calle? Dos SD que trabajan para Dora. Y con tanta suavidad que estuve a punto de romperme el cuelo al aterrizar.
– Estas completamente chiflado, Holzer -murmuro Stever-. ?Que te ocurre? ?No te juergueas lo bastante?
– ?Oh, si! Todas las noches desde hace tres semanas. He probado todas las furcias de Reeperband. Tanto las profesionales como las aficionadas, y estoy tan derrengado que casi no puedo sostenerme en pie. Pero adonde quiera que vaya veo a los hombres del 27.° Regimiento. Cada vez que puedo, me emborracho hasta perder el sentido. Stever, no me gusta esto. Quiero marcharme. No quiero continuar aqui.
– ?Estas mal de la cabeza, Holzer? No tienes nada que temer. Aqui, en la prision, no pueden tocarte. Pero si vas al Este, donde montones de psicopatas andan sueltos con granadas y otros inventos diabolicos en el bolsillo, entonces estas listo. No sobreviviras ni tres dias. Pero aqui estas seguro. Solo que hay que tener piedad. No consideres a los prisioneros como camaradas. Son unos piojos a los que hay que aplastar. No querras llorar con todos los que atamos al poste de ejecucion… Haz lo que se te dice y no te ocupes de los demas.
– Se que tienes razon. Lo he intentado todo, pero no sirve de nada. Me paso el dia con retortijones en la barriga, de tanto miedo que tengo. Manana hemos de cargarnos a otro, al del calabozo 20. Cada vez que entro en su celda, se pone a lloriquear. Cuando su costilla vino a verle el otro dia en visita de despedida, gimieron interminablemente. Me pidieron que les ayudara. Como si fuera posible hacerlo. ?Diantre! Para eso hay que dirigirse a Adolph o a Heinrich. Como ves, es inutil que beba, que me llene de alcohol. Resulta igualmente espantoso Al sexto vaso empiezo a no ver claro. Entonces, bebo de la botella. Paso las noches bebiendo y fornicando, pero por la manana vuelvo a estar aqui, con la boca pastosa, el ajetreo y todo lo demas. La noche es corta y el dia muy largo.
– Hay algo que no funciona bien en tu sesera -replico Stever-. En el fondo, ?que te ocurre aqui? Nada extraordinario. Como promedio, liquidamos a cinco o seis tipos por semana. A veces mas, a veces menos. Y hay semanas en las que no fusilamos a nadie. Pero en el frente liquidan a todo un batallon en menos de una hora. ?Crees que esto preocupa a los jefes de bateria? ?Crees que al comandante de un tanque se le crispan los nervios porque ha aplastado a toda una seccion con sus orugas? Date una vuelta por el hospital militar de San Jorge y veras cosas buenas. Y aquellos son todos inocentes. Su unico crimen consiste en haber nacido alemanes y hombres, lo que les obliga a ponerse el uniforme verde y a defender la patria. Pero los que tenemos aqui, y a quienes cortamos la cabeza, han hecho algo, y estan encarcelados por su culpa.
– Stever, no me gusta ver al hombre del hacha. Apenas tiene tiempo de secar la sangre cuando cae la cabeza siguiente. Y los condenados, al fin y al cabo, no son tan criminales como eso.
– Ahi es donde te equivocas, Holzer. Si violas la ley, eres un criminal, y eso aunque no hayas hecho mas que ignorar un semaforo rojo. En este pais, esta prohibido decir lo que se piensa. Al que lo hace, le cuesta la cabeza
Stever agito un dedo ante las narices de Holzer, mientras se recostaba en el cuerpo del general ahorcado.
– ?Es que tu y yo decimos tal vez lo que pensamos?
Holzer se rasco debajo del casco. Despues, respondio con firmeza:
– ?No, diantre! ?No estamos tan locos!
– Ya lo ves -dijo, riendo Stever-. Somos unos buenos ciudadanos. No cambiaremos de color hasta que cambie la bandera. Personalmente, lo mismo me da tener que levantar la pata derecha y gritar: «?Viva el Moro Muza!», en lugar de: «?Heil Hitler!»
– No quiero quedarme aqui, Stever. Quiero marcharme. Cuando vuelvan del frente se cargaran a
– Quedate, Holzer. No cometas estupideces. Es mejor que ayudemos a dos o tres prisioneros aqui, en los calabozos. Birlaremos unos papeles y, si es posible, un sello. Prepararemos una evasion y luego, cuando se arme el jaleo gordo, seremos dos heroes y todo lo demas quedara olvidado. De nada te servira ir a detener las balas de los rusos. Date un paseo manana por la manana. Llegate al cuartel del 76.° Regimiento. Van a enviar una Compania al frente. Acompanales a la estacion. Hazles gestos de despedida y grita: «?Heil Hitler!» hasta que te quedes ronco. Estoy dispuesto a pagarte una botella por cada rostro aleman que veas. Pero no veras ninguno. Te parecera que todos van a un entierro. Se que tienes una gachi estupenda de veras, perfumada y todo. ?Crees que encontraras a igual en las trincheras? Escucha el consejo de un hombre sensato. Quedate aqui. Dale coba a
– ?Mierda, Stever! No puedo ver el gris ni el verde. Tampoco el caqui me satisface. Lo que me gusta es el azul marino, con rayitas blancas, con un pantalon tan estrecho que necesites un calzador para ponertelo. Valgame Dios, Stever,
Stever se echo a reir.
– Haz como yo. Acostumbrate desde ahora a decir: