Oberfeldwebel
Gefreiter
A. ZIMMERMANN
Oberstleutnant .
A sangre fria se habian previsto todos los requisitos para la ejecucion y entierro de cuatro hombres, incluso antes que se viera el juicio y se pronunciara la sentencia.
El humanitarismo era algo desconocido en el Tercer Reich. Todo se basaba en instrucciones y reglamentos. La menor infraccion de una ley provocaba una condena, sin la menor consideracion hacia el ser humano. Las palabras «circunstancias atenuantes» no existian.
La sala 7 del edificio del Consejo de Guerra estaba llena a rebosar. El espacio reservado al publico se hallaba ocupado totalmente por soldados. No habian acudido por su propia voluntad, sino obedeciendo ordenes. El espectaculo de aquellos procesos militares debia ser aleccionador.
En aquel momento, un
El fiscal ordenaba sus papeles. Se preparaba para el caso siguiente. El
El defensor jugaba con su lapiz, un lapiz amarillo. Pensaba en Elizabeth Peters; habia prometido hacerle para cenar lomo de cerdo y col frita. Al defensor le encantaba la col frita. Desde luego, tambien le encantaba Elizabeth, pero una cena sin col no era una verdadera cena.
La secretaria contemplaba al
El joven cazador alpino tenia la mirada fija en el suelo. Se retorcia los dedos. Empezo a contar la tablas de madera que tenia bajo los pies: condenado a muerte, no condenado. Llego hasta «condenado a muerte»; pero, entonces, palpo otras tres tablas debajo del banco, lo que, representaba «no condenado». Miro subrepticiamente hacia la puerta blanca que habia en el rincon. De alli saldrian los tres orondos jueces y su destino quedaria decidido, sin tener en cuenta lo que indicaban las tablas.
La vista del caso contra el soldado de dieciocho anos solo habia durado diez minutos. El presidente del Tribunal habia hecho algunas preguntas. El acusador habia hablado la mayor parte del tiempo. El defensor se habia mostrado menos locuaz. Se habia limitado a decir:
– Solicito la indulgencia del tribunal, pese a comprender la dificil situacion en que se encuentra mi defendido. Hay que mantener la disciplina, prescindiendo de los sentimientos humanitarios.
La historia del joven cazador alpino era clara, por lo menos, desde el punto de vista de la jurisdiccion militar.
El joven soldado, intranquilo, no podia permanecer quieto Tenia miedo.
El
Pero en la sala 7 nadie podia adivinar lo que hacian los tres hombres de las hombreras trenzadas en la pequena habitacion, y, sin embargo, sus actos eran completamente normales. Humanos y comprensibles. Sencillamente, saboreaban el kirsh del
El
Despues de apurar dos o tres vasos, decidieron volver a la sala 7. Evidentemente, el caso en si mismo no representaba nada. Media pagina en el diario de la audiencia. Un sello. Varias firmas. Nada mas.
La puerta blanca se abrio.
El joven se puso palido. Los espectadores se levantaron rapidamente, sin necesidad de que se lo ordenaran, y permanecieron firmes.
El presidente y sus dos asesores se sentaron tras el escritorio en forma de herradura. Los tres apestaban asquerosamente a alcohol.
– El
El adolescente vacilo, mas blanco que un papel.
El enorme
El presidente prosiguio, impasible:
– Contra esta sentencia no cabe apelacion. No puede recomendarse el indulto, el cual queda rechazado anticipadamente La vista ha terminado.
El
Todo iba sobre ruedas. Ningun entorpecimiento. Perfecto orden aleman.
El
– Vamos, te toca a ti. Te echan de menos.
– ?Voy al tribunal? -pregunto suavemente Ohlsen.
Y sintio un vacio en la boca del estomago.
– ?Creias que ibas a un burdel? Vas a la sala numero 7, la de Jackstadt, un bicharraco que se las cargara en cuanto las cosas cambien. Es un puerco, un puerco cebado y gordo.