Granaderos.

Teniente de Tanques, Bernt Viktor Ohlsen, del 27.° Regimiento Blindado.

Oberfeldwebel Franz Gernerstadt, del 19° Regimiento de Artilleria.

Gefreiter Paul Baum, del 3.er Regimiento de Cazadores Alpinos.

Dos de los soldados arriba mencionados seran condenados a muerte por fusilamiento. El 76.° Regimiento de Infanteria e Instruccion debe cuidar de la constitucion de dos pelotones de ejecucion, bajo el mando de un oficial. Los dos pelotones de ejecucion deben estar formados por dos Feldwebel y doce hombres. Ademas, en cada peloton figuraran dos hombres que tendran la mision de atar a los condenados al poste de ejecucion.

El medico de reserva de la enfermeria de reserva 19, doctor W. Edgar, asistira personalmente a las ejecuciones.

Los otros dos acusados seran condenados a la decapitacion. El regimiento cuidara de llamar al verdugo Rottger, de Berlin. El alojamiento del verdugo y de sus dos ayudantes ira a cargo del Regimiento. La decapitacion tendra lugar en el patio B de la carcel de la guarnicion.

El capellan Blom puede asistir a las ejecuciones, si asi lo desean los condenados.

Se requisaran cuatro ataudes en el 76.° Regimiento de Infanteria.

Los certificados de defuncion seran firmados por el medico en jefe, inmediatamente despues de las ejecuciones, y entregados por un ordenanza a la Administracion del cementerio. Se enterrara a los cadaveres en el cementerio especial, departamento 12/31.

A. ZIMMERMANN

Oberstleutnant .

A sangre fria se habian previsto todos los requisitos para la ejecucion y entierro de cuatro hombres, incluso antes que se viera el juicio y se pronunciara la sentencia.

El humanitarismo era algo desconocido en el Tercer Reich. Todo se basaba en instrucciones y reglamentos. La menor infraccion de una ley provocaba una condena, sin la menor consideracion hacia el ser humano. Las palabras «circunstancias atenuantes» no existian.

La sala 7 del edificio del Consejo de Guerra estaba llena a rebosar. El espacio reservado al publico se hallaba ocupado totalmente por soldados. No habian acudido por su propia voluntad, sino obedeciendo ordenes. El espectaculo de aquellos procesos militares debia ser aleccionador.

En aquel momento, un Gefreiter de cazadores alpinos, palido y timido, esperaba la sentencia. El Tribunal se habia retirado a deliberar.

El fiscal ordenaba sus papeles. Se preparaba para el caso siguiente. El Gefreiter de Cazadores alpinos ya no le interesaba.

El defensor jugaba con su lapiz, un lapiz amarillo. Pensaba en Elizabeth Peters; habia prometido hacerle para cenar lomo de cerdo y col frita. Al defensor le encantaba la col frita. Desde luego, tambien le encantaba Elizabeth, pero una cena sin col no era una verdadera cena.

La secretaria contemplaba al Gefreiter de Cazadores alpinos y pensaba: «Un campesino triste, con granos y barros. Nunca podria acostarme con el.»

El joven cazador alpino tenia la mirada fija en el suelo. Se retorcia los dedos. Empezo a contar la tablas de madera que tenia bajo los pies: condenado a muerte, no condenado. Llego hasta «condenado a muerte»; pero, entonces, palpo otras tres tablas debajo del banco, lo que, representaba «no condenado». Miro subrepticiamente hacia la puerta blanca que habia en el rincon. De alli saldrian los tres orondos jueces y su destino quedaria decidido, sin tener en cuenta lo que indicaban las tablas.

La vista del caso contra el soldado de dieciocho anos solo habia durado diez minutos. El presidente del Tribunal habia hecho algunas preguntas. El acusador habia hablado la mayor parte del tiempo. El defensor se habia mostrado menos locuaz. Se habia limitado a decir:

– Solicito la indulgencia del tribunal, pese a comprender la dificil situacion en que se encuentra mi defendido. Hay que mantener la disciplina, prescindiendo de los sentimientos humanitarios.

La historia del joven cazador alpino era clara, por lo menos, desde el punto de vista de la jurisdiccion militar.

El joven soldado, intranquilo, no podia permanecer quieto Tenia miedo.

El Oberfeldwebel con cara de perro dogo que estaba a su lado, le lanzo una mirada reprobadora. El muchacho se retorcio las manos y experimento un deseo irresistible de gritar, de berrear como un ciervo furioso, en una noche de octubre junto a la pared humeda del bosque. ?Por que no podian ponerse de acuerdo los tres jefes tras la puerta blanca? Pero, si no estaban de acuerdo, existia una probabilidad. Por eso eran tres. Para que todo fuese justo y equitativo.

Pero en la sala 7 nadie podia adivinar lo que hacian los tres hombres de las hombreras trenzadas en la pequena habitacion, y, sin embargo, sus actos eran completamente normales. Humanos y comprensibles. Sencillamente, saboreaban el kirsh del Oberkriegsgerichtsrat Jeckstadt.

El Kriegsgerichtsrat Burgholz levanto su vaso y empezo a discursear sobre el vino.

Despues de apurar dos o tres vasos, decidieron volver a la sala 7. Evidentemente, el caso en si mismo no representaba nada. Media pagina en el diario de la audiencia. Un sello. Varias firmas. Nada mas.

La puerta blanca se abrio.

El joven se puso palido. Los espectadores se levantaron rapidamente, sin necesidad de que se lo ordenaran, y permanecieron firmes.

El presidente y sus dos asesores se sentaron tras el escritorio en forma de herradura. Los tres apestaban asquerosamente a alcohol.

– El Gefreiter Paul Baum, del 3.er Regimiento de Cazadores alpinos, dieciocho anos, soltero -leyo el presidente con voz sorda y monotona-, es condenado a ser fusilado por desercion voluntaria.

El adolescente vacilo, mas blanco que un papel.

El enorme Feldwebel le sostuvo.

El presidente prosiguio, impasible:

– Contra esta sentencia no cabe apelacion. No puede recomendarse el indulto, el cual queda rechazado anticipadamente La vista ha terminado.

El Oberkriegsgerichtsrat termino la lectura, doblo los papeles, se enjugo ligeramente la frente con un panuelo perfumado y miro, impasible, al muchacho que tenia delante. Despues, saco otro expediente, acaricio el carton rosado, miro Oberfeldwebel que llevaba sobre el pecho su insignia de gendarme en forma creciente: el caso siguiente. El Estado contra el teniente de la reserva Bernt Ohlsen. Caso numero 19.661/M.43H.

Todo iba sobre ruedas. Ningun entorpecimiento. Perfecto orden aleman.

El Obergefreiter Stever abrio la puerta del calabozo y le dijo al teniente Ohlsen, con una risitada de aliento:

– Vamos, te toca a ti. Te echan de menos.

– ?Voy al tribunal? -pregunto suavemente Ohlsen.

Y sintio un vacio en la boca del estomago.

– ?Creias que ibas a un burdel? Vas a la sala numero 7, la de Jackstadt, un bicharraco que se las cargara en cuanto las cosas cambien. Es un puerco, un puerco cebado y gordo.

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