Bajaron la escalera y emprendieron la marcha por el largo pasillo.

Cerca de la puerta del Tribunal Militar, dos gendarmes se hicieron cargo del teniente Ohlsen. Firmaron el acuse de recibo en el libro negro adornado con el aguila dorada.

– Hals-und Beinbruch -dijo, riendo, Stever.

Los gendarmes murmuraron unas palabras incomprensibles y pusieron las esposas al teniente Ohlsen. Dos carceleros por detenido. Era el reglamento.

El ruido de las botas claveteadas resono en el largo tunel. Poco antes de llegar al tribunal, se cruzaron con el Gefreiter condenado. Gritaba y forcejeaba. Solo era un chiquillo. Dieciocho anos.

– A ver si te calmas de una vez -dijo uno de los gendarmes con voz amenazadora.

– No te servira de nada. Todo terminara pronto. A mi ya ni me causa efecto. Cada dia veo lo mismo. Y a todas nos ocurrira tarde o temprano. Tal vez Jesus te espere y estaras mucho mejor alla arriba que aqui en la Tierra.

– ?No quiero! -chillo el muchacho forcejeando con sus esposas-. Virgen Maria, madre de Dios, ayudame. ?No quieto morir!

Le brillaban los ojos. Vio al teniente Ohlsen como a traves de una neblina.

– ?Mi teniente, ayudeme! Quieren fusilarme. Dicen que debo morir. Solo me marche dos dias de mi Regimiento. Quiero ir a un Regimiento disciplinario. Hare cualquier cosa. Estoy dispuesto a pilotar un «Stuka». ?Heil Hitler! ?Heil Hitler! Hare lo que sea, pero dejadme vivir.

Intento liberarse. Lucho desesperadamente. Consiguio derribar a un gendarme. Los tres rodaron por el suelo.

– ?Soy un buen nacionalsocialista! ?Quiero vivir! ?Quiero vivir! ?He pertenecido a las juventudes hitlerianas! ?Heil Hitler! ?Quiero vivir!

El grito se extinguio. La ultima palabra que pudo pronunciar fue «mama». Esa palabra que ha hecho vibrar tantos cadalsos y prisioneros en la historia del hombre. Despues perdio el sentido. Los cazadores de hombres del Ejercito habian realizado su trabajo. Arrastraron tras de ellos el cuerpo desarticulado, tirando de el por las caderas. Uno de ellos gruno entre dientes:

– Este novato nos ha podido. Merece una reprimenda ?Tanta comedia porque le espera una bala!

El teniente Ohlsen se detuvo un momento y contemplo al muchacho inconsciente.

– ?Adelante! -gruno uno de sus guardianes, tirando de la cadena-. ?Vamos, en marcha!

– ?Pobre pequeno! -murmuro el teniente Ohlsen-. No es mas que un chiquillo.

– Lo bastante mayor para desertar -gruno el gendarme, que llevaba la insignia de los cazadores de hombres-. Lo bastante mayor para comprender lo que esto cuesta. Si le indultaran, todos echarian a correr.

– ?Tiene usted hijos, Oberfeldwebel? -pregunto el teniente Ohlsen.

– Cuatro. Tres, en las juventudes hitlerianas y uno en el frente. Regimiento SS «Das Reich».

– Confiemos en que algun dia no liquiden de esta manera a su hijo, el que esta en el «Das Reich».

– Esto no ocurrira, mi teniente -replico riendo el gendarme, seguro de si mismo-. Mi hijo es SS Untersturmfuhrer. No sera ejecutado.

El teniente Ohlsen se encogio de hombros.

– Esto depende, sobre todo, de lo que pueda suceder.

– ?A que se refiere usted? -pregunto el otro guardian, aguzando el oido.

– A nada -murmuro el teniente Ohlsen-. Me dan lastima estos pobres chiquillos.

– No piense en los demas -contesto el que tenia cuatro hijos-. Mas vale que guarde su piedad para usted mismo

Dio una palmada a su pistolera, volvio a ponerse el casco y acaricio su brillante insignia de cazador de hombres.

– Bueno, y ahora, ?callese!

El teniente Ohlsen entro en la sala con una expresion completamente tranquila. Se presento ante los jueces como se le habia ensenado en la 3.? Escuela Militar de Dresden.

El presidente indino la cabeza con benevolencia, y murmuro:

– Sientese.

Ojeo apresuradamente sus papeles e hizo un ademan al acusador. La maquina judicial podia ponerse en marcha. El engranaje empezo a girar, reglamentariamente.

– Teniente -empezo a decir el doctor Beckmann-, supongo que no tendra intencion de declararse culpable de lo que figura en el acto de acusacion del RSHA, ?no es verdad?

El teniente Ohlsen contemplo el suelo. El suelo reluciente. Miro, lentamente, a los tres jueces, que permanecian sentados con los ojos llenos de sueno. El presidente lo dominaba todo desde su elevado sillon rojo. Seguia con interes los movimientos de una mosca en la lampara. Un tabano. No era una mosca ordinaria, sino una de esas que chupan la sangre de los animales domesticos y de los hombres. Gris y de feo aspecto, pero una hermosa mosca, desde el punto de vista del coleccionista de insectos.

El teniente Ohlsen miro al fiscal.

– Herr Oberkriegsgerichtsrat, he firmado mi confesion ante la policia secreta, y, por lo tanto, creo que su pregunta es superflua.

Los labios delgados y sin color del doctor Beckmann se crisparon en una sarcastica sonrisa. Acaricio los documentos que tenia delante.

– Puede confiar en mi en cuanto a la utilidad de una pregunta. De momento, dejaremos de lado lo que se le reprocha en el acta de acusacion.

El diminuto abogado se volvio hacia los jueces y prosiguio con voz sonora:

– En nombre del Fuhrer y del pueblo aleman, anado a las acusaciones contra el teniente Bernt Ohlsen las de desercion y de cobardia durante el combate.

Sorprendidos, los tres jueces levantaron la cabeza. El presidente dejo de interesarse por la mosca.

Las venas de las sienes del teniente Ohlsen estuvieron a Punto de estallar. Se levanto de un salto.

– ?Desercion? ?Cobardia en el combate? ?Es mentira!

El doctor Beckmann sonrio condescendientemente, mientras agitaba un papel. Era el prototipo del pequeno burgues que siempre lleva el color del partido que manda.

– Su respuesta no me sorprende.

Es lo que esperaba, doctor Beckmann saboreaba las palabras. Era la clase de asunto que le gustaba. Ataques sorprendentes, desconcertantes.

– En mi vida he pensado en la desercion, Herr Oberkriegsgerichtsrat.

El doctor Beckmann asintio con la cabeza. Se sentia tan firme como el penon de Gibraltar.

– Ahora lo veremos. Precisamente estamos aqui para demostrar estas acusaciones, o para desmentirlas. Si consigue usted probar que mis acusaciones son falsas, podra salir libre de esta sala.

– ?Libre? -murmuro el teniente Ohlsen.

Miro hacia la puerta que habia detras de los bancos del publico y penso: «Nadie

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