– El unico que miente aqui es usted. ?Quien dio a la Compania la orden de retirarse? ?Uno de sus suboficiales? ?Uno de sus hombres? No, usted, el jefe de la Compania.
– Mi Compania estaba ya aniquilada -grito, con desesperacion, el teniente Ohlsen.
– ?Aniquilada? -replico el doctor Beckmann-. Tiene usted un extrano concepto de lo que es el aniquilamiento. Incluso un nino sabe que significa que todo esta destruido. Pero su presencia aqui demuestra lo contrario. Fijemonos de nuevo en la orden que recibio usted: la posicion debia ser mantenida a toda costa.
– ?Puedo solicitar al senor presidente permiso para explicar lo que ocurrio en aquella posicion?
El
– Expliquese -rezongo-. Pero sea breve.
– Despues de cuatro dias y cuatro noches de combates ininterrumpidos con Secciones rusas de Cazadores y Caballeria -empezo el teniente Ohlsen-, mi Compania reforzada de unos trescientos hombres, quedo reducida a diecisiete. Todas mis armas pesadas fueron destruidas. Casi no quedaban municiones. Solo funcionaban dos ametralladoras ligeras. Todos los cartuchos que quedaban debian ser reservados para esas ametralladoras. Hubiesemos sido aplastados. Luchabamos en una proporcion de uno contra quinientos. Delante y detras de nosotros habia fuego intenso de granadas. En todo el territorio, fuego graneado de armas automaticas. Toda prosecucion del combate debia ser considerada como obra de un loco.
– Su hipotesis es interesante -interrumpio el doctor Beckmann-. Estudiemosla con calma. El orden del dia del Fuhrer Adolph Hitler para las tropas de las zonas de Djasma era luchar hasta el ultimo hombre y el ultimo cartucho para impedir el avance de los sovieticos. Y usted, un sencillo teniente, ?llama a eso la obra de un loco? ?Usted que, con enganos, se introdujo en la Escuela Militar para llenar de oprobio a la oficialidad alemana? -Su voz se convirtio en un grito furioso-. ?Se atreve usted a insinuar que nuestro Fuhrer, que goza de la proteccion de Dios, esta loco? En otras palabras, ?que es un imbecil, un alienado?
El teniente Ohlsen contemplo con calma al fiscal que gritaba, que se excitaba hasta un grado insospechado, con fanatismo. Asi le habian conocido los jovenes estudiantes, antes de la guerra, cuando ensenaba en la Universidad de Bonn. Se quito las gafas con montura de oro, y las limpio.
– Herr
– ?Esto no nos interesa! -grito el doctor Beckmann-. No queremos oir hablar de las columnas de tanques ruso. Usted tenia orden de combatir hasta el ultimo hombre. Y no lo hizo ?Por que no establecio contacto con su Regimiento?
– No encontramos el Regimiento hasta tres dias despues haber abandonado nuestra posicion.
– Gracias -interrumpio el presidente-. Creo que ya hemos escuchado lo suficiente. El acusado confiesa haber dado la orden de abandonar las posiciones cerca de Olenin. El Fuhrer ha dicho claramente: «El soldado aleman permanece alli donde esta» La acusacion de cobardia y de desercion esta clara. -Miro al teniente Ohlsen con aire inquisidor y goleo la mesa con su lapiz-. ?Tiene algo que anadir?
– Herr
– Es un verdadero cuento -dijo el doctor Beckmann con sonrisa sarcastica-. Pero esto no justifica su crimen: sabotaje del mando, desercion y cobardia.
El teniente Ohlsen miro desesperadamente a su alrededor. Era como si pidiera auxilio a las paredes de aquel local, frio y sin piedad. Entonces, abandono la partida. Se dejo caer pesadamente en el banquillo. Le faltaba valor para proseguir. Comprendia perfectamente que todo habia terminado. En el ultima banco de los auditores acababa de descubrir a un hombrecillo delgado, vestido de negro, con un clavel rojo en el ojal.
El presidente, el doctor Jeckstadt, tambien se habia fijado en aquel hombrecillo vestido como si tuviera que asistir a un entierro. Tras las gafas oscuras, los helados ojos azules barrian el local como los haces de un radar. Estaba sentado y fumaba, indiferente a todos los letreros en los que se prohibia fumar. El doctor Jeckstadt estuvo a punto de echarse a gritar Aquel fumador insolente le llenaba de rabia. Pero uno de sus asesores le indico quien era aquel sujeto. Por lo tanto, decidio callarse.
El acusador habia descubierto tambien a Paul Bielert. Un nerviosismo evidente se apodero de el. La aparicion del jefe del IV-2a, era siempre presagio de conflictos. ?Habrian descubierto algo? Aquel Bielert era peligroso. Nunca se sabia donde asestaria el golpe siguiente.
Hacia cuatro anos, habia habido aquella historia de la incautacion. Pero no podian descubrir nada al respecto. Hacia mucho tiempo que los otros tres habian muerto, y la senora Rosen habia sido ahorcada. El doctor Beckmann se estremecio. ?Menuda lata haberse visto complicado en aquella maldita historia! Paul Bielert no era mas que un insignificante
Inconscientemente, el doctor Beckmann se toco la garganta. Como hipnotizado, observo el clavel rojo que adornaba la solapa de Paul Bielert. Su mirada ascendio hasta los penetrantes ojos del jefe de la Gestapo. De repente, sintio frio. ?Que hacia alli aquel diabolico personaje? No podia tratarse de aquella vieja cuestion, relegada al olvido desde hacia ya, mucho tiempo.
Hizo un esfuerzo supremo para recobrar la serenidad. Estaba en una sala de justicia prusiana y no en una cloaca de la Gestapo; y el, Beckmann, era doctor en Derecho, abogado general, antiguo profesor de Universidad. No temia a la Gestapo. Y, ademas, ?por que habia de temerla? Se estremecio de nuevo. ?GESTAPO! Aquel hombre sentado alli arriba no era mas que un bandido sin educacion, un producto del arroyo, un piojoso
Decidio coger el toro por los cuernos. Con sonrisa arrogante, dirigio su mirada hacia Paul Bielert. Vio un rostro palido, los ojos grises y helados, la boca pequena. Lentamente, su sonrisa desaparecio. Volvio la espalda a Paul Bielert, pero siguio sintiendo en su espalda los ojos del
De pronto, se dio cuenta de que el tribunal esperaba sus conclusiones antes de retirarse a deliberar. Dio un grito, como desesperado, para subrayar su irreprochable patriotismo.
– Solicito al tribunal que el acusado sea decapitado acuerdo con el articulo 197 b y el articulo 91 b penal Militar.
El doctor Beckmann se dejo caer pesadamente en un sillon. Leyo con