Me acompano a una sala que se habria podido considerar elegante si no fuera por el enorme hueso para perros, solo parcialmente roido, que habia en la alfombra. Mire alrededor buscando al propietario, pero no estaba a la vista.
– No toque nada -dijo el caldero negro-. Voy a avisarle que usted esta aqui.
Luego, murmurando y grunendo como si la hubiera obligado a salir del bano, se fue, anadeando, a buscar a su ama. Me sente en un sofa de caoba con delfines tallados en los brazos. Al lado habia una mesa a juego, con el tablero soportado por colas de delfin. Los delfines eran un recurso humoristico siempre popular entre los ebanistas alemanes, pero yo, personalmente, veia mas sentido del humor en un sello de tres pfennigs. Llevaba alli unos cinco minutos cuando el caldero volvio a entrar balanceandose para decirme que
Recorrimos un pasillo largo y sombrio que albergaba un monton de peces disecados, uno de los cuales, un hermoso salmon, me detuve a admirar.
– Hermoso pez -dije-. ?Quien fue el pescador?
Se volvio con impaciencia.
– Aqui no hay ningun pescador, solo peces. Vaya casa esta para peces y gatos y perros. Solo que los gatos son peores. Por lo menos los peces estan muertos. A los perros y los gatos no se les puede quitar el polvo.
Casi automaticamente pase el dedo por la vitrina del salmon. No parecia haber muchas pruebas de que quitar el polvo fuera una actividad frecuente; e incluso con mi comparativamente corto conocimiento del hogar de los Lange, era facil ver que raramente se pasaba el aspirador por las alfombras, si es que se pasaba alguna vez. No es que, despues del barro de las trincheras, un poco de polvo y unas cuantas migas por el suelo me molesten demasiado, pero, de cualquier modo, he visto muchas casas de los peores barrios de Neukolln y Wedding mas limpias que aquella.
El caldero abrio unas puertas cristaleras y se hizo a un lado. Entre en una sala desordenada, que parecia ser en parte despacho, y las puertas se cerraron tras de mi.
Era una mujer grande, carnosa como una orquidea. La grasa le colgaba, pendulante, de la cara y los brazos de color melocoton, dandole el aspecto de uno de esos perros estupidos, criados para que parezca que la piel les queda varias tallas demasiado grande. Su propio y estupido perro era aun mas informe que el Sharpei mal vestido al que ella se parecia.
– Ha sido usted muy amable viniendo a verme tan rapidamente -dijo.
Hice unos cuantos ruiditos deferentes, pero ella tenia la clase de aplomo que solo se consigue viviendo en una direccion de tantas campanillas como la Her bertstrasse.
Saco una pitillera y me invito a fumar, anadiendo como advertencia:
– Son mentolados.
Creo que fue la curiosidad lo que me hizo coger uno, pero con la primera calada se me encogio el estomago y comprendi que habia olvidado por completo lo asqueroso que es el sabor a mentol. Ella se echo a reir cloqueando cuando vio mi evidente incomodidad.
– ?Apaguelo, hombre de Dios! Tienen un sabor horrible. No se por que los fumo, de verdad que no lo se. Fume uno de los suyos o no conseguire que me preste atencion.
– Gracias -dije apagandolo en un cenicero del tamano de un tapacubos-. Me parece que sera lo mejor.
– Y ya que esta en ello, sirvanos una bebida. No se a usted, pero a mi me vendria bien.
Senalo hacia un secreter Biedermeier, cuya seccion superior, con sus columnas jonicas de bronce, representaba un antiguo templo griego en miniatura.
– Hay una botella de ginebra ahi dentro -dijo-. No le puedo ofrecer nada salvo zumo de lima para mezclarla. Me temo que es lo unico que bebo.
Era un poco temprano para mi, pero prepare dos combinados. Me gusto que tratara de hacer que me sintiera comodo, aunque se suponia que esa era una de mis habilidades profesionales. Pero es que
– ?Es usted un hombre observador,
– Soy capaz de ver lo que esta sucediendo en Alemania, si se refiere a eso.
– No me referia a eso, pero me alegra saberlo, de todos modos. No, lo que yo queria decir era si es bueno viendo cosas.
– Vamos,
– Me temo que no se casi nada de esos asuntos.
– No hay razon alguna por la que tuviera que saber algo.
– Pero si he de confiar en usted, me parece que deberia saber algo de sus credenciales.
Sonrei y dije:
– Como comprendera, el mio no es un tipo de negocio en el que pueda mostrarle el testimonio de varios clientes satisfechos. La confidencialidad es tan importante para mis clientes como en un confesionario. Quizas incluso mas importante.
– Pero entonces, ?como puedes saber que has contratado los servicios de alguien que es bueno en lo que hace?
– Soy muy bueno en lo que hago,
– ?Y por que no vendio?
– En primer lugar, la empresa no estaba en venta. Y en segundo lugar, resultaria igual de malo como empleado que como patron. De cualquier modo, es halagador que suceda una cosa asi. Claro que todo esto no viene al caso. La mayoria de personas que quieren los servicios de un investigador privado no necesitan comprar la firma. Por lo general, suelen pedir a sus abogados que le busquen a alguien. Averiguara que me recomiendan varios bufetes de abogados, incluyendo aquellos a los que no les gustan ni mi acento ni mis modales.
– Perdoneme,
– No se lo discuto. Todavia tengo que encontrar un abogado que no sea capaz de robarle los ahorros a su madre; los ahorros y el colchon donde los esconde.
– En todas las cuestiones de negocios, siempre he descubierto que mi propio criterio era mucho mas de fiar.
– ?Cual es su negocio exactamente,
– Soy propietaria y directora de una editorial.
– ? La Edi torial Lange?
– Como le he dicho, pocas veces me he equivocado al seguir mi propio criterio,
– ?Que es un berlines, eh? -dije sonriendo-. Es una buena pregunta. Hasta ahora ninguno de mis clientes me ha pedido que salte a traves de un par de aros para demostrar que perro tan inteligente soy. ?Sabe?, por lo general no suelo hacer esa clase de exhibiciones, pero en su caso voy a hacer una excepcion. A los berlineses les gusta que la gente haga excepciones por su causa. Espero que este prestando atencion porque he empezado mi actuacion. Si, les gusta que les hagan sentirse excepcionales, aunque al mismo tiempo quieren mantener las