que hacer lo mismo.

Rudolf Hess, con uniforme de las SA, entro en el hotel rodeado de guardias de asalto y hombres de la Gestapo. Tenia la cara mas cuadrada que un felpudo, pero menos acogedora. Era de estatura media, delgado y con el pelo oscuro y ondulado, frente transilvana, ojos de hombre lobo y la boca mas fina que una cuchilla de afeitar. Nos devolvio el saludo mecanicamente y subio las escaleras del hotel de dos en dos. Su actitud entusiasta me recordo la de un perro alsaciano cuando su amo austriaco lo suelta para que vaya a lamer la mano al representante del Comite Olimpico de los Estados Unidos.

Tal como iban las cosas, yo tambien tenia que ir a lamer una mano: la de un hombre de la Gestapo.

3

Oficialmente, como detective fijo del Adlon, mi funcion consistia en mantener el hotel limpio de matones y homicidas, pero no era una tarea facil cuando los matones y homicidas eran oficiales del Partido Nazi. Algunos, como Wilhelm Frick, el ministro de Interior, incluso habian cumplido condena en prision. El ministerio se encontraba en el Unter den Linden, a la vuelta de la esquina del Adlon, y, como ese autentico zopenco bavaro con una verruga en la cara tenia una amiga que casualmente era la mujer de un prominente arquitecto nazi, entraba y salia del hotel a todas horas. Es probable que la amiga tambien.

Otro factor que dificultaba la labor de detective de hotel era la frecuente renovacion del personal: la sustitucion de empleados honrados y trabajadores que resultaban ser judios por otros mucho menos honrados y trabajadores, pero que, al menos, tenian mas pinta de alemanes.

En general, procuraba no meterme en esos asuntos, pero, cuando la detective del Adlon decidio marcharse de Berlin para siempre, me senti obligado a echarle una mano.

Entre Frieda Bamberger y yo habia algo mas que amistad. De vez en cuando eramos amantes de conveniencia, que es una manera bonita de decir que nos gustaba irnos juntos a la cama, pero que el asunto no iba mas alla, porque ella tenia un marido semiadosado que vivia en Hamburgo. Habia sido esgrimista olimpica, pero, en noviembre de 1933, su origen judio le habia valido la expulsion del Club de Esgrima berlines. Otro tanto le habia sucedido a la inmensa mayoria de los judios alemanes afiliados a gimnasios y asociaciones deportivas. En el verano de 1934 ser judio equivalia a ser protagonista de un aleccionador cuento de los hermanos Grimm, en el que dos ninos abandonados se pierden en un bosque infestado de lobos feroces.

No es que Frieda creyera que la situacion pudiese estar mejor en Hamburgo, pero esperaba que la discriminacion que padecia fuera mas llevadera con la ayuda de su gentil marido.

– Oye -le dije-, conozco a una persona del Negociado de Asuntos Judios de la Gestapo, fuimos companeros en el Alex. Una vez lo recomende para un ascenso, conque me debe un gran favor. Voy a ir a hablar con el, a ver que se puede hacer.

– No puedes cambiar lo que soy, Bernie -me dijo ella.

– Quiza, pero a lo mejor puedo cambiar lo que te consideren los demas.

En aquella epoca vivia yo en Schlesische Strasse, en la parte oriental de la ciudad. El dia de la cita con la Gestapo, habia cogido el metro en direccion oeste hasta Hallesches Tor y, luego, cuando iba a pie hacia el norte por Wilhelmstrasse, fue cuando tope con aquel policia enfrente del hotel Kaiser. El eventual santuario del Excelsior se encontraba a tan solo unos pasos de la sede de la Gestapo de Prinz-Albrecht Strasse, 8: un edificio que, mas que el cuartel general del nuevo cuerpo aleman de la policia secreta, parecia un elegante hotel Wilhelmine, efecto que reforzaba la proximidad del antiguo hotel Prinz Albrecht, ocupado ahora por la jefatura administrativa de las SS. Poca gente transitaba ya por esa calle, salvo en caso de absoluta necesidad, y menos ahora, despues de que hubieran atacado alli a un policia. Quiza por eso me imagine que seria el ultimo sitio en el que me buscarian.

Con su balaustrada de marmol, sus altas bovedas y una escalinata con peldanos de la anchura de la via del tren, la sede de la Gestapo se parecia mas a un museo que a un edificio de la policia secreta; o quizas a un monasterio… pero de monjes de habito negro que se divertian persiguiendo a la gente para obligarla a confesar sus pecados. Entre en el edificio y me acerque a la chica del mostrador, quien iba de uniforme y no carecia de atractivo, y me acompano, escaleras arriba, hasta el Negociado II.

Al ver a mi antiguo conocido, sonrei y salude con la mano al mismo tiempo; un par de mecanografas que estaban cerca de alli me echaron una mirada entre divertida y sorprendida, como si mi sonrisa y mi saludo hubiesen sido ridiculos y fuera de lugar. Y asi habia sido, en efecto. No hacia mas de dieciocho meses que existia la Gestapo, pero ya se habia ganado una fama espantosa y, precisamente por eso, estaba yo tan nervioso y habia sonreido y saludado a Otto Schuchardt nada mas verlo. El no me devolvio el saludo. Tampoco la sonrisa. Schuchardt nunca habia sido lo que se dice el alma de las fiestas, pero estaba seguro de haberle oido reir cuando eramos companeros en el Alex. Claro que quizas entonces se riese solo porque yo era su superior y, en el momento mismo de darnos la mano, empece a pensar que me habia equivocado, que el duro poli joven al que habia conocido se habia vuelto del mismo material que la balaustrada y las escaleras que llevaban a la puerta de su seccion. Fue como dar la mano al mas gelido director de pompas funebres.

Schuchardt era bien parecido, si uno considera guapos a los hombres rubisimos de ojos azul claro. Como yo tambien lo soy, tuve la sensacion de haber dado la mano a una version nazi de mi mismo, muy mejorada y mucho mas eficiente: a un dios hombre, en vez de a un infeliz Fritz con novia judia. Aunque, por otra parte, nunca me empene en ser un dios ni en ir al cielo, siquiera, al menos mientras las chicas malas como Frieda se quedasen en el Berlin de Weimar.

Me hizo pasar a su reducido despacho y cerro la puerta, de cristal esmerilado, con lo cual nos quedamos solos, en compania de una pequena mesa de escritorio, un batallon de archivos metalicos grises como tanques y una hermosa vista del jardin trasero de la Gestapo, cuyos macizos de flores atendia primorosamente un hombre.

– ?Cafe?

– Claro.

Schuchardt metio un calentador en una jarra de agua. Parecia que le hacia gracia verme, es decir, puso cara de depredador medianamente satisfecho despues de almorzar unos cuantos gorriones.

– ?Vaya, vaya! -dijo-. ?Bernie Gunther! Han pasado dos anos, ?no?

– Por fuerza.

– Tambien esta aqui Arthur Nebe, por supuesto, es subcomisario y juraria que conoces a muchos mas. Personalmente, no entendi por que dejaste la KRIPO.

– Preferi irme antes de que me echasen.

– Me da la impresion de que en eso te equivocas. El Partido prefiere criminalistas puros como tu cien veces mas que un punado de oportunistas violetas de marzo que se han subido al carro por otros motivos. -Arrugo su afiladisima nariz con gesto desaprobador-. Por descontado, en la KRIPO quedan todavia unos cuantos que no se han unido al Partido y ciertamente se los respeta. Por ejemplo, Ernst Gennat.

– Seguro que tienes razon.

Podria haber nombrado a todos los buenos policias que habian sido expulsados de la KRIPO durante la gran purga que sufrio el cuerpo en 1933: Kopp, Klingelholler, Rodenberg y muchos mas, pero no habia ido a discutir de politica. Encendi un Muratti, me ahume los pulmones un segundo y me pregunte si me atreveria a hablar de lo que me habia llevado al despacho de Otto Schuchardt.

– Relajate, viejo amigo -dijo, y me paso una taza de cafe sorprendentemente sabroso-. Fuiste tu quien me ayudo a colgar el uniforme y a entrar en la KRIPO. No olvido a los amigos.

– Me alegro de saberlo.

– No se por que, pero tengo la sensacion de que no has venido a denunciar a nadie. No, no me pareces de esos, conque dime, ?en que puedo ayudarte?

– Tengo una amiga judia -dije-, una buena alemana, incluso nos represento en las Olimpiadas de Paris. No es religiosa practicante y esta casada con un gentil. Quiere irse de Berlin; espero poder convencerla de que cambie de opinion y me preguntaba si seria posible olvidar su origen o, tal vez, pasarlo por alto. En fin, se sabe que esas cosas pasan de vez en cuando.

– ?De verdad?

– Si, bueno, es lo que me parece.

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