Philip Kerr

Si Los Muertos No Resucitan

Berlin Noir 06

III Premio Internacional de Novela Negra RBA

Titulo original: If the Dead Rise Not

© 2009, Philip Kerr

© de la traduccion: 2009, Concha Cardenoso Saenz de Miera, 2009

?De que me sirve haber luchado en Efeso como un hombre contra las fieras, si los muertos no resucitan? Comamos y bebamos, pues manana moriremos.

Corintios 15, 32

PRIMERA PARTE

Berlin, 1934

1

Era un sonido de los que se confunden con otra cosa cuando se oyen a lo lejos: una sucia gabarra de vapor que avanza humeando por el rio Spree; una locomotora que maniobra lentamente bajo el gran tejado de cristal de la estacion de Anhalter; el aliento abrasador e impaciente de un dragon enorme, como si un dinosaurio de piedra del zoologico de Berlin hubiese cobrado vida y avanzara pesadamente por Wilhelmstrasse. A duras penas se reconocia que era musica hasta que uno advertia que se trataba de una banda militar de metales, aunque sonaba demasiado mecanica para ser humana. De pronto inundo el aire un estrepito de platillos con tintineo de carillones y por ultimo lo vi: un destacamento de soldados que desfilaba como con el proposito de dar trabajo a los peones camineros. Solo de verlos me dolian los pies. Venian por la calle marcando el paso como automatas, con la carabina Mauser colgada a la izquierda, balanceando el musculoso brazo derecho desde la altura del codo hasta el aguila de la hebilla del cinturon con la precision de un pendulo, la cabeza alta, encasquetada en el casco gris de acero, y el pensamiento -suponiendo que pensasen- puesto en disparates sobre un pueblo, un guia, un imperio: ?en Alemania!

Los transeuntes se detuvieron a mirar y a saludar el mar de banderas y ensenas nazis que llevaban los soldados: un almacen entero de panos rojos, negros y blancos para cortinas. Otros llegaban a la carrera dispuestos a hacer lo mismo, pletoricos de entusiasmo patriotico. Aupaban a los ninos a hombros para que no perdieran detalle o los colaban entre las piernas de los policias. El unico que no parecia entusiasmado era el hombre que estaba a mi lado.

– ?Fijese! -dijo-. Ese idiota chiflado de Hitler pretende que volvamos a declarar la guerra a Inglaterra y Francia. ?Como si en la ultima no hubiesemos perdido suficientes hombres! Me pone enfermo tanto desfile. Puede que Dios inventase al demonio, pero el Guia se lo debemos a Austria.

La cara del hombre que asi hablaba era como la del Golem de Praga y su cuerpo, como barril de cerveza. Llevaba un abrigo corto de cuero y una gorra con visera calada hasta la frente. Tenia orejas de elefante indio, un bigote como una escobilla de vater y una papada con mas capas que una cebolla. Ya antes de que el inoportuno comentarista arrojase a la banda la colilla de su cigarrillo y acertase a dar al bombo, se abrio un claro a su alrededor como si fuese un apestado. Nadie queria estar cerca de el cuando apareciese la Gestapo con sus particulares metodos de curacion.

Di media vuelta y me aleje a paso vivo por Hedemann Strasse. Hacia un dia calido, casi demasiado para finales de septiembre, y la palabra «verano» me hizo pensar en un bien preciado que pronto caeria en el olvido. Igual que libertad y justicia. El lema que estaba en boca de todos era «Arriba Alemania», solo que a mi me parecia que marchabamos como automatas sonambulos hacia un desastre horrendo, pero todavia por desvelar. Lo cual no significaba que fuese yo a cometer la imprudencia de manifestarlo publicamente y, menos aun, delante de desconocidos. Tenia mis principios, desde luego, pero como quien tiene dientes.

– ?Oiga! -dijo una voz a mi espalda-. Detengase un momento. Quiero hablar con usted.

Segui andando, pero el dueno de la voz no me alcanzo hasta Saarland Strasse (la antigua Koniggratzer Strasse, hasta que los nazis creyeron oportuno recordarnos a todos el Tratado de Versalles y la injusticia de la Sociedad de Naciones).

– ?No me ha oido? -dijo.

Me agarro por el hombro, me empujo contra una columna publicitaria y me enseno una placa de bronce sin soltarla de la mano. Asi no se podia saber si era de la brigada criminal municipal o de la estatal, pero, que yo supiera, en la nueva policia prusiana de Hermann Goering, solo los rangos inferiores llevaban encima la chapa cervecera de bronce. No habia nadie mas en la acera y la columna nos ocultaba a la vista de cualquiera que pasase por la calzada. Tambien es cierto que no tenia muchos anuncios pegados, porque ultimamente la unica publicidad son los carteles que prohiben a los judios pisar el cesped.

– No, no -dije.

– Es por el hombre que acaba de traicionar al Guia de palabra. Estaba usted a su lado, ha tenido que oir lo que decia.

– No recuerdo haber oido nada en contra del Guia -dije-. Yo estaba escuchando a la banda.

– Entonces, ?por que se ha marchado de repente?

– Me he acordado de que tenia una cita.

El poli se ruborizo ligeramente. Su cara no era agradable. Tenia los ojos turbios, velados, una rigida mueca de burla en la boca y la mandibula bastante prominente: una cara que nada debia temer de la muerte, porque ya parecia una calavera. De haber tenido Goebbels un hermano mas alto y mas fanatico, podria haber sido el.

– No lo creo -dijo el poli. Chasqueo los dedos con impaciencia y anadio-: Identifiquese, por favor.

El «por favor» estuvo bien, pero ni asi quise ensenarle mi documento. En la seccion octava de la segunda pagina se especificaba mi profesion por carrera y por ejercicio y, puesto que ya no ejercia de policia, sino que trabajaba en un hotel, habria sido lo mismo que declararme no nazi. Y lo que es peor: cuando uno se ve obligado a abandonar el cuerpo de investigacion de Berlin por fidelidad a la antigua Republica de Weimar, puede convertirse, por lo que hace a comentarios traidores sobre el Guia, en el sordo perfecto. Suponiendo que ser traidor consistiera en eso. De todos modos, sabia que me arrestaria solo por fastidiarme la manana, lo cual significaria con toda probabilidad dos semanas en un campo de concentracion.

Chasqueo los dedos otra vez y miro a lo lejos casi con aburrimiento.

– Vamos, vamos, que no tengo todo el dia.

Por un momento me limite a morderme el labio, irritado por el avasallamiento reiterado, no solo de ese poli con cara de cadaver, sino de todo el Estado nazi. Mi adhesion a la antigua Republica de Weimar me habia costado el puesto de investigador jefe de la KRIPO -un trabajo que me encantaba- y me habia quedado tirado como un paria. Es cierto que la Republica tenia muchos fallos, pero al menos era democratica y, desde su caida, Berlin, mi

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