24

Adamsberg se detuvo en seco, dejo caer el brazo, el frasco rodo por las baldosas rojas.

– ?Joder, el frasco! -grito el joven.

Adamsberg lo recogio con gesto automatico. Buscaba la palabra para decir «el que inventa una historia y se la cree», pero ya no la encontraba. Tipos sin padre que pretendian ser hijos de rey, hijos de Elvis, descendientes de Cesar. El atracador de los parques tuvo dieciocho padres, entre los cuales estaba Jean Jaures, cambiaba cada dos por tres. Mitomano, esa era la palabra. Y decian que no habia que romper la pompa de jabon de un mitomano, que era tan peligroso como despertar bruscamente a un sonambulo.

– Puestos a elegir a un padre -dijo-, podrias haber elegido a alguien mejor que yo. No es muy interesante ser hijo de policia.

– Adamsberg -solto el joven con una risita, como si no hubiera oido nada-, el padre del Zerquetscher. No queda muy bien, ?eh? Pero asi son las cosas. Un dia el hijo abandonado vuelve, un dia el hijo aplasta al padre, un dia le roba el trono. ?Conoces la historia al menos? Y el padre se va en harapos por los caminos.

– De acuerdo -dijo Adamsberg.

– Voy a preparar cafe -dijo el joven imitandolo-. Coge el puto frasco y sigueme.

Mientras lo miraba echar agua en el filtro, con el cigarrillo colgando del labio inferior, los dedos rascando el pelo castano, Adamsberg sintio que una descarga subia de su vientre, un chorro de acido mas sobrecogedor que el vino infecto de Froissy que fue a irradiar en el cuello de los dientes. «Los padres comieron el agraz, y los dientes de los hijos sufren la dentera.» [3] En su pose atenta, el joven bruto se parecia a su propio padre, de cejas hirsutas, cuando vigilaba la coccion del pote. La verdad es que se parecia a la mitad de los jovenes bearneses o a los dos tercios de los del valle del torrente de Pau: de pelo denso y rizado, menton huidizo, labios bien dibujados, cuerpo solido. Louvois, el nombre no le recordaba a nadie de su valle. El tipo podria venir tambien del valle de enfrente, el de su colega Veyrenc, por ejemplo. O de Lille, de Reims, de Menton. De Londres seguro que no.

El tipo cogio los dos tazones y los lleno. El clima se habia modificado desde que el joven habia soltado su revelacion. Con negligencia, habia vuelto a meterse el P 38 en el bolsillo trasero, dejando la cartuchera junto a la silla. La fase del enfrentamiento, igual que amaina el viento en alta mar. Ni el uno ni el otro sabian que hacer, daban vueltas al azucar en el cafe. El Zerquetscher, con la cabeza inclinada, se recogia el pelo largo detras de las orejas. Se le volvia a caer, se lo volvia a recoger.

– Que seas bearnes es posible -dijo Adamsberg-. Pero buscate a otro, Zerquetsch. No tengo hijos y no quiero tenerlos. ?Donde naciste?

– En Pau. Mi madre bajo a la ciudad para parir, para esconderse.

– ?Como se llama tu madre?

– Gisele Louvois.

– No me suena. Y eso que conozco a todo el mundo en los tres valles.

– Te la tiraste una noche junto al puente chico del Jaussene.

– Todas las parejas iban al puente chico del Jaussene.

– Luego te escribio para pedirte ayuda. Y nunca contestaste, como te la sudaba, como eres un cobarde…

– Nunca recibi la carta.

– Si ni te acuerdas del nombre de las tias que te tiras.

– Por una parte, recuerdo sus nombres; por otra, no estaba en vena en la epoca de la que hablas. Yo era torpe y no tenia moto. De tios como Matt, Pierrot, Manu, Loulou, si, de ellos podrias preguntarte si alguno es tu padre. Se las llevaban a todas. Pero luego las chicas no lo iban diciendo por ahi, las deshonraba. ?Quien te dice que tu madre no te mintio?

El joven rebusco en sus bolsillos, bajando la linea del ceno, y saco una bolsita de plastico que balanceo ante los ojos de Adamsberg antes de tirarla encima de la mesa. Adamsberg saco una foto cuyos colores originales habian virado a violeta, donde posaba un chico apoyado en un platano.

– ?Quien es ese? -pregunto el joven.

– Yo o mi hermano. ?Y que?

– Eres tu. Mira en el dorso.

Su nombre, J.-B. Adamsberg, estaba escrito a lapiz en letra pequena y redonda.

– Yo diria mas bien que es mi hermano. Raphael. No recuerdo esta camisa. Eso demuestra que tu madre nos conocia mal, que te conto un cuento chino.

– Cierra el pico, tu no conoces a mi madre, no cuenta cuentos chinos. Si me dijo que eras mi padre es que es verdad. ?Por que se lo iba a inventar, eh? Ni que fuera como para echar cohetes.

– Eso es verdad. Pero en el pueblo valia mas yo que Matt o Loulou, a ellos los llamaban «mangantes», «perros» o «meones». Por las noches, cuando hacia calor, meaban por la ventana abierta. Asi fue como la tendera, que caia mal a todo el mundo, recibio alguna meada en plenos ojos. Por no hablar de la banda de Lucien. En resumen, sin ser para tirar cohetes, quedaba mejor dar mi apellido que el de Matt el meon. No soy tu padre, nunca conoci a ninguna Gisele, ni en mi pueblo ni en los pueblos vecinos, y nunca me escribio. La primera vez que me escribio una chica, yo tenia veintitres anos.

– Mientes.

El tipo apretaba los dientes, vacilando en el pedestal de certidumbre que de repente se resquebrajaba a sus pies. Su padre imaginado, su enemigo de siempre, su diana, parecia estar a punto de escaparsele entre los dedos.

– Tanto si miento yo como si miente ella, Zerquetsch, ?que hacemos? ?Vamos a estar aqui tomando cafe hasta el fin de los dias?

– Siempre supe como se iba a acabar esto. Me dejas salir, libre como un pajaro. Y tu te quedas aqui con tus putos gatos, sin poder hacer nada. Leeras tu nombre en los periodicos, puedes creerme. Pasaran cosas. Y tu estaras en tu puto despacho y estaras acabado. Y tu dimitiras, porque ni un madero mete a su hijo en cadena perpetua. Cuando hay un hijo en juego, no hay ley que valga, ni reglas. Y tampoco tendras ganas de ir por ahi diciendo que eres el padre del Zerquetsch, ?no? Ni que es culpa tuya que al Zerquetsch se le haya ido la olla porque lo abandonaste.

– No te abandone, ni siquiera te hice.

– Pero no estas seguro, ?eh? ?Te has visto el careto, has visto el mio?

– Caretos de bearnes, y punto. Hay una manera de saberlo, Zerquetsch. Una manera de acabar tu sueno. Tenemos tu ADN y el mio. Se comparan y ya esta.

El Zerquetsher se levanto, dejo el P 38 en la mesa y sonrio tranquilamente.

– Atrevete -dijo.

Adamsberg lo miro dirigirse sin prisa hacia la puerta, abrirla e irse. Libre como un pajaro. He venido a pudrirte la vida.

Alargo el brazo por encima de la mesa, alcanzo el frasco y lo examino detenidamente. Acido nitrocitraminico. Cruzo las manos, apoyo en ellas la frente, cerrando los ojos. Por supuesto que no estaba inmunizado. Saco el tapon con la una.

25

Al entrar en la consulta del medico, Adamsberg se dio cuenta de que olia violentamente a perfume, y que el doctor Josselin lo habia advertido, sorprendido.

– Es una muestra que se me ha derramado -explico-. Acido nitrocitraminico.

– No lo conozco.

– Me he inventado el nombre, sonaba bien.

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