– El Aplastador. El asesino con mas sana del siglo que empieza.
El hombre sonrio satisfecho.
– Quiero un cafe -dijo Adamsberg-. Que me pegues un tiro ahora o luego, ?que mas da? Tienes las armas, bloqueas la puerta.
– Si -dijo el hombre acercando el revolver al borde de la mesa-. Me diviertes.
Adamsberg puso el filtro de papel en el portafiltros, lo lleno contando tres cucharadas colmadas de cafe molido, midio dos tazones de agua que vertio en una cacerola. Algo habia que hacer.
– ?No tienes maquina de cafe?
– Asi sale mejor. ?Has desayunado? Como quieras -anadio Adamsberg en el silencio-. Yo como de todos modos.
– Comes si me da la gana.
– Si no como no voy a entender lo que me digas. Supongo que has venido a decirme algo.
– Te haces el chulo, ?eh? -dijo el tipo mientras el olor a cafe invadia la cocina.
– No. Preparo mi ultimo desayuno. ?Te molesta?
– Si.
– Pues dispara.
Adamsberg puso dos tazones en la mesa, azucar, pan, mantequilla, mermelada, leche. No tenia ninguna gana de palmar a manos de ese tipo lugubre y bloqueado, como habria dicho Josselin. Ni de conocerlo. Pero hablar y hacer hablar, eso se aprendia antes que a disparar. «La palabra», decia el instructor, «es la mas mortifera de las balas si sabeis alojarla en plena cabeza». Y anadia que era dificil encontrar el centro de la cabeza con palabras y que, si se erraba el tiro, el enemigo disparaba inmediatamente.
Adamsberg servia el cafe en los tazones, empujaba el azucar y el pan hacia el adversario, cuyos ojos permanecian inmoviles, clavados bajo la barra de sus cejas oscuras.
– Dime al menos que te parece -dijo Adamsberg-. Tengo entendido que sabes cocinar.
– ?Como lo sabes?
– Por Weill, en la planta baja. Es un amigo. Le caes bien, tu, el
– Se lo que tramas, capullo. Tratas de que me raje, de que te cuente mi vida y todas esas gilipolleces como buen madero que eres. Luego me lias y me metes un tiro.
– Tu vida me la trae floja.
– ?Ah, si?
– Si -dijo Adamsberg con sinceridad, y se arrepintio.
– Pues creo que no deberia -dijo el joven apretando los dientes.
– Seguramente. Pero soy asi. Me da igual todo.
– ?Yo tambien?
– Tu tambien.
– Entonces ?que te interesa, capullo?
– Nada. Me habre perdido una salida, en algun momento. ?Ves esa bombilla del techo?
– No intentes hacerme levantar la cabeza.
– Hace meses que no funciona. No la he cambiado, me las arreglo a oscuras.
– Lo que yo pensaba. Eres un inutil y un cabron.
– Para ser un cabron hay que querer algo, ?no?
– Si -admitio el joven tras un instante.
– Y yo no quiero nada. Por lo demas, estoy de acuerdo contigo.
– Y eres un cobarde. Me recuerdas a un viejo, un bocazas, un fantasma que se cree por encima de todo.
– Bueno.
– Estaba una noche en un bar. Se le echaron seis tipos encima, ?sabes lo que hizo?
– No.
– Se tumbo en el suelo como un cagado. Y dijo: «Vamos, tios», y ellos le decian que se pusiera de pie. Pero el viejo se quedaba en el suelo, con las manos cruzadas en la barriga como una tia. Entonces ellos dijeron: «Joder, levantate, te invitamos a algo». ?Y sabes que dijo el viejo?
– Si.
– ?Ah, si?
– Dijo: «?A que? No me levanto por un beaujolais».
– Si, eso es -dijo el joven desconcertado.
– Entonces los seis tipos, respeto -prosiguio Adamsberg mojando una rebanada de pan en su tazon-. Levantaron al viejo, y luego tan amigos. A mi no me parece cobarde. Me parece que hay que tener agallas. Pero es Weill. ?Eh, a que el viejo es Weill?
– Si.
– El tiene talento. Yo no.
– ?Es mejor que tu como madero?
– ?Te decepciono? ?Quieres otro adversario?
– No. Dicen que eres el mejor madero.
– Entonces estabamos hechos para conocernos.
– Mas de lo que crees, capullo -dijo el joven con una sonrisa malevola mientras tomaba su primer sorbo de cafe.
– ?Puedes llamarme de otra manera?
– Si. Puedo llamarte madero.
Adamsberg habia acabado su pan y su cafe, era el momento en que salia hacia la Brigada, media hora a pie. Se sintio cansado, hastiado por ese intercambio, asqueado del otro y de si mismo.
– Las siete -dijo echando una ojeada por la ventana-. La hora en que el vecino mea en el arbol. Mea cada hora y media, dia y noche. Al arbol no le hace ningun bien, pero a mi me da la hora.
El joven apreto el arma en la mano y miro a Lucio a traves del cristal.
– ?Por que mea cada hora y media?
– La prostata.
– Me la suda -dijo el joven con rabia-. Tengo tuberculosis, tina, sarna, enteritis y un solo rinon.
Adamsberg retiro los tazones.
– Se entiende que te cargues a la gente.
– Si. En un ano estoy muerto.
Adamsberg senalo el paquete de cigarrillos del
– ?Eso quiere decir que quieres uno? -pregunto el joven.
– Si.
El paquete se deslizo por la mesa.
– Es la costumbre. Fuma, te reventare despues. ?Que mas quieres? ?Saber? ?Comprender? No sabras nada, ya puedes esperar sentado.
Adamsberg saco un cigarrillo, hizo un gesto con los dedos para pedir fuego.
– ?Ni siquiera estas acojonado? -pregunto el hombre.
– Asi asi.
Adamsberg echo el humo, y el cigarrillo le produjo mareo.
– ?Que has venido a hacer aqui exactamente? -pregunto-. ?Meterte en la boca del lobo? ?Contarme tu historia? ?Buscar la absolucion? ?Medir al adversario?
– Si -dijo el joven sin que se supiera a que contestaba-. Queria saber que pinta tenias antes de irme. No, no es eso. He venido para pudrirte la vida.
Se ponia la cartuchera por los hombros, enredandose con las cintas.
– No se pone asi, te equivocas de lado. Esa correa va en el otro brazo.
El joven volvio a empezar la operacion. Adamsberg lo observo sin moverse. Se oyo un maullido penoso, unas que rascaban la puerta.
– ?Que es?
– Una gata.