– De acuerdo -dijo Adamsberg-. ?Como lo sabe?

– Por como se lleva los dedos al oido.

– Ya lo he consultado. No hay nada que hacer, salvo acostumbrarse y olvidarlos. Y eso se me da bien.

– La indolencia, la indiferencia, ?verdad? -dijo el medico acompanando a Adamsberg hacia la entrada-. Pero los acufenos no se borran como un recuerdo. Yo puedo quitarselos. Si le apetece. ?Para que llevar piedras en la mochila?

21

Volviendo a pie de casa del doctor Josselin, Adamsberg iba apretando y soltando el corazon de espuma, Love, en el bolsillo. Se detuvo en el porche de la iglesia de Saint-Francois-Xavier para llamar a Danglard.

– No funciona, comandante. Ese mensaje de amor es impensable.

– ?Que mensaje? ?Que amor? -pregunto prudentemente Danglard.

– El del viejo Vaudel, su Kiss Love para la anciana alemana. Es imposible. Vaudel es mayor, esta aislado del mundo, es tradicional, bebe licor de guindas en un sillon Luis XIII, no escribe Kiss Love en una carta. No, Danglard, y menos en una cana postuma. Es una facilidad demasiado barata para el. Un modernismo que reprueba. No va a copiar mensajes de un corazon de espuma.

– ?Que corazon de espuma?

– No importa, Danglard.

– Cualquiera puede tener fantasias, comisario. Vaudel era caprichoso.

– ?Una fantasia en cirilico?

– Por afan de secretismo, ?por que no?

– Ese alfabeto, Danglard, ?solo se utiliza en Rusia?

– No, en las lenguas eslavas de los pueblos ortodoxos. Viene del griego medieval, mas o menos.

– No me diga de donde viene, digame solo si se usa en Serbia.

– Si, claro.

– Me ha dicho usted que su tio es serbio, ?verdad? O sea que los pies cortados eran serbios.

– No estoy seguro de que fueran los de mi tio. Fue su historia del oso la que me hizo pensarlo. Puede que sean los pies de otro.

– ?De quien, entonces?

– De algun primo quiza, de algun hombre del mismo pueblo.

– Pero de un pueblo serbio, ?no, Danglard?

Adamsberg oyo el vaso de Danglard posarse bruscamente en la mesa.

– Mensaje serbio, pies serbios, ?asi es como piensa usted? -pregunto el comandante.

– Si. Dos senales serbias en pocos dias no es frecuente.

– No tiene nada que ver. Y no queria que nos ocuparamos mas de los pies de Highgate.

– El viento se mueve, y yo no puedo evitarlo, comandante. Y esta noche sopla del este. Busque que puede significar Kiss Love en serbio. Empiece a husmear por los pies de su tio.

– Mi tio conocia a poca gente en Francia, y desde luego no opulentos juristas de Garches.

– No grite, Danglard, tengo acufenos y me molesta.

– ?Desde cuando?

– Desde Quebec.

– Nunca me lo habia dicho.

– Porque me daba igual. Y esta noche no. Le envio por fax la carta de Vaudel. Busque, Danglard, algo que empiece por Kiss. Lo que sea. Pero en serbio.

– ?Esta noche?

– Es su tio, comandante. No vamos a abandonarlo en el vientre del oso.

22

Con los pies apoyados en los ladrillos de la chimenea, Adamsberg dormitaba delante del fuego apagado, con un indice hundido en el oido. No servia para nada, el ruido estaba dentro, chisporroteando como una linea de alta tension. Eso perturbaba sin duda su escucha, ya de por si distraida, y era posible que acabara aislado como un murcielago sin radar que ya no entiende nada del mundo. Esperaba que Danglard se pusiera manos a la obra. A esas horas, el comandante ya se habria puesto su ropa de por la noche, el atuendo obrero de su padre minero, lo contrario de su elegancia diurna. Adamsberg se lo imaginaba con nitidez, encorvado en su mesa de trabajo, en camiseta, refunfunando.

Danglard examinaba la palabra en cirilico de la carta de Vaudel, echando pestes contra el comisario, que no se habia interesado por esos pies cuando a el le habian preocupado. Y ahora que habia decidido dejarlos en paz, Adamsberg reabria bruscamente el camino. Sin mas explicaciones, a su manera opaca e inopinada, que desestabilizaba su dispositivo de seguridad. Y lo minaba en sus mas reconditas profundidades si resultaba que Adamsberg tenia razon.

Lo cual no era imposible, admitia Danglard mientras disponia sobre la mesa los pocos archivos que tenia de su tio, Slavko Moldovan. Un hombre que en modo alguno habia que abandonar, eso era verdad, en el estomago de un oso sin reaccionar. Danglard sacudio la cabeza, irritado como cada vez que el vocabulario de Adamsberg se deslizaba en el suyo. Habia querido a su tio Slavko, que se pasaba el dia inventando historias, que se llevaba el dedo a los labios para sellar secretos, ese dedo que olia a tabaco de pipa. Danglard creia que su tio habia sido fabricado para el, puesto exclusivamente a su servicio. Slavko Moldovan no se cansaba o no lo mostraba, le regalaba fragmentos de existencia alegres y terrorificos, abusivamente trufados de misterios y de conocimientos. Habia abierto las ventanas, ensenado horizontes. Cuando pasaba un tiempo con ellos, el joven Adrien Danglard lo seguia sin descanso, a el y sus mocasines de pompones rojos ribeteados de un bordado dorado que algunas noches restauraba con hilo brillante. Habia que cuidarlos, eran para llevar los dias de fiesta, era la costumbre del pueblo. Adrien lo ayudaba, alisaba el hilo de oro, preparaba las agujas. Hasta ese punto conocia esos zapatos cuyos pompones habia encontrado ignominiosamente mezclados en el sacrilego deposito de Highgate. Pompones que podian haber pertenecido a cualquier otro vecino, que era lo que deseaba ardientemente Danglard. El superintendente Radstock habia progresado. Parecia seguro que el coleccionista se introducia en los depositos mortuorios, en los establecimientos de pompas funebres donde habia algun muerto esperando. Extraia los pies fetiche y volvia a atornillar el ataud. Los pies eran lavados, las unas cortadas. Y si el Cortapies era ingles o frances, ?por que y como diablos habia puesto la mano en los pies de un serbio? ?Y como no se habia hecho notar alli? A menos que fuera del pueblo…

El pueblo, Slavko se lo habia descrito en todas las estaciones, lugar prodigioso colmado de hadas y de demonios. El tio tenia el favor de unas y luchaba contra los otros. Sobre todo contra un gran demonio, oculto en las entranas de la tierra, que rondaba la linde del bosque, decia bajando la voz antes de llevarse el dedo a los labios. La madre de Danglard reprobaba las historias de Slavko, y su padre se burlaba de ellas. «?Por que le cuentas esos horrores? ?Como quieres que duerma luego?» Son tonterias, contestaba Slavko, nos lo pasamos bien el crio y yo.

Luego la tia lo dejo por ese cretino de Roger, y Slavko habia vuelto alli, a su tierra.

Alli.

A Kiseljevo.

Danglard lanzo un suspiro, se sirvio un vaso y marco el numero de Adamsberg, que contesto enseguida.

– No quiere decir Kiss Love, ?verdad, Danglard?

– No, quiere decir Kiseljevo, y es el pueblo de mi tio.

Adamsberg fruncio el ceno, empujo un leno con el pie.

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