descerebrado. Me lo escribio un dia.
– De acuerdo -dijo Danglard-, eso nos deja cinco dias, o seis dias. ?Donde se alojara en Kiseljevo?
– Hay un hostal con desayuno.
– No me gusta. Ese viaje solo.
– Tengo a su bizprimo.
– Vladislav no es un as del combate. No me gusta -repitio Danglard-. Kiseljevo, el tunel negro.
– La linde del bosque -dijo Adamsberg sonriendo-, que sigue dandole miedo. Aun mas que el
Danglard se encogio de hombros.
– Que se pasea por no se sabe donde -dijo Adamsberg en tono mas sordo-. Libre como un pajaro.
– No es culpa suya. ?Que hacemos con Mordent? ?Lo sacamos de su maldita vigilancia? ?Lo sacudimos? ?Le hacemos escupir su bilis de traidor?
Adamsberg se levanto, puso una gruesa goma alrededor de las carpetas verde y rosa, encendio un cigarrillo que dejo colgar del labio inferior, entornando los ojos para evitar el humo. Como su padre, y como Zerk.
– ?Que hacemos con Mordent? -repitio lentamente Adamsberg-. Primero le dejamos recuperar a su hija.
28
Su mochila estaba hecha, con el bolsillo delantero hinchado por las tres carpetas: la francesa, la inglesa y la austriaca. Encontrarse en la cocina le traia en desorden las imagenes de Zerk esa manana, su largo enfrentamiento, el modo en que lo habia dejado ir. Ve, Zerk, ve, ve a matar tranquilo, el comisario no ha movido un dedo para impedirtelo. «Inhibicion de la accion», habia dicho Josselin. Quiza ya se estuviera produciendo cuando se habia eclipsado el domingo para dejar a Emile la posibilidad de huir, si es que fue eso lo que hizo. Pero la inhibicion se habia acabado, el hombre de los dedos de oro se la habia quitado. Bajar al tunel de Kisilova, hundirse en ese pueblo edificado sobre su secreto. Habia tenido buenas noticias de Emile, la fiebre habia bajado. Se puso los dos relojes, levanto la mochila.
– Tienes visita -dijo Lucio llamando a la ventana.
Weill entraba placidamente en la sala, impidiendole el paso con su barriga. Lo usual era que uno se desplazara para visitar a Weill, nunca lo contrario. El hombre era neuroticamente casero, y cruzar Paris era para el una tarea penosa.
– He estado a punto de no encontrarlo -dijo sentandose.
– No tengo tiempo -dijo Adamsberg estrechandole la mano torpemente, ya que Weill tenia tendencia a ofrecerla con molicie, como para un beso-. Tengo que tomar un avion.
– ?Tiempo para una cerveza?
– Apenas.
– Nos contentaremos con eso. Tome asiento, amigo mio
– anadio senalando una silla con ese tono ligeramente desdenoso que le gustaba adoptar como si el lugar, cualquiera que fuera, le perteneciera-. ?Se expatria? Parece una decision sabia. ?Destino?
– Kisilova. Un pueblecito serbio a orillas del Danubio.
– ?Tambien por lo de Garches?
– Tambien.
– ?Fuma? -pregunto Weill encendiendo su cigarrillo.
– He vuelto a empezar hoy.
– Preocupaciones -afirmo Weill.
– Sin duda.
– Seguro. Por eso tenia que hablarle.
– ?Por que no me ha llamado?
– Ya lo comprendera. La tormenta reune sus fuegos sobre su cabeza, no duerma bajo un arbol, no ande a descubierto. Ande a la sombra y corra.
– Deme detalles, Weill, los necesito.
– No tengo pruebas, amigo mio.
– Entonces deme motivos.
– El asesino de Garches tiene un protector.
– ?Arriba?
– Seguramente. Un peso pesado que no tiene estados de animo. No desea que lleve el caso a buen fin. Han presentado un informe bastante pobre contra usted por ayudar a huir a un sospechoso, Emile Feuillant, y por falta sobre comprobacion de coartada. Han pedido su destitucion provisional. La idea era poner a Preval al mando de la investigacion.
– Preval es un corrupto.
– Notorio. He escamoteado el informe.
– Gracias.
– Golpearan mas fuerte, y mi ligero poder no podra hacer nada. ?Ha planeado algo, aparte de volar?
– Ir mas rapido que ellos, atrapar la pelota antes de que toque el suelo.
– ?Dicho de otro modo, coger al asesino por el cuello y exhibir pruebas? Ridiculo, amigo mio. ?Cree que no pueden disolver pruebas?
– No.
– Perfecto, entonces triplique su plan. Plan A, busque al asesino, de acuerdo. Es el aspecto consensual del asunto, pero no es la prioridad puesto que la verdad no sale necesariamente de la nasa, sobre todo cuando no es deseada. Plan B, averigue quien, alla arriba, quiere abatirlo y prepare una contraofensiva. Plan C, prevea el exilio. Quiza por el Adriatico.
– No es usted muy alegre, Weill.
– Ellos no son alegres. Nunca.
– No tengo ningun medio para identificar al hombre de alla arriba. Acorralando al asesino es como puedo aproximarme a el.
– No obligatoriamente. Lo que sucede alla arriba se oculta a los humildes. Asi que parta de abajo. Puesto que los de arriba utilizan siempre a los de abajo que quieren ir hacia arriba. Y remonte por la escalera. ?Quien esta abajo, en el primer barrote?
– El comandante Mordent. Lo han utilizado a cambio de la promesa de absolver a su hija. Sera juzgada dentro de dos semanas por trafico de drogas.
– O por asesinato. La joven estaba grogui cuando Stubby Down fue abatido. Su amigo Bones pudo ponerle el arma en la mano y accionar el indice.
– ?Y eso fue lo que paso, Weill? ?Es eso?
– Si. Tecnicamente, ella lo mato. En consecuencia, Mordent tiene que pagar muy caro para conseguir el intercambio. ?Quien esta en el segundo barrote, segun usted?
– Brezillon. El dirige a Mordent. Pero no creo que participe en el complot.
– Sin importancia. Tercer barrote de la escalera, el juez del proceso que ha aceptado por adelantado dejar a la nina Mordent en libertad. ?Quien es y que gana en contrapartida? Eso es lo que hay que saber, Adamsberg. ?Quien le ha pedido la puesta en libertad, para quien trabaja?
– Lo siento -dijo Adamsberg acabando su cerveza-, no he tenido tiempo de preocuparme de eso. Lo comprendio Danglard. Los pies cortados, el infierno de Garches, la herida de
Emile, el asesinato austriaco, el tio serbio, el fusible que me salto, la gata que pario, lo siento. No se me ocurrio ni tuve tiempo para ver esa escalera ni a todos esos tipos encaramados en ella.
– Ellos, en cambio, tuvieron todo el tiempo de ocuparse de usted. Lleva mucho retraso.
– No hay lugar a dudas. Las virutas de mis lapices ya estan en manos de la policia de Avinon, recogidas en casa de Pierre Vaudel. Solo he diferido el detonador, solo tengo cinco o seis dias antes de que se me echen encima.
– No es que el trabajo me tiente -dijo Weill con languidez-, pero no me gustan. Son para mi mente lo que la