cocina mediocre para mi estomago. Puesto que debe irse, puede que explore unos cuantos barrotes de la escalera en su lugar.

– ?Al juez?

– Mas alla, espero. Le llamare. No a su linea normal ni desde la mia.

Weill puso dos moviles nuevos en la mesa y deslizo uno hacia Adamsberg.

– El suyo, el mio. No lo encienda hasta que haya pasado la frontera, y nunca cuando su otro telefono este en funcionamiento. ?No tendra GPS en su movil normal…?

– Si. Quiero que Danglard pueda localizarme en caso de que mi movil me deje tirado. Suponga que me encuentro solo en la linde del bosque.

– ?Y?

– Nada -dijo Adamsberg sonriente-, es solo un demonio que ronda alli en Kisilova. Tambien esta Zerk, divagando por algun sitio.

– ?Quien es Zerk?

– El Zerquetscher. Es el nombre que le dieron los vieneses. El Aplastador. Antes de Vaudel habia destrozado a un hombre en Pressbaum.

– No lo busca a usted.

– ?Por que no?

– Quite el GPS, Adamsberg, es usted imprudente. No les de medios para detenerlo, o para accidentarlo, quien sabe. Se lo repito: busca usted a un asesino que no quieren que encuentre. Apague su telefono normal tan a menudo como sea posible.

– No hay riesgo. Solo Danglard tiene la senal GPS.

– No confie en nadie, porque los de arriba envian a sus tentadores y sus negociantes.

– Excluyo a Danglard.

– No excluya a nadie. A cada cual su codicia o su miedo, todo hombre tiene una granada bajo la cama. Y eso forma la gran cadena de los que se tienen agarrados por los cojones alrededor del mundo. Excluyamos a Danglard si lo desea, pero no la existencia de un hombre que siga cada movimiento de Danglard.

– ?Y usted, Weill? ?Su codicia?

– Yo tengo la suerte, comprendame, de quererme mucho. Eso reduce mi avidez y mis exigencias respecto al mundo. Aun asi, deseo darme la gran vida en un gran palacete del siglo XVIII, con una bateria de cocineros, un sastre interno, dos gatos que ronroneen, musicos personales, un parque, un patio, una fuente, amantes y sirvientas, y derecho a insultar a quien me de la gana. Pero nadie parece pensar en satisfacer mis deseos. Nadie trata de comprarme. Soy demasiado complicado y excesivamente caro.

– Tengo un gato que regalarle. Una nina de una semana suave como algodon blanco. Hambrienta, preciosa y delicada, iria muy bien en su palacete.

– No tengo ni la primera piedra de ese palacete.

– Seria un principio, el primer barrote de la escalera.

– Podria interesarme. Quite ese GPS, Adamsberg.

– Tendria que confiar en usted.

– Los hombres que suenan con los fastos del pasado no son buenos traidores.

Adamsberg le paso el telefono mientras se acababa la cerveza. Weill levanto la bateria e hizo saltar el chip de localizacion con un gesto seco.

– Por eso tenia que verlo.

29

El coche 17 para Belgrado era un compartimento de lujo con dos camas de sabanas blancas y mantas rojas, lamparitas, mesillas de noche barnizadas, lavabo y toallas. Adamsberg nunca habia viajado en esas condiciones y comprobo los billetes. Plazas 22 y 24, era correcto. Habia habido un error en el servicio tecnico de las misiones y desplazamientos, la contabilidad saltaria hasta el techo. Adamsberg se sento en su cama, satisfecho como un ladron que tiene un golpe de suerte. Se instalo como en un hotel, puso las carpetas sobre la cama, examino la cena «a la francese» que les seria servida a las diez: crema de esparragos, lenguaditos a la Plogoff, azul de Auvernia, tartuffo, cafe, regado con valpolicella. Sintio el mismo jubilo que cuando volvio a su coche apestoso al salir del hospital de Chateaudun con la comida inesperada de Froissy. Es cierto, penso, que no es la cantidad lo que genera placer puro, sino el bienestar con que uno no contaba, cualesquiera que sean sus componentes.

Bajo al anden a encender uno de los cigarrillos de Zerk. El mechero del joven tambien era negro, adornado con un dedalo rojo que evocaba las circunvoluciones de un cerebro. Localizo sin dificultad al biznieto del tio de Slavko, por el pelo tan tieso y tan negro como el de Dinh, recogido en una cola de caballo, por sus ojos casi amarillos, hendidos sobre pomulos altos y anchos, a la eslava.

– Vladislav Moldovan -se presento el joven, de unos treinta anos, con una sonrisa atravesandole todo el rostro-. Puede llamarme Vlad.

– Jean-Baptiste Adamsberg. Gracias por acompanarme.

– Al contrario, es formidable. Dedo me llevo dos veces a Kiseljevo, la ultima cuando yo tenia catorce anos.

– ?Dedo?

– El abuelo. Ire a ver su tumba, le contare cuentos, como hacia el. ?Es nuestro compartimento? -pregunto vacilante.

– El servicio de las misiones me ha confundido con una personalidad.

– Formidable -repitio Vladislav-, nunca he dormido como una personalidad. Vendra bien seguramente cuando se trata de enfrentarse a los demonios de Kiseljevo. Conozco a muchas personalidades que preferirian estar escondidas en una barraca.

Parlanchin, penso Adamsberg, que menos sin duda para un interprete-traductor que se divertia con las palabras. Vladislav traducia nueve lenguas y, para Adamsberg, que no podia ni memorizar el nombre completo de Stock, un cerebro como ese era tan extrano como el enorme dispositivo de Danglard. Solo temia que el joven de caracter feliz lo arrastrara en una conversacion sin fin.

Esperaron la salida del tren para abrir el champan. Todo divertia a Vladislav: las maderas brillantes, los jabones, las pequenas maquinillas de afeitar, e incluso los vasos de vidrio de verdad.

– Adrien Danglard, «Adrianus», como lo llamaba mi Dedo, no me ha dicho para que va usted a Kiseljevo. Por lo general, nadie va a Kiseljevo.

– ?Porque es pequeno o por los demonios?

– ?Tiene un pueblo, usted?

– Caldhez, del tamano de un alfiler, en los Pirineos.

– ?Hay demonios en Caldhez?

– Dos. Hay un espiritu desabrido en un sotano y un arbol que canturrea.

– Formidable. ?Que busca en Kiseljevo?

– Busco la raiz de una historia.

– Es muy buen sitio para las raices.

– ?Ha oido hablar del asesinato de Garches?

– ?El anciano totalmente despedazado?

– Si. Se ha encontrado una nota de su puno y letra con el nombre de Kisilova escrito en cirilico.

– ?Y que tiene eso que ver con mi Dedo? Adrianus dice que era por Dedo.

Adamsberg miro por la ventana del tren, en busca de una idea rapida, lo cual no era lo que mejor se le daba. Deberia haber pensado antes en una explicacion plausible. No tenia intencion de decir al joven que un Zerk habia cortado los pies a su Dedo. Son cosas que pueden perforar el alma a un biznieto hasta triturarle el caracter feliz.

– Danglard -dijo- escucho muchas veces las historias de Slavko. Y Danglard acumula el saber como la ardilla sus avellanas, mucho mas de lo que necesita para pasar veinte inviernos. Cree recordar que un tal Vaudel (es el

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