– Caramba, eso me recuerda algo -dijo Vetilleux mostrando el vaso-. El tipo generoso llevaba un chisme bastante raro, para ser tan generoso. Tenia un vaso como el tuyo. Y el tenia su botella y yo la mia. No bebia a morro, ?te das cuenta? Algo clasista, un remilgado.
– ?Estas seguro de eso?
– Seguro. Y me dije: este es un tio que se la ha pegado. Ya sabes, los hay que se la pegan. Una tia que les deja plantados y, ?hala!, se agarran a la botella y a resbalar por el tobogan. O su curro se va al carajo y, ya esta, se agarran a la botella. Y una mierda. No vas a pegartela porque tu tia o el curro te hayan dado con la puerta en las narices. Hay que resistir, joder. Mientras que a mi, ya ves, no me faltaron huevos. No me la pegue porque ya estaba por los suelos. De modo que alli me quede. ?Ves la diferencia?
– Ya lo creo.
– Y no estoy juzgando, ?eh? Pero de todos modos es distinto. Y es cierto que cuando Josie me planto, la cosa no me ayudo, lo reconozco. Pero cuidado, yo empinaba el codo antes. Por eso se largo ella. No puedo culparla, no juzgo. Solo a los peces gordos que ni siquiera me sueltan una moneda. Entonces si, a veces me he puesto a cagar delante de su puerta, lo reconozco. Pero nunca en la casita de los mocosos.
– ?Estas seguro de que se la habia pegado?
– Pse, muchacho. Y no hacia tanto tiempo desde que habia caido. Porque, en este ambiente, no te quedas mucho tiempo haciendo ascos con tu vasito. Digamos que te agarras al cubilete durante tres o cuatro meses y, luego, ?se acabo!, beberias a morro con cualquier sediento. Como yo. Salvo que yo no empino el codo con los que huelen, pero eso es otra cosa. Sobre lo del olfato yo no juzgo.
– ?De modo que tu dirias que no hacia mas de cuatro meses que estaba en la calle?
– Bueno, no soy un radar. Pero, de todos modos, diria que era reciente. Su chica debio de darle con la puerta en las narices, y se encontro en la calle, ?yo que se?
– ?Y hablasteis?
– Bueno, no demasiado. Dijimos que la priva estaba buena. Que hacia un tiempo de perros. Cosas asi, las cosas de costumbre.
Vetilleux habia puesto la mano en su grueso jersey, sobre el bolsillo de la camisa donde habia metido la botella.
– ?Se quedo mucho tiempo?
– Yo no mido el tiempo, ?sabes?
– Quiero decir: ?se marcho? ?Se durmio en la casita?
– No lo recuerdo. Debi de dar una cabezada. O me marche a caminar, no lo se.
– ?Y luego?
Vetilleux abrio los brazos y los dejo caer sobre sus piernas.
– Luego, la carretera. Por la manana, los gendarmes.
– ?Sonaste? ?Una imagen? ?Una sensacion?
El hombre fruncio el ceno, perplejo, poniendo la mano en su jersey, rascando la lana gastada con sus largas unas. Adamsberg se volvio de nuevo hacia el brigadier, que desentumecia sus piernas caminando de un lado a otro.
– Brigadier, ?tendria la amabilidad de traerme mi cartera? Necesito anotar algo.
Vetilleux salio de su languidez y, con una rapidez de reptil, saco la botella, la descorcho y dio varios tragos. Cuando el brigadier regreso, la habia metido de nuevo bajo el jersey. Adamsberg admiro la habilidad y la celeridad. La funcion crea el organo. Vetilleux era un tipo inteligente.
– Una cosa -dijo de pronto, con las mejillas mas coloreadas-. Sone que habia encontrado un lugar comodo, muy caliente para echar un suenecito. Y me cabreaba no poder aprovecharlo.
– ?Por que?
– Porque tenia ganas de vomitar.
– ?Te pasa a menudo lo de las ganas de vomitar?
– Nunca.
– ?Y lo de sonar con un lugar caliente?
– Caramba. Si pasara las noches sonando que tengo calor, eso seria jauja, tio.
– ?Tienes tu algun punzon?
– No. O, en todo caso, fue el tipo de arriba el que me lo dio. Quiero decir el tipo de arriba que se la habia pegado, y ahora estaba abajo. O tal vez lo mangue. ?Que se yo? Lo que dicen es que mate a una pobre chica con ese chisme. Tal vez se cayo en la carretera, tal vez la tome por un oso. ?Que se yo?
– ?Crees tu eso?
– De todos modos, hay huellas. Y yo estaba justo a su lado.
– ?Y por que ibas a arrastrar a un enorme oso y su bicicleta hasta los campos?
– Vete tu a saber lo que pasa por la cabeza de un curda, vete a saber. Lo cierto es que lo lamento, porque no me gusta hacer dano. No mato a los animales. ?Por que iba a matar a la gente entonces? Lo mismo con los osos. No creo que tenga miedo a los osos. Parece que en Canada hay a montones. Buscan en las basuras, como yo. Me gustaria verlo, rebuscar en la basura con ellos.
– Vetilleux, si quieres saberlo todo de los osos… -Adamsberg pego la boca a su oido-. No digas nada, no confieses nada -le murmuro-. Cierra la boca, di solo la verdad. Lo de tu amnesia. Prometemelo.
– ?Eh! -interrumpio el brigadier-. Perdon, comisario, pero esta prohibido susurrar a los detenidos.
– Le presento excusas, brigadier. Estaba contandole un pequeno chiste verde sobre un oso. El tipo no tiene muchas distracciones.
– Aun asi, comisario, no puedo dejar que lo haga.
Adamsberg miro a Vetilleux en silencio. Le hizo una senal que significaba: «?Entendido?». Y Vetilleux inclino la cabeza. «?Prometido?», articulo silenciosamente Adamsberg. Nueva inclinacion de cabeza, con la mirada enrojecida pero precisa. Aquel tio le habia dado la botellita, era un colega. Adamsberg se levanto y, antes de salir de la celda, puso la mano libre en su hombro, con un apreton que significaba «Te dejo, cuento contigo».
Dirigiendose de nuevo al despacho, el brigadier pregunto con rapidez a Adamsberg si, con todos los respetos, podia contarle el chiste del oso. Adamsberg se libro gracias a la interrupcion de Trabelmann.
– ?Impresiones? -pidio Trabelmann.
– Charlatan.
– Ah, caramba. Pues no conmigo, en cualquier caso. Es blando como un trapo, el tipo.
– Demasiado blando. No se lo tome a mal, comandante, pero resulta peligroso dejar seco bruscamente a un alcoholico tan empapado como Vetilleux. Podria espicharla en sus manos.
– Lo se perfectamente, comisario. Tiene derecho a un trago con cada comida.
– Pues bien, triplique la dosis. Creame, comandante, es necesario.
– De acuerdo -dijo Trabelmann, en absoluto ofendido-. Y en toda su chachara -prosiguio sentandose a la mesa-, ?hay algo nuevo?
– El tipo es inteligente y sensible.
– Estoy de acuerdo con usted. Pero cuando se ha empinado el codo como un loco, las cosas ya no funcionan. Los tipos que zurran a su mujer son, a menudo, unos corderillos hasta que anochece.
– Pero Vetilleux no tiene antecedentes. Ni una pelea, ?verdad? ?Lo ha confirmado la pasma de Estrasburgo?
– Afirmativo. Un tipo que no toca las narices hasta el dia en que descarrila. ?Ha llegado ya a alguna conclusion?
– Le he escuchado.
Adamsberg resumio objetivamente su entrevista con Vetilleux. A excepcion de la rapida entrega de la botella.
– Es posible -concluyo Adamsberg- que Vetilleux fuera metido en un coche, en el asiento trasero. Se sentia caliente, comodo, pero con nauseas.
– ?Y usted reconstruye un automovil, un viaje, un conductor, solo a partir de una sensacion de calidez? ?Nada mas?
– Si.
– Me hace usted reir, Adamsberg. Me hace pensar en los tipos que sacan un conejo de un sombrero