pasmado, dijo que era un curro de escuadra y cartabon. Te hablara de ello pasado manana.
– ?Viene?
– Es normal que lo hayas olvidado, pero pasado manana ascienden a tu capitan. ?Lo recuerdas? Tu pez gordo, Brezillon, invito al superintendente, para colocar juntos las piezas que faltan.
A Adamsberg le costo creer que, si lo deseaba, podia entrar aquel mismo dia en la Brigada. Caminar sin su gorro polar, empujar la puerta, decir buenos dias. Estrechar manos. Comprar pan. Sentarse en el parapeto del Sena.
– Busco un modo de agradecertelo, Sanscartier, y no lo encuentro.
– No te preocupes, esta resuelto. Vuelvo ahora a Toronto, Laliberte me ha nombrado inspector. Gracias a tu borrachera de la hostia.
– Pero el juez se ha evaporado -dijo Danglard, sombrio.
– Sera condenado en rebeldia -dijo Adamsberg-. Vetilleux saldra de la trena y los demas tambien, a fin de cuentas, eso es lo que vale.
– No -dijo Danglard moviendo la cabeza-. Esta la decimocuarta victima.
Adamsberg se incorporo y puso los codos en los respaldos de los asientos delanteros. Sanscartier exhalaba un perfume de leche de almendras.
– A la decimocuarta victima, la he agarrado por la nariz -dijo sonriendo.
Danglard le echo una ojeada por el retrovisor. La primera sonrisa de verdad, observo, desde hacia mas de seis semanas.
– La ultima ficha -dijo Adamsberg-, es el elemento importante. Sin ella nada se ha hecho, nada esta decidido y nada tiene sentido. Determina la victoria de la mano de honores, soporta todo el juego.
– Es logico -dijo Danglard.
– Y esa ficha fundamental y valiosa entre todas sera un dragon blanco. Pero un dragon blanco supremo para la conclusion, el honor por excelencia.
– ?Va a empitonarse? ?Con un tridente? -dijo Danglard frunciendo el ceno.
– No. Su muerte natural cerrara la mano por si misma. Lo dijo en su confesion, Danglard. «Ni siquiera en la carcel, ni siquiera en la tumba, se me escapara esa ultima ficha.»
– Pero debe matar a sus victimas con el jodido tridente -objeto Danglard.
– Esta no. El juez es el tridente.
Adamsberg se tumbo en los asientos traseros y se durmio de pronto. Sanscartier le lanzo una mirada pasmada.
– ?Se duerme a menudo asi, por las buenas?
– Solo cuando se aburre o cuando esta conmovido -explico Danglard.
LXIII
Adamsberg saludo a dos policias desconocidos que custodiaban el rellano de Camille y les mostro su identificacion, con el nombre de Denis Lamproie aun.
Pulso el timbre. Habia pasado la jornada de la vispera recuperandose en soledad y en un formidable aturdimiento, experimentando la dificultad de reanudar el contacto consigo mismo. Despues de aquellas siete semanas pasadas en plena tormenta de vientos cardinales, se veia lanzado sobre la arena, vapuleado, empapado y con las heridas del Tridente ya cerradas. Y tambien atontado y sorprendido. Sabia, al menos, que debia decirle a Camille que el no habia matado. Al menos eso. Y, si encontraba un modo, le haria saber que habia descubierto al tipo de los perros. Se sentia incomodo con su gorra bajo el brazo, su pantalon con trencilla, su guerrera con charreteras bordadas en plata y la medalla en la solapa. La gorra cubria, al menos, los llamativos restos de su tonsura.
Camille abrio ante la mirada de ambos policias. Les hizo una senal para confirmar que conocia al visitante.
– Dos policias velan permanentemente por mi -dijo cerrando la puerta- y no consigo ponerme en contacto con Adrien.
– Danglard esta en la prefectura. Esta cerrando un caso monstruoso. Los polis te custodiaran durante dos meses, por lo menos.
Yendo y viniendo por el estudio, Adamsberg consiguio contar, mas o menos, su historia, omitiendo lo de Noella, mezclando de nuevo los alveolos. Interrumpio su relato a la mitad.
– Encontre tambien al tipo de los perros -dijo.
– Bueno -respondio lentamente Camille-. ?Y que te parece?
– Como el de antes.
– Esta bien que te guste.
– Si, asi es mas facil. Podriamos darnos la mano.
– Por ejemplo.
– Decirnos algunas palabras, de hombre a hombre.
– Tambien.
Adamsberg inclino la cabeza y concluyo su relato, Raphael, la huida, los dragones. Le devolvio el reglamento del juego antes de marcharse y cerro a sus espaldas, suavemente, la puerta. El leve chasquido le choco. Cada uno a un lado de aquella tabla de madera, viviendo en zonas disociadas, con el cerrojo corrido por sus propias manos. Sus dos relojes, por lo menos, no se soltaban, entrechocando en un acoplamiento discreto en su muneca izquierda.
LXIV
En la Brigada todo el mundo llevaba el uniforme reglamentario. Danglard paseaba una mirada satisfecha por el centenar de personas reunidas en la Sala del Concilio. Al fondo se habia preparado un estrado para el discurso oficial del jefe de division, hoja de servicio, cumplidos, concesion de la nueva medalla. Seguiria su propio discurso, agradecimientos, alguna pizca de humor y emocion. Luego abrazos con todos los colegas, relajacion general, manduca, bebida y ruido. Vigilar la puerta, esperando la entrada de Adamsberg. Era posible que el comisario renunciara a poner de nuevo los pies en la Brigada en un ambiente tan formal y festivo.
Alli estaba Clementine, con su vestido de flores mas hermoso, acompanada por Josette, con un traje sastre y zapatillas deportivas. Clementine se sentia muy comoda, con el cigarrillo en los labios, al haber encontrado de nuevo a su brigadier Gardon que, tan cortesmente, le habia prestado, una vez, un juego de naipes que ella no habia olvidado. La fragil hacker, la valiosa forajida sumergida en aquel mundo de pasmas, permanecia pegada a Clementine, sujetando la copa con ambas manos. Danglard habia velado por la excelencia de la calidad del champan y lo habia encargado en exceso, como si hubiera querido que la velada fuese lo mas intensa posible, llenandola de esas burbujas tan finas que corrian por alli como otras muchas particulas excepcionales. Para el, aquella ceremonia no era tanto la de su ascenso como la del final del tormento de Adamsberg.
El comisario hizo una discreta aparicion en la puerta y, por unos segundos, Danglard se sintio contrariado al ver que ni siquiera se habia puesto el uniforme. Rectifico de inmediato al ver al hombre avanzar, vacilando entre la multitud. Aquel tipo, de hermoso rostro moreno y rasgos huesudos, no era Jean-Baptiste sino Raphael Adamsberg. El capitan comprendio como habia podido funcionar el plan Retancourt a veinte pasos de los puercos de Gatineau. Se lo indico con el dedo a Sanscartier.
– El -dijo-. El hermano. El que esta hablando con Violette Retancourt.