– ?Y por eso te agarraste aquella borrachera en La Esclusa?
– Entre otras cosas.
Sanscartier bebio de un trago su copa de champan.
– No te lo tomes como algo personal, pero si la cosa sigue saltando en tus tripas es que estas hecho un buen lio. ?Vas siguiendome?
– Muy bien.
– No soy adivino, pero yo diria que te agarraras con ambas manos a tu logica y encendieras todas tus luces.
Adamsberg sacudio la cabeza.
– Ella me mantiene a distancia porque soy un peligro de la hostia.
– Bueno, si te apetece recuperar su confianza, siempre puedes probarlo.
– ?Y como?
– Bueno, como en la obra. Arrancan los troncos muertos y plantan arces.
– ?Como?
– Como acabo de decirte. Arrancan los troncos muertos y plantan arces.
Sanscartier dibujo con el dedo unos circulos en su sien, como para decir que la operacion exigia reflexion.
– ?Sientate encima y dale vueltas? -le dijo Adamsberg sonriendo.
– Eso es, tio.
Raphael y su hermano regresaron a pie a las dos de la madrugada, con el mismo paso, al mismo ritmo.
– Me voy al pueblo, Jean-Baptiste.
– Te sigo. Brezillon me ha concedido ocho dias de vacaciones obligatorias. Al parecer estoy trastornado.
– ?Crees que los chiquillos seguiran haciendo estallar sapos, alli, junto al lavadero?
– Sin duda, Raphael.
LXV
Los ocho miembros de la mision de Quebec habian acompanado a Laliberte y Sanscartier hasta Roissy, al vuelo de las dieciseis cincuenta hacia Montreal. Era la sexta vez, en siete semanas, que Adamsberg se hallaba en aquel aeropuerto, y con seis estados de animo distintos. Al reunirse bajo el panel de las llegadas y las salidas, se sintio casi extranado de no encontrar a Jean-Pierre Emile Roger Feuillet, a quien de buena gana habria estrechado la mano. Un buen tipo el tal Jean-Pierre.
Se habia alejado unos metros del grupo con Sanscartier, que queria darle su chaqueta especial para la intemperie, con doce bolsillos.
– Pero cuidado -explicaba Sanscartier-. Es una chaqueta cojonuda, porque es reversible. Por el lado negro, estas bien abrigado, y la nieve y el agua te corren por encima sin que las sientas. Y por el lado azul, te ven muy bien en la nieve, pero no es impermeable. Puedes mojarte. De modo que, segun tu humor, te la pones de un modo o del otro. No te lo tomes como algo personal, es como en la vida.
Adamsberg se paso la mano por sus cortos cabellos.
– Comprendo -dijo.
– Tomala -prosiguio Sanscartier poniendo su chaqueta en los brazos de Adamsberg-. Asi no me olvidaras.
– No hay ningun peligro -murmuro Adamsberg.
Sanscartier le golpeo el hombro.
– Enciende tus luces, toma tus esquis y sigue las huellas, tio. Y bienvenido.
– Saluda a la ardilla de guardia por mi.
– Criss, ?te fijaste en ella? ?En Gerald?
– ?Asi se llama?
– Si. Por la noche, se cuela en el agujero del canalon, que esta cubierto de antihielo. Astuto, ?no te parece? Y de dia quiere sernos util. ?Sabes que ha tenido algunas penas?
– No se nada. Tambien yo estaba en un agujero.
– ?No te fijaste en que estaba con una rubia?
– Claro.
– Pues bien, la rubia, en un momento dado, abandono la partida. Gerald se quedo hecho un trapo, se pasaba todo el dia metido en el agujero. De modo que al anochecer, en casa, yo le machacaba unas avellanas y, por la manana, se las ponia junto al canalon. Tres dias despues, acabo cediendo y salio a alimentarse. El boss pregunto gritando quien era el tonto que llevaba avellanas a Gerald, pero cerre la boca, como te puedes imaginar. Me llamaba de todo ya, con lo de tu asunto.
– ?Y ahora?
– No estuvo mucho tiempo en el dique seco, volvio al curro y la rubia tambien regreso.
– ?La misma?
– Ah, eso no lo se. No es facil distinguir a las ardillas. Salvo a Gerald, lo reconoceria entre mil. ?Tu no?
– Creo que si.
Sanscartier le sacudio de nuevo el hombro y Adamsberg, lamentandolo, dejo que se alejara por la puerta de embarque.
– ?Volveras? -le pregunto Laliberte estrechandole con fuerza la mano-. Estoy en deuda contigo y me complace decirtelo. Cuando te sientas bien ven a ver, de nuevo, las hojas rojas y el sendero. No es ya un maldito sendero, y puedes volver a pisarlo cuando quieras.
Laliberte sujetaba la mano de Adamsberg en su ferreo puno. Por la mirada del superintendente, donde nunca habia encontrado mas que tres expresiones, la calidez, el rigor y la colera, pasaba una neblina meditativa que transformaba su rostro. Siempre hay algo mas bajo la superficie de las aguas, penso recordando el lago Pink.
– ?Quieres que te diga algo? -prosiguio Laliberte-. Tal vez tambien entre los cops haga falta gente que juegue con las nubes.
Solto su mano y se retiro. Adamsberg siguio con la mirada su espalda maciza que se alejaba entre la multitud. Distinguia aun, a lo lejos, la cabeza de Sanscartier el Bueno. Le habria gustado tomar una muestra de su bondad, en una caja, para ponerla en un medallon de papel y, luego, en un alveolo, e inyectarselo mas tarde en las briznas de su ADN.
Los siete miembros de la brigada se dirigian a la salida. Escucho la voz de Voisenet que le llamaba. Se volvio y se reunio con el grupo que caminaba con lentitud, llevando el abrigo con forro del sargento en sus hombros.
Toma tus esquis y sigue las huellas, amontonador de nubes.
Y sientate encima, man.
Y da vueltas luego.
Notas
«Rigor, rigor y rigor, no conozco otro medio de tener exito» se ha extraido de un anuncio televisivo de Quebec para la UQAM (Universidad de Quebec en Montreal), Quebec, 2001-2002.
El modo de operar y las formulaciones cientificas referentes al tratamiento de las huellas geneticas en Canada