– Ahora entiendo que pudiera tomarles el pelo a los colegas -dijo Sanscartier sonriendo.

El comisario siguio de cerca a su hermano, con la gorra encasquetada en la tonsura. Clementine le evaluo sin discrecion.

– Ha ganado tres kilos, Josette mia -dijo con orgullo por la obra realizada-. Le sienta bien su uniforme azul, esta guapo.

– Ahora que ya no hay filtros, no caminaremos mas, juntos, por los subterraneos -dijo Josette lamentandolo.

– No te apenes. Los policias, por su profesion, no hacen mas que recoger pejigueras. La cosa no ha terminado, puedes creerme.

Adamsberg estrecho los brazos de su hermano y lanzo una mirada a su alrededor. A fin de cuentas, aquel modo de reintegrarse en la Brigada, de pronto, frente a todos sus oficiales y brigadieres al completo, le convenia. En dos horas, todo habria acabado: reencuentros, preguntas, respuestas, emociones y agradecimientos. Mucho mas simple que con un lento peregrinar de hombre a hombre, de despacho en despacho, entre charlas confidenciales. Solto los brazos de Raphael, hizo una senal de connivencia a Danglard y se reunio con la pareja oficial formada por Brezillon y Laliberte.

– Hey, man -le dijo Laliberte dandole una palmada en el hombro-. Meti la pata hasta la ingle. Meando fuera de tiesto. ?Puedes aceptar mis excusas por haberte acosado como a un maldito killer?

– Todo te lo hacia creer -dijo Adamsberg sonriendo.

– Estaba hablando de muestras con tu boss. Vuestro laboratorio ha estado haciendo overtime para que todo estuviera listo esta tarde. Incluso los pelos, man. Los de tu diablo del carajo. No quise creerlo, pero tu andabas en la buena direccion. Un curro de escuadra y cartabon.

Desconcertado por la familiaridad de Laliberte, Brezillon, muy chapado a la antigua con su uniforme, estrecho rigidamente la mano a Adamsberg.

– Me satisface verle vivo, comisario.

– De todos modos nos la jugaste al largarte con aquellas pintas -interrumpio Laliberte sacudiendo vigorosamente a Adamsberg-. Para serte sincero, te aseguro que me subi por las paredes.

– Ya lo imagino, Aurele. Tu no tienes puerta trasera.

– No te preocupes, no te lo reprocho. Right? Era el unico modo de encontrar lo de tu rama. Tienes la cabeza bien puesta sobre los hombros para ser alguien que anda siempre en las nubes.

– Comisario -intervino Brezillon-. Favre ha sido trasladado a Saint-Etienne, bajo control. Sin consecuencias por lo que a usted se refiere. Insisti en lo de una simple intimidacion. Aunque no sea lo que creo. El juez le habia dado ya un repaso. ?Me equivoco?

– No.

– Le pongo en guardia, pues, para el futuro.

Laliberte tomo a Brezillon del hombro.

– No te alarmes -le dijo-. No puede haber otro diablo como su demonio del carajo.

Molesto, Brezillon se libro de la manaza del superintendente y se excuso. El estrado le aguardaba.

– Aburrido como la muerte, tu boss -comento Laliberte, haciendo una mueca-. Habla como un gran libro, rigido como si hubiera cagado una columna. ?Siempre es asi?

– No, a veces apaga su colilla con el pulgar.

Trabelmann se acercaba a el con paso decidido.

– Se acabo su recuerdo de infancia -dijo el comandante estrechandole la mano-. A veces los principes pueden escupir fuego.

– Los principes oscuros.

– Los principes oscuros, simplemente.

– Gracias por estar aqui, Trabelmann.

– Siento lo de la catedral de Estrasburgo. Sin duda estaba equivocado.

– No lamente nada, sobre todo. Me acompano a lo largo de todo el viaje.

Adamsberg advirtio, examinando la catedral, que el zoo habia abandonado el lugar, incluso el campanario, las altas ventanas, las ventanas bajas y el portico. Las bestias habian regresado a sus lugares habituales, Nessie a su lago, los dragones a los cuentos, los labradores a las fantasias, el pez a su lago rosa, el boss de las ocas marinas al Outaouais, y el tercio del comandante a su despacho. La catedral era de nuevo la pura joya del arte gotico que se elevaba libremente hacia las nubes, mucho mas alta que el.

– Ciento cuarenta y dos metros -dijo Trabelmann tomando una copa de champan-. Nadie puede alcanzarlos. Ni usted ni yo.

Y Trabelmann solto una carcajada.

– Salvo en los cuentos -anadio Adamsberg.

– Evidentemente, comisario, evidentemente.

Terminados los discursos y condecorado Danglard, la Sala del Concilio se lleno de efusiones, discusiones, voces y gritos realzados por el champan. Adamsberg fue a saludar a los veintiseis agentes de su brigada que, desde su huida, le habian estado esperando casi sin aliento durante veinte dias, sin que ninguno se hubiera inclinado por la acusacion. Escucho la voz de Clementine, que estaba rodeada por el brigadier Gardon, Josette, Retancourt, a quien Estalere pisaba los talones, y Danglard, que supervisaba el nivel de las copas para llenarlas en cuanto las consideraba en quiebra.

– Cuando decia que ese fantasma estaba bien agarrado, ?no tenia yo razon? ?De modo que es usted, nina mia -anadio Clementine volviendose hacia Retancourt-, la que se lo puso bajo las faldas, ante las narices de toda la pasma? ?Y cuantos eran?

– Tres, en seis metros cuadrados.

– ?Fue una suerte! Un hombre asi puede levantarse como una pluma. Siempre he dicho que las ideas mas sencillas son, a menudo, las mejores.

Adamsberg sonrio, Sanscartier se reunio con el.

– Criss, es un gusto ver todo esto -dijo Sanscartier-. Todo el mundo se ha vestido de veintiun botones, ?no? Estas muy guapo con tu forty-five. ?Que son esas hojas de plata en tu charretera?

– No son de arce. Son de roble y de olivo.

– ?Que significan?

– La Sabiduria y la Paz.

– No me lo tomes en cuenta, pero yo no diria que eso te convenga. La inspiracion seria mejor, y no lo digo para que te devanes las meninges. De todos modos, no hay hojas de arbol para representar eso.

Sanscartier entorno estudiosamente sus ojos de bueno en busca de un simbolo de la inspiracion.

– Hierba -sugirio Adamsberg-. ?Que te pareceria la hierba?

– ?O los girasoles? Pero pareceria bobo en los hombros de un puerco.

– Mi intuicion es, a veces, pura mierda, como dirias tu. Mala hierba.

– ?Es posible?

– Ya lo creo. Y a veces mete la pata hasta el fondo. Tengo un hijo de cinco meses, Sanscartier, y solo lo comprendi hace tres dias.

– Criss, ?perdiste el tren?

– Por completo.

– ?Fue ella la que te dio boleto?

– No, yo.

– ?No estabas ya enamorado?

– Si. No se.

– Pero corrias detras de las chicas.

– Si.

– Entonces la engatusabas y la cosa dolia a tu rubia.

– Eso es.

– Y luego, en un momento dado, te cagaste en tu palabra y te diste el piro sin la menor cortesia.

– Nadie podria decirlo mejor.

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