Boisvenu esta seguro. Vio como la sacaba de su bolsillo y regulaba la presion.

– El temblor de piernas -dijo Adamsberg.

– Ya le dije que eso no me cuadraba -dijo Danglard inclinandose hacia el-. Hasta lo de la rama, caminaba usted normalmente, titubeando. Pero, al despertar, las piernas ya no aguantaban. Y a la manana siguiente, tampoco. Conozco, con todos sus matices, las mezclas de alcohol y sus efectos. La amnesia esta muy lejos de ser sistematica y, por lo que se refiere a las piernas de algodon, la cosa no encajaba. Necesitaba otro ingrediente.

– En su propio libro -preciso Sanscartier.

– Una droga, un medicamento -explico Danglard-, para usted como para todos los demas culpables a los que sumio en una segura amnesia.

– Luego -prosiguio Sanscartier-, el tipo viejo se levanto dejandote en el suelo. Boisvenu quiso intervenir en aquel momento, a partir de la jeringa. No le faltan huevos, por eso es vigilante nocturno. Pero no pudo. ?Puedes decirle por que, Adrien?

– Porque estaba atrapado, con las piernas trabadas -explico Danglard-. Se habia preparado para el espectaculo, sentado en su asiento, con el mono de trabajo bajado hasta los tobillos.

– Boisvenu se habia turbado al contarlo, parecia una gallina mojada -anadio Sanscartier-. Cuando hubo terminado de arreglarse los harapos, el viejo habia puesto pies en polvorosa. El vigilante te encontro en la hojarasca, con la cara llena de sangre. Te llevo hasta su pick-up, te tendio dentro y te tapo con una manta. Y espero.

– ?Por que? ?Por que no aviso a los puercos?

– No queria que le preguntaran por que no se habia movido. Le era imposible soltar la verdad, no la podia contar. Y si mentia diciendo que se habia meado en las botas o echado un suenecito, le costaria el curro. No contratan a los vigilantes para que se meen como un perro o duerman como un oso. Prefirio callarse la boca y subirte al pick-up.

– Podia haberme dejado alli y lavarse las manos.

– Ante la ley. Pero, a su modo de ver, pensaba que dios le soltaria un buen calvario si veia que dejaba reventar a un tipo, y quiso arreglar su metedura de pata. Con la escarcha que estaba cayendo, podias helarte como un tempano. Decidio ver como estabas, con aquel chichon en la frente y la jeringa en el cuerpo. Saber si era un somnifero o un veneno. Lo comprobaria enseguida. Y si la cosa se ponia fea, llamaria a los cops. Te vigilo durante mas de dos horas y, puesto que dormias y el pulso era regular, se tranquilizo. Cuando empezaste a dar senales de que estabas despertando, puso en marcha el pick-up, tomo la carretera y te dejo a la salida del camino. Sabia que tu ibas por alli, te conocia.

– ?Por que me transporto?

– En el estado en el que estabas, se dijo que no podrias subir por el sendero y que caerias de cabeza al Outaouais helado.

– Un buen tio -dijo Adamsberg.

– Quedaba una gotita de sangre seca en la trasera de su pick-up. Tome una muestra, ya conoces nuestros metodos. El tipo no se andaba con bobadas, era tu ADN, en efecto. Lo compare con…

Sanscartier tropezo con la palabra.

– El esperma -completo Danglard-. De modo que entre las once y la una y media de la madrugada, usted no estaba en el sendero. Estaba en el pick-up de Jean-Gilles Boisvenu.

– ?Y antes? -pregunto Adamsberg, frotandose los frios labios-. ?Entre las diez y media y las once?

– A las diez y cuarto, saliste de La Esclusa -dijo Sanscartier-. A y media, tomaste el sendero. No podias llegar a la obra y al tridente antes de las once, cuando Boisvenu te vio llegar. Y no agarraste el tridente. No faltaba ninguna herramienta. El juez llevaba su arma.

– ?Comprada en el pais?

– Eso es. Seguimos la pista. Sartonna se habia encargado de la compra.

– Habia tierra en las heridas.

– Tienes dura la mollera esta manana -dijo Sanscartier, sonriendo-. Pero es que no te atreves a creerlo aun. Tu diablo se cargo a la muchacha en la piedra Champlain. Le habia dado una cita de tu parte y la esperaba. La golpeo por detras, luego la arrastro una decena de metros hasta el pequeno lago. Antes de ensartarla, tuvo que romper el hielo del lago lodoso, lleno de hojas. Eso ensucio las puntas.

– Y mato a Noella -murmuro Adamsberg.

– Mucho antes de las once, tal vez a las diez y media. Sabia hacia que hora tomabas tu el sendero. Le quito el cinturon y hundio, luego, el cuerpo en el hielo. Mas tarde, fue a sorprenderte.

– ?Por que no junto al cuerpo?

– Demasiado arriesgado si alguien pasaba y queria charlar. Del lado de la obra habia grandes arboles, podia esconderse facilmente. Te golpeo en la frente, te drogo y fue a dejar el cinturon junto al cuerpo. El capitan fue el que penso en los cabellos. Porque nada probaba que habia sido el juez, ?me sigues? Danglard esperaba que hubiera perdido algunos cabellos en los pocos metros que separaban la piedra Champlain del pequeno lago, mientras arrastraba el cuerpo. Podia detenerse para respirar, pasarse la mano por el craneo. Tomamos muestras de la superficie hasta la pulgada y media de grosor. Habia vuelto a helar, despues de tu huida. Habia muchas posibilidades de que los cabellos no se hubieran dispersado en el hielo. Asi me encontre con seis metros cubicos de aquel monton de mierda, hojas y ramitas. Y eso -dijo Sanscartier senalando la caja-. Al parecer tienes algunos cabellos del juez.

– Encontrados en el Schloss, si. Mierda, Danglard, ?Michael? Habia escondido la bolsa en mi casa. En el armario de la cocina, con las botellas.

– Cogi la bolsa al mismo tiempo que los documentos sobre Raphael. Michael no sabia que existiese y no la busco.

– ?Y que hacia usted en la alacena?

– Buscaba algo para reflexionar.

El comisario asintio con un gesto, satisfecho de que el capitan hubiera encontrado su ginebra.

– Se dejo tambien el abrigo en su casa -anadio Danglard-. Encontre dos cabellos en el cuello, mientras usted dormia.

– ?No lo tiro? ?Su abrigo negro?

– ?Por que? ?Lo quiere?

– No se. Es posible.

– Hubiera preferido tener al demonio mas que su habito.

– ?Por que me acuso de asesinato, Danglard?

– Para hacerle sufrir y, sobre todo, para que aceptara usted saltarse la tapa de los sesos.

Adamsberg inclino la cabeza. La perversidad del diablo. Se volvio hacia el sargento.

– ?No habras revisado solo los seis metros cubicos, Sanscartier?

– A partir de entonces, avise a Laliberte. Tenia el testimonio del vigilante y el ADN de la gota de sangre. Criss, me solto un buen rapapolvo por las mentiras que le habia contado sobre mis enfermedades. Puedo asegurarte que me zurro la badana y me apreto las tuercas. Incluso me acuso de haber sido tu complice y haberte ayudado a darte el piro. Hay que decir que yo habia puesto los pies en el cepo. Pero intente hacerle razonar y consegui que bajara el diapason. Porque, ya sabes, con el boss el rigor es lo primero. De modo que se le enfrio la sangre y capto que habia algo en todo aquello que no cuadraba. De pronto, lo puso todo patas arriba y autorizo la toma de muestras. Y levanto la acusacion.

Adamsberg miraba, sucesivamente, a Danglard y Sanscartier. Dos hombres que no le habian abandonado en ningun momento.

– No busques las palabras -dijo Sanscartier-. Regresas de muy lejos.

El coche avanzaba penosamente por los atascos de la entrada a Paris. Adamsberg se habia sentado detras, medio tendido en el asiento, con la cabeza apoyada en el cristal, los ojos entornados, atento a un paisaje ya conocido que desfilaba ante el, atento a la nuca de los dos hombres que le habian sacado de aquello. Se acabo la huida de Raphael. Y se acabo la suya. La novedad y la calma eran tales que le abrumaban con una incontenible fatiga.

– No puedo creer que hayas reconstruido esa historia de Mah-Jong -le dijo Sanscartier-. Laliberte estaba

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