Danglard arrastro a Adamsberg a uno de los numerosos cafes del aeropuerto y eligio una mesa apartada. Adamsberg se sento, con el cuerpo ausente, los ojos estupidamente fijos en aquel pompon recortado que coronaba la cabeza de su adjunto, como una figura risuena e impropia. Retancourt le habria agarrado en un cuerpo a cuerpo, le habria proyectado como una bala mas alla de las fronteras, le habria lanzado a la huida. Era posible aun, pues Danglard habia tenido la delicadeza de no ponerle las esposas. Podia aun dar un brinco y escapar, pues el capitan era incapaz de alcanzarle corriendo. Pero la idea de su brazo armado atravesando a Noella le arrebataba cualquier pulsion vital. ?Para que huir si no podia caminar, petrificado por el terror de golpear de nuevo, de encontrarse titubeando con un cadaver en el suelo? Mejor acabar aqui, en manos de Danglard, que bebia tristemente un carajillo. Centenares de viajeros pasaban ante sus ojos, a la llegada o a la salida, libres, con la conciencia tan limpia como un monton de ropa recien lavada y doblada. Mientras que su conciencia le repugnaba como un jiron de trapo endurecido y sanguinolento.

Danglard levanto de pronto un brazo en senal de bienvenida y Adamsberg no hizo ningun amago de moverse. El rostro vencedor del superintendente era lo ultimo que deseaba ver. Dos grandes manos se cerraron sobre sus hombros.

– ?No te dije que echariamos mano a ese maldito? -escucho.

Adamsberg se volvio para mirar el rostro del sargento Fernand Sanscartier. Se levanto y le estrecho, instintivamente, por los brazos. Dios mio, ?por que razon, de entre todos, Laliberte habia designado a Sanscartier para encargarse de el?

– ?Te han soltado, a ti, la mision? -pregunto Adamsberg, desolado.

– He seguido las ordenes -respondio Sanscartier sin abandonar su sonrisa de bueno-. Y tenemos mucho que charlar -anadio sentandose ante el.

Estrecho con fuerza la mano de Danglard.

– Buen trabajo, capitan. Y bienvenido. Criss, hace calor en su pais -dijo quitandose la chaqueta forrada-. He aqui la copia del expediente -anadio sacandola de la bolsa-. Y he aqui la muestra.

Agito una cajita ante los ojos de Danglard, que asintio con un gesto.

– Hemos procedido ya a los analisis. La comparacion bastara para cerrar la acusacion.

– ?Muestra de que? -pregunto Adamsberg.

Sanscartier arranco un cabello de la cabeza del comisario.

– De esto -dijo-. Son traidores los cabellos. Caen como las hojas rojas. Pero ha sido necesario remover seis metros cubicos de esa mierda de la hostia para encontrar alguno. ?Te imaginas? Seis metros cubicos por unos pocos pelos. Es como buscar una aguja en un pajar.

– No tenias necesidad de hacerlo. Mis huellas estaban en el cinturon.

– Pero no las suyas.

– ?Que suyas?

Sanscartier se volvio hacia Danglard, con las cejas fruncidas sobre sus ojos de bueno.

– ?No esta al corriente? -pregunto-. ?Has dejado que fuera cociendose?

– No podia decirle nada mientras no estuvieramos seguros. No me gustan las falsas esperanzas.

– ?Pero ayer por la noche, criss! ?Podias haberselo dicho!

– Ayer por la noche tuvimos una buena.

– ?Y esta manana?

– De acuerdo, he dejado que se cociera. Ocho horas.

– Eres un maldito -gruno Sanscartier-. ?Por que le has soltado un cuento chino?

– Para que supiera lo que Raphael vivio hasta lo mas hondo. El espanto de uno mismo, el exilio y el mundo prohibido. Era necesario. Ocho horas, Sanscartier, no es la muerte para recuperar a un hermano.

Sanscartier se volvio hacia Adamsberg y golpeo la mesa con su caja de muestras.

– El pelo de tu diablo -dijo-. Que se debatia en seis metros cubicos de hojas podridas.

Adamsberg comprendio al instante que Sanscartier estaba sacandole a la superficie, al aire libre, fuera de los limos inertes del lago Pink. Tras haber seguido las ordenes de Danglard y no las de Laliberte.

– No lo hice solo -dijo Sanscartier-, porque tenia que hacerlo todo fuera de la oficina. Al anochecer, por la noche o al amanecer. Y sin que el boss me agarrara. Tu capitan se hacia mala sangre, no podia tragarse ese asunto de piernas que se aflojaban, y justo despues de la rama. Fui a ver el sendero y a buscar el lugar donde recibiste el trancazo. Camine como tu desde La Esclusa, tanto tiempo como dijiste. Explore un centenar de metros. Encontre ramitas recien rotas y algunas piedras que se habian movido, justo delante de la obra. Los tipos habian limpiado el campo pero estaba la plantacion de arces.

– Te dije que era cerca de la obra -dijo Adamsberg, con la respiracion agitada.

Se habia cruzado de brazos, con los dedos contraidos sobre sus mangas y la atencion centrada en las palabras del sargento.

– Pues bueno, no habia ninguna rama baja por aquellos parajes, tios. No fue eso lo que te hizo ver las estrellas. Despues, tu capitan me pidio que buscara al vigilante nocturno. Era el unico testigo posible, ?comprendes?

– Comprendo, pero ?lo encontraste? -pregunto Adamsberg, a quien, con los labios casi rigidos, le costaba articular.

Danglard llamo al camarero y pidio agua, cafes, cerveza y cruasanes.

– Criss, eso fue lo mas duro. Alegue que estaba indispuesto para poder abandonar la GRC y correr a informarme en los servicios municipales. Imaginate. Eran los federales quienes se habian encargado. Tuve que llegar hasta Montreal para encontrar el nombre de la empresa. Puedo asegurarte que Laliberte estaba hasta las narices de mis repetidas enfermedades. Y tu capitan se ponia como un demonio por telefono. Consegui el nombre del vigilante. Estaba en una obra, aguas arriba del Outaouais. Pedi otro permiso para ir y crei que el superintendente iba a estallar.

– ?Y alli estaba el vigilante? -pregunto Adamsberg vaciando de un trago su vaso de agua.

– No te preocupes, le agarre por los huevos en su pick-up. Pero soltarle la lengua fue otra cosa. Se mantenia erre que erre y me conto, primero, un monton de cuentos chinos. Entonces le agarre por las buenas y le amenace con meterlo en la trena si seguia soltandome aquellas bobadas. Por negarse a cooperar y por ocultar pruebas. Me molesta contar el resto, Adrien. ?No quieres decirselo tu?

– El vigilante, Jean-Gilles Boisvenu -prosiguio Danglard-, vio a un tipo que aguardaba en el sendero, abajo, el domingo por la noche. Tomo sus gemelos nocturnos y lo pesco.

– ?Pesco?

– Boisvenu estaba seguro de que el tipo buscaba hombres y estaba esperando a su chorbo -explico Sanscartier-. Ya sabes que el sendero de paso es un lugar de citas.

– Si. El vigilante me pregunto si tambien yo buscaba hombres.

– Le interesaba mucho -prosiguio Danglard-. Estaba, pues, pegado a su parabrisas. Un testigo de excepcion, de lo mas atento. Se alegro de oir acercarse a otro tipo. Lo vio todo perfectamente con sus gemelos. Pero la cosa no fue como esperaba.

– ?Como sabia que era la noche del 26?

– Porque era domingo y echaba pestes contra el vigilante de los fines de semana, que le habia fallado. Vio al primer tipo, uno alto con el pelo blanco, golpeando al otro, en la cabeza, con una estaca. El otro tipo, usted, comisario, cayo al suelo. Boisvenu se encogio. El alto parecia malvado y el no queria mezclarse en una pelea domestica. Pero siguio mirando.

– Pegado a su asiento.

– Exactamente. Pensaba, esperaba que la cosa se convirtiese en una escena de violacion de una victima sin sentido.

– ?Comprendes? -dijo Sanscartier, con las mejillas enrojecidas.

– Y, en efecto, el alto comenzo a quitarle la bufanda al tipo que estaba en el suelo, y a abrir su chaqueta. Boisvenu se pego mas que nunca a sus gemelos y al parabrisas. El alto agarro sus dos manos y las apreto contra algo. Una correa, dijo Boisvenu.

– El cinturon -dijo Sanscartier.

– El cinturon. Pero el desnudo y los tocamientos se detuvieron ahi. El tipo le clavo una jeringa en el cuello,

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