A las diez de la manana, la lapida habia sido levantada, revelando una superficie de tierra lisa y aplanada. El guarda habia dicho la verdad, el suelo estaba intacto, salpicado por todas partes de restos de rosas ennegrecidas. Los policias, cansados y decepcionados, daban vueltas alrededor de la tumba, desconcertados. ?Que habria decidido el viejo Angelbert ante esa derrota de sus hombres?, se pregunto Adamsberg.
– Saque fotos de todos modos -dijo al fotografo pecoso, un chico amable y con talento cuyo nombre olvidaba regularmente.
– Barteneau -le soplo Danglard, que tambien asumia la tarea de contrarrestar las deficiencias sociales del comisario.
– Barteneau, tome fotos. Tambien de detalle.
– Ya se lo adverti -rezongo el guarda-. No hicieron nada. Ni un agujero de alfiler.
– Tiene que haber algo por fuerza -replico Adamsberg.
El comisario estaba sentado en el suelo, con las piernas cruzadas y la barbilla apoyada en los brazos. Retancourt se alejo, se apoyo en un monumento funerario y cerro los ojos.
– Va a dormir un poco -explico el comisario al Nuevo-. Es la unica de la Brigada que sabe hacerlo, dormir de pie. Un dia nos explico la manera de hacerlo, y todo el mundo lo intento. Mercadet estuvo a punto de conseguirlo. Pero justo cuando se estaba quedando dormido, se cayo.
– Me parece normal -susurro Veyrenc-. ?Y ella no se cae?
– Precisamente no. Y vaya a comprobarlo, duerme de verdad. Puede hablarle en voz alta, nada la despierta si asi lo ha decidido.
– Es una cuestion de conversion -explico Danglard-. Convierte su energia en lo que quiere.
– Eso no nos da la clave del sistema -anadio Adamsberg.
– Igual lo unico que hicieron fue mear encima -sugirio Justin, que se habia sentado junto al comisario.
– ?Encima de Retancourt?
– Encima de la tumba, caray.
– Es mucho trabajo y mucho dinero solo para mear.
– Si, perdon, hablaba por hablar, para relajarme.
– No se lo reprocho, Voisenet.
– Justin -corrigio Justin.
– No se lo reprocho, Justin.
– Ademas, tampoco me relaja mucho.
– Solo hay dos cosas que relajan de verdad. Reir y hacer el amor. No estamos haciendo ni lo uno ni lo otro.
– Lo sospechaba.
– ?Y dormir? -pregunto Veyrenc-. ?No relaja?
– No, teniente, dormir descansa. No es lo mismo.
El equipo volvio a sumirse en el silencio, y el guarda pregunto si podia irse. Si, podia.
– Deberiamos aprovechar que el elevador esta aqui para volver a colocar la lapida -propuso Danglard.
– Todavia no -dijo Adamsberg, con la barbilla todavia apoyada en los brazos-. Seguimos mirando. Si no encontramos nada, los estupas nos los quitan esta noche.
– No vamos a quedarnos dias aqui solo para resistir a los estupas.
– Su madre dijo que no tocaba la droga.
– Las madres… -solto Justin encogiendose de hombros.
– Se relaja usted demasiado, teniente. Hay que creer a las madres.
Veyrenc iba y venia aparte, lanzando de vez en cuando una mirada intrigada a Retancourt, que dormia, en efecto, profundamente. De vez en cuando, hablaba solo.
– Danglard, trate de oir lo que farfulla el Nuevo.
– ?De verdad quiere saberlo?
– Nos relajara un poco, estoy seguro.
– Bueno, pues el Nuevo esta murmurando versos de circunstancia. Empieza por «Oh, tierra».
– ?Y luego? -pregunto Adamsberg, un tanto desanimado.
– «Oh tierra, si te imploro, permaneces callada,
ocultando el secreto de esa noche espantosa.
?Eres tu que te niegas, o acaso ya no puedo
percibir los murmullos de este tu sufrimiento?»
«Etcetera, lo que viene despues no lo recuerdo. No conozco el autor.
– Es normal, es suyo. Lo hace como otros se suenan.
– Es curioso -dijo Danglard arrugando su gran frente.
– Sobre todo, es de familia, como todo lo que es curioso. Vuelva a recitarme esos versos, capitan.
– No valen gran cosa.
– Al menos tienen sentido. Y es mas, un sentido oportuno. Vuelvamelos a recitar.
Adamsberg escucho atentamente y se levanto.
– Tiene razon. La tierra sabe lo que nosotros no sabemos. No somos capaces de oirla, y ahi esta el problema.
El comisario volvio ante la tumba descubierta, flanqueada por Danglard y Justin.
– Y si hay un sonido que habria que oir y no oimos, es que estamos sordos. No es que la tierra sea muda, es que somos ineptos. Por lo tanto, necesitamos un especialista, un interprete, un tipo que sepa oir el canto de la tierra.
– ?Como se llama eso? -pregunto Justin bastante inquieto.
– Un arqueologo -dijo Adamsberg sacando su telefono-. O un rebuscamierda, como prefiera.
– ?Tiene de eso entre sus conocidos?
– Si -confirmo Adamsberg marcando un numero-. Uno excelente, un especialista de…
El comisario se interrumpio, buscando la palabra.
– De los vestigios fugaces -completo Danglard.
– Eso es. Nos viene que ni pintado.
Contesto al telefono Vandoosler el Viejo [5], un antiguo madero cinico y jubilado. Adamsberg le expuso rapidamente la situacion.
– Bloqueado, pillado, acorralado, si he entendido bien -dijo Vandoosler con una risita-. ?No estara vencido el animal?
– No, Vandoosler, puesto que estoy llamando. No me maree mucho hoy, que ando justo de tiempo.
– Muy bien, ?a cual necesita? ?A Marc?
– No, al prehistoriador.
– Esta en el sotano, sumergido en sus silex.
– Digale que venga a toda velocidad al cementerio de Montrouge. Es urgente.
– Dado que esta inmerso a una profundidad de doce mil anos antes de Cristo, no hay prisa, le diria el. Y nada separa a Mathias de sus silex.
– ?Yo si, Vandoosler, joder! Si no me ayuda, hara un regalo de la hostia a los estupas.
– Eso lo cambia todo. Se lo envio ahora mismo.
XVI
– ?Que se espera de el? -pregunto Justin mientras se calentaba las manos con una taza de cafe en la conserjeria.
– Lo que ha dicho el Nuevo. Que arranque a la tierra su secreto. Sus volutas de catorce silabas tienen alguna utilidad, Veyrenc.
El guarda de dia miro a Veyrenc con curiosidad.
– Hace poesia -explico Adamsberg.