Montrouge.

– Una lapida -dijo de repente Gardon-. En el gran cementerio de Montrouge.

– Han sacado una losa, han abierto una tumba. Vamos alla. Llevad todas las linternas.

El guarda del cementerio fue dificil de despertar pero facil de interrogar. En sus noches sin fin, una distraccion, aunque fuera policial, siempre era mejor que nada. Si, alguien habia desplazado una lapida. Y la habia roto al tirar de ella. La encontraron en dos pedazos junto a la tumba. La familia habia hecho colocar una nueva.

– ?Y la tumba? -pregunto Adamsberg.

– ?Que pasa con la tumba?

– Despues de que quitaran la lapida, ?que sucedio? ?Cavaron?

– Ni siquiera. Lo hicieron solo por tocar las pelotas.

– ?Cuando fue?

– Hara unos quince dias. Una noche de miercoles a jueves. Le busco la fecha.

El guarda saco de un estante un grueso registro de paginas sucias.

– La noche del seis al siete -dijo-. Lo apunto todo. ?Quiere los datos de la sepultura?

– Luego. Ahora llevenos alli.

– No -dijo el guarda retrocediendo en la pequena habitacion.

– Llevenos, venga. ?Como quiere que la encontremos? El cementerio es inmenso.

– No -repitio el hombre-. Nunca.

– ?Es usted el guarda, si o no?

– Ahora somos dos. Asi que yo ya no pongo los pies alli.

– ?Dos? ?Hay otro guarda?

– No. Es otra persona, por las noches.

– ?Quien?

– Ni lo se ni quiero saberlo. Es una silueta. Asi que yo ya no pongo los pies alli.

– ?La ha visto?

– Como lo estoy viendo a usted ahora mismo. No es un hombre, ni una mujer, es una sombra gris, y lenta. Andaba deslizandose, a punto de caerse. Pero no se caia.

– ?Cuando fue eso?

– Dos o tres dias antes de que movieran la lapida. Asi que yo ya no pongo los pies alli.

– Pues nosotros si, y usted va a acompanarnos. No lo dejaremos solo, tengo aqui una teniente que lo protegera.

– Asi que por narices, ?eh? Con la pasma, ?no? ?Y lleva usted un bebe a la expedicion? Pues si que tiene usted valor.

– El bebe duerme. El bebe no tiene miedo a nada. Si va el, puede ir usted, ?no?

Flanqueado por Retancourt y Voisenet, el guarda los condujo a paso ligero hasta la tumba, tremendamente ansioso por volver a su refugio.

– Aqui la tienen. Esta es.

Adamsberg dirigio el haz de luz de la linterna hacia la piedra.

– Una mujer joven -dijo-. Muerta con treinta y seis anos, hace mas de tres meses. ?Sabe usted como?

– Un accidente de coche, es todo lo que se. Es triste.

– Si.

Estalere se habia agachado en el camino para pasar la mano por el suelo.

– Gravilla, comisario. Es la misma.

– Si, cabo. De todos modos, tome muestras.

Adamsberg alumbro sus relojes.

– Son casi las cinco y media. Despertamos a la familia dentro de media hora. Necesitamos la autorizacion.

– ?Para que? -pregunto el guarda, que recobraba cierto aplomo en medio del grupo.

– Para quitar la losa.

– Rediez, ?cuantas veces van a mover esta piedra?

– Si no la quitamos, ?como quiere que sepamos por que lo hicieron?

– Es bastante logico -murmuro Voisenet.

– Pero si no cavaron -protesto el guarda-. Ya se lo he dicho, lene. No habia nada, ni un agujero de alfiler. Incluso quedaban los tallos secos de las rosas por todas partes. Eso demuestra que no tocaron nada, ?no?

– Quiza, pero tenemos que comprobarlo.

– ?No se fia?

– Han muerto dos tipos por esto, a los dos dias del suceso. Degollados los dos. Es un precio alto solo por haber movido una lapida. Solo por tocar las pelotas.

El guarda se rascaba la barriga, perplejo.

– O sea que algo harian -prosiguio Adamsberg.

– Pues no veo que.

– Pues vamos a verlo.

– Si.

– Y para eso hay que retirar la lapida.

– Si.

Veyrenc llamo aparte a Retancourt.

– ?Por que el comisario lleva dos relojes? -pregunto-. ?Para saber que hora es en America?

– Porque esta chalado. Creo que tenia un reloj y que su novia le regalo otro. Asi que se lo puso tambien. Y ahora ya la cosa no tiene remedio, lleva dos relojes.

– ?Porque no se decide a elegir entre los dos?

– No, yo creo que es mas sencillo. Posee dos relojes, luego lleva dos relojes.

– Ya veo.

– Aprenderas rapido.

– Tampoco he captado como se le ha ocurrido lo del cementerio, si estaba durmiendo.

– Retancourt -llamo Adamsberg-, los hombres se van a descansar. Vendre con un relevo en cuanto haya devuelto a Tom a su madre. ?Puede ocuparse de la coordinacion? ?Encargarse de las autorizaciones?

– Yo me quedo con ella -propuso el Nuevo.

– ?Ah si, Veyrenc? -pregunto con rigidez-. ?Cree que va a aguantar sin dormir?

– ?Usted no?

El teniente habia cerrado rapidamente los parpados, y Adamsberg lo lamento. Choque de bucardos en la montana, el teniente se pasaba los dedos por la extrana cabellera. Incluso de noche, las vetas rojas se distinguian con claridad.

– Tenemos trabajo, Veyrenc, y trabajo sucio -prosiguio Adamsberg mas suavemente-. Si hemos podido esperar treinta y cuatro anos, podremos esperar unos dias mas. Le propongo que nos demos una tregua.

Veyrenc parecio vacilar, pero asintio en silencio.

– De acuerdo -dijo Adamsberg alejandose-. Estare de vuelta en una hora.

– ?De que habla? -pregunto Retancourt siguiendo al comisario.

– De una guerra -contesto con sequedad Adamsberg-. La guerra de los dos valles. No te metas en esto.

Retancourt se detuvo, malhumorada, haciendo volar gravilla de una patada.

– ?Es grave? -pregunto.

– Mas bien.

– ?Que ha hecho?

– O que hara. Te gusta, ?verdad, Violette? Pues no te pongas entre el arbol y la corteza, porque algun dia tendras que elegir. O el, o yo.

XV

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