– ?Por ejemplo? -pregunto Retancourt apretando su vaso.
– Piensa, teniente.
Estalere abandono la mesa con violencia adolescente y se fue a ver a Emilio, que se habia refugiado en la sala interior.
Retancourt hizo girar la cerveza en su vaso y miro al Nuevo.
– Es un hilo de cristal -dijo-, a veces se exalta. Hay que comprender que venera a Adamsberg. ?Que tal tu entrevista con el? ?Correcta?
– Yo no diria eso.
– ?Te ha paseado de una idea a otra?
– Un poco.
– No lo hace a proposito. Tuvo que aguantar mucho, hace algun tiempo, en Quebec. ?Que piensas de el?
Veyrenc sonrio de soslayo, y a Retancourt le gusto. Encontraba que el Nuevo tenia mucho encanto, y lo miraba a menudo, detallando su rostro y su cuerpo, atravesando su ropa, invirtiendo los papeles, como un hombre desnuda sin discrecion a una chica guapa que pasa. A sus treinta y cinco anos, Retancourt se portaba como un viejo soltero en un espectaculo. Eso si, sin riesgos, puesto que habia echado el candado a su espacio sentimental para evitar toda desilusion. De jovencita, Retancourt ya era tan maciza como la columna de un templo, y a partir de entonces tuvo por divisa que el derrotismo la protegeria de la esperanza. Todo lo contrario de la teniente Froissy, que se imaginaba que el amor era feliz y esperaba que apareciera en cualquier esquina, y habia acumulado, por ese principio, una pila impresionante de disgustos variados.
– Para mi es diferente -dijo Veyrenc-. Adamsberg se crio en el valle del Gave de Pau.
– Cuando hablas asi, te pareces a el.
– Es posible. Vengo del valle de al lado.
– Ah -dijo Retancourt-. Dicen que no hay que poner dos gascones en un mismo prado.
Estalere volvio a pasar delante de ellos sin dirigirles ni una mirada y salio del cafe dando un portazo.
– Se fue -comento Retancourt.
– ?Vuelve sin nosotros?
– Eso parece.
– ?Te quiere?
– Me quiere como si yo fuera un hombre, como si fuera lo que el quiere llegar a ser y no sera nunca. Un tanque, una ametralladora, un caza. Aqui, cuida de ti y mantente al margen. Ya los has visto, nos has visto. Adamsberg y su divagacion inaccesible. Danglard y su erudicion inmensa corriendo detras del comisario para evitar que la nave zozobre en alta mar. Noel, huerfano y rayano en la brutalidad obtusa. Lamarre, tan cohibido que le cuesta mirar a los demas. Kernorkian, que tiene miedo a la oscuridad y a los microbios. Voisenet, un peso pesado que corre a su zoologia en cuanto volvemos la espalda. Justin el meticuloso, escrupuloso hasta la impotencia. Adamsberg sigue sin ser capaz de meterse en la cabeza quien es Voisenet y quien Justin, confunde constantemente sus nombres, y ninguno de los dos se ofende. Froissy, sumida en la comida y las aflicciones. Estalere el devoto, a quien acabas de conocer. Mercadet, un genio de los numeros que lucha contra el sueno. Mordent, adepto de lo tragico, que posee cuatrocientos volumenes de cuentos y leyendas. Yo, vaca polivalente del grupo, segun Noel. ?Que has venido a hacer aqui, por el amor de Dios?
– Es un proyecto -dijo Veyrenc en tono vago-. ?No te caen bien tus companeros?
– Claro que si.
– Sin embargo, Senora,
con palabras de acero asestais estocadas.
?Son ellos los culpables, o es vuestro el error?
Retancourt sonrio y miro a Veyrenc.
– ?Que dices?
– Que no hay piedad alguna en esta su semblanza,
y busco alguna causa a vuestra enemistad.
– ?Por que lo dices asi?
– Una costumbre -dijo Veyrenc sonriendo tambien.
– ?Que te ha pasado? En el pelo.
– Un accidente de coche, atravese de cabeza el parabrisas.
– Ah -dijo Retancourt-. Tu tambien mientes.
Estalere volvio a abrir la puerta del cafe y, tensas las piernas delgadas, llego de dos zancadas hasta la mesa. Aparto los vasos vacios, hurgo en su bolsillo y deposito tres piedrecillas grises en el centro de la bandeja. Retancourt las examino sin moverse.
– El dijo «blanca», el dijo «una» -declaro.
– Pues son tres, y son grises.
Retancourt cogio la gravilla y la hizo rodar en la palma de su mano.
– Devuelvemelas, Violette. Serias capaz de no darselas.
Retancourt alzo la cabeza con vivacidad, encerrando las piedras en su puno.
– No te pases, Estalere.
– ?Por que?
– Porque, si yo no existiera, Adamsberg ya no existiria. Yo lo saque de las garras de los maderos canadienses. Y no sabes ni sabras nunca lo que hice para sacarlo de alli. Asi que, cabo, cuando hayas realizado por El un acto de devocion de esa categoria, habras conquistado el derecho a echarme broncas. Antes no.
Retancourt dejo las piedras con gesto brusco en la mano de Estalere. Veyrenc vio temblar los labios del joven e hizo una senal a Retancourt de que se calmara.
– Dejemoslo -dijo tocando el hombro del cabo.
– Perdona -musito Estalere-. Queria estas piedras.
– ?Estas seguro de que son estas?
– Si.
– Emilio lleva trece dias barriendo cada noche, el camion de la basura lleva trece dias pasando cada manana.
– Esa noche era tarde. Emilio barrio deprisa para quitar la gravilla y la tiro a la calle. He buscado alli donde debian de haber caido, o sea junto a la pared, contra el escalon de la entrada, alli donde nadie mira nunca.
– Nos vamos -dijo Retancourt poniendose la chaqueta-. Solo tenemos un dia y medio antes de que los estupas nos los levanten.
XIII
En la salita que albergaba la maquina expendedora de bebidas, Adamsberg descubrio dos grandes cuadrados de gomaespuma envueltos en una vieja manta, formando una colchoneta improvisada a ras de suelo que transformaba el lugar en refugio rudimentario para un sin techo. Iniciativa de Mercadet, seguro, el hipersomne del grupo, cuya necesidad de sueno atormentaba su conciencia profesional.
Adamsberg saco un cafe de la maquina benefactora y decidio probar la colchoneta. Se acomodo, se coloco un cojin en la espalda, estiro las piernas.
Alli se podia dormir, no cabia duda. La espuma calida envolvia perfidamente el cuerpo, dando casi la sensacion de una compania. Alli se podia reflexionar, si se daba el caso, pero Adamsberg solo sabia reflexionar deambulando. Si se podia llamar a eso reflexionar. Hacia mucho tiempo que habia admitido que, en el, pensar no tenia nada en comun con la definicion aplicada a ese ejercicio.
Y no porque no lo hubiera intentado, quedandose sentado en una silla limpia, apoyando los codos en una mesa impoluta, tomando una hoja y una pluma, apretandose la frente con los dedos, tentativas todas que no habian hecho mas que desconectar sus circuitos logicos. Su mente desestructurada le recordaba un mapa mudo, un magma en que nada llegaba a aislarse, a identificarse como idea. Todo parecia siempre poder conectarse con