todo, por atajos en que se enmaranaban ruidos, palabras, olores, fulgores, recuerdos, imagenes, ecos, particulas de polvo. Y con solo eso, tenia el, Adamsberg, que dirigir a los veintisiete miembros de su brigada y obtener, segun el termino recurrente del inspector de division, Resultados. Eso deberia haberlo preocupado. Pero otros cuerpos fluctuantes ocupaban ese dia la mente del comisario.

Estiro los brazos y los cruzo detras de la nuca, apreciando la iniciativa acogedora del hipersomne. Fuera, la lluvia y la sombra. Que no tenian nada que ver entre si.

Danglard renuncio a poner en marcha la maquina de bebidas al encontrar al comisario dormido. Retrocedio, abandonando la sala con paso silencioso.

– No estoy durmiendo, Danglard -dijo Adamsberg sin abrir los ojos-. Tomese su cafe.

– ?Esta litera se debe a Mercadet?

– Lo supongo, capitan. La estoy probando.

– Tendra competencia.

– O multiplicacion. Seis colchonetas amontonadas en las esquinas, de aqui a poco.

– Solo hay cuatro esquinas -puntualizo Danglard encaramandose a uno de los taburetes del bar con las piernas colgando.

– En cualquier caso, es mas comodo que esos putos taburetes. No se quien los fabrico, pero son demasiado altos. Ni siquiera se alcanza el reposapies. Esta uno posado ahi encima como una ciguena en lo alto de un campanario.

– Son suecos.

– Pues los suecos son demasiado altos para nosotros. ?Cree usted que eso cambia algo?

– ?El que?

– La altura. ?Cree que la altura influye en la reflexion, cuando la cabeza esta separada de los pies por un metro noventa? ?Cuando la sangre tiene que recorrer todo ese camino para subir y bajar? ?Cree que entonces se piensa con mas pureza, sin que intervengan los pies? O al reves, ?que un tipo minusculo piensa mejor que los demas, de manera mas rapida y concentrada?

– Emmanuel Kant -contesto Danglard sin ardor- solo media un metro cincuenta. No era mas que pensamiento, rigurosamente estructurado.

– ?Y su cuerpo?

– Nunca lo utilizo.

– Eso tampoco es plan -murmuro Adamsberg volviendo a cerrar los ojos.

Danglard juzgo mas prudente y util regresar a su despacho.

– Danglard, ?la ve? -pregunto Adamsberg con voz monocorde-. ?La Sombra?

El comandante volvio, dirigiendo sus ojos hacia la ventana y la lluvia que oscurecia la sala. Pero conocia demasiado bien a Adamsberg para imaginarse que el comisario le hablaba del tiempo.

– Esta aqui, Danglard. Vela el cielo. ?La siente? Nos envuelve, nos mira.

– Esta de humor sombrio -sugirio el comandante.

– Algo asi. Alrededor de nosotros.

Danglard se paso la mano por la nuca, dandose tiempo para reflexionar. ?Que Sombra? ?Cuando, donde, como? Desde el trauma que habia sufrido Adamsberg en Quebec, que habia requerido un confinamiento forzado de mas de un mes, Danglard lo habia vigilado de cerca. Observo su rapida remontada fuera de los estragos que habian estado a punto de acabar con su mente. Y parecia que todo habia vuelto a la normalidad bastante pronto, a la normalidad de Adamsberg se entiende. Danglard sintio que sus temores volvian a asaltarlo. Quiza Adamsberg no se hubiera alejado tanto del abismo en que habia estado a punto de caer.

– ?Desde cuando? -pregunto.

– Pocos dias despues de volver yo -dijo Adamsberg abriendo bruscamente los ojos y sentandose mas erguido en el cuadrado de espuma-. Es posible que acechara antes rondando por nuestros parajes.

– ?Nuestros parajes?

– Los de la Brigada. Son sus parajes. Cuando me voy, como cuando fui a Normandia, dejo de sentirla. Cuando vuelvo, ahi esta, discreta y gris. Quiza sea la cartuja.

– ?Quien es?

– Clarisa, la monja aplastada por el curtidor.

– ?Usted cree en esas cosas?

Adamsberg sonrio.

– La otra noche la oi -dijo con expresion bastante feliz-. Se paseaba por el desvan, rozando el suelo como una tela. Me levante y fui a ver.

– Y no habia nada.

– Claro -contesto Adamsberg, dedicando un pensamiento al marcador de Haroncourt.

El comisario recorrio con una mirada circular la pequena sala.

– ?Le molesta? -pregunto Danglard con delicadeza, teniendo la impresion de que exploraba un terreno minado.

– No. Pero es una sombra de mal aguero, Danglard, no lo olvide. No esta aqui para ayudarnos.

– Desde que volvio no ha ocurrido nada nuevo, aparte del Nuevo.

– Veyrenc de Bilhc.

– ?Es el lo que le preocupa? ?Ha traido la Sombra?

Adamsberg medito la sugerencia de Danglard.

– Problemas seguro. Es del valle de al lado del mio. ?Le ha hablado de eso? ?De su valle de Ossau? ?De su pelo?

– No. ?Por que?

– Cuando era nino, se le echaron encima cinco tios. Le reventaron la barriga y le laceraron el cuero cabelludo.

– ?Y?

– Pues esos tios venian de mi tierra, de mi pueblo. Y lo sabe. Fingio que lo descubria, pero estaba perfectamente al corriente antes de llegar. Y si quiere saber mi opinion, si esta aqui es precisamente por eso.

– ?Por que?

– Busqueda de recuerdos, Danglard.

Adamsberg volvio a tumbarse.

– Esa mujer que detuvimos hace dos anos, la enfermera, ?la recuerda? Era la primera vez que arrestaba a una anciana. Odio esa historia.

– Era un monstruo -dijo Danglard con voz turbia.

– Era una disociada, segun la forense. Con su lado Alfa, normal y corriente, y su lado Omega, angel de la muerte. ?Que son exactamente alfa y omega?

– Son letras griegas.

– Bien. Tenia setenta y tres anos. ?Recuerda su mirada cuando la detuvimos?

– Si.

– No es un recuerdo muy estimulante, ?verdad, capitan? ?Cree que todavia nos esta mirando? ?Cree que es la Sombra? Recuerde.

Si, Danglard lo recordaba. La cosa habia empezado en el domicilio de una mujer mayor, muerte natural, comprobacion de las causas de la defuncion, rutina. El medico de cabecera y el forense, Romain, que por aquel entonces aun no tenia sus vapores, habian zanjado el asunto en menos de quince minutos. Paro cardiaco, el televisor seguia encendido. Dos meses despues, Danglard y Lamarre reiteraban esa operacion banal en casa de un hombre de noventa y un anos, fallecido en su sillon, con el libro todavia en la mano, curiosamente titulado Del arte de ser abuela. Adamsberg habia llegado cuando los dos medicos estaban concluyendo.

– Ruptura de aneurisma -estaba anunciando el de cabecera-. Nunca se sabe cuando puede caer. Pero cuando cae, cae. ?Alguna objecion, colega?

– Ninguna -habia respondido Romain.

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