– Recuerde, teniente, por que se fue Favre, el y su infinita maldad. El que su nido este vacio no significa que tenga que venir otro pajarraco a ocuparlo.
– No ocupo el nido de Favre. Ocupo el mio, y en el trino lo que me da la gana.
– Aqui no, Noel. Porque como trine demasiado, ira, como el, a soltar sus gorgoritos a otra parte. Con los gilipollas.
– Con ellos estoy. ?Ha oido a Estalere? ?Y a Lamarre con su estatua? ?Y a Mordent con su Ogro?
Adamsberg consulto sus dos relojes.
– Le doy dos horas y media para ir a caminar y airearse los sesos. Bajada al Sena, contemplacion y vuelta a subir.
– Tengo informes que terminar -dijo Noel encogiendose de hombros.
– No me ha entendido, teniente. Es una orden, es una mision. Salga y vuelva con la cabeza saneada. Y lo volvera a hacer todos los dias si es necesario, durante un ano si es preciso, hasta que el vuelo de las gaviotas le cuente algo. Vayase, Noel, y lejos de mi.
XI
Antes de entrar en el edificio de Camille para sacar de alli al Nuevo, Adamsberg se examino los ojos en el retrovisor de un coche. Bien, concluyo irguiendose de nuevo. A melancolico, melancolico y medio.
Subio los siete pisos hasta el taller, se dirigio a la puerta de Camille. Discretos ruidos de vida, Camille trataba de dormir al nino. El le habia explicado como ponerle la mano en el pelo, pero a ella no le funcionaba. En ese terreno el llevaba una gran ventaja, a falta de haber conservado los otros.
En cambio, ni un suspiro en el cuartucho que servia de porteria al policia. El Nuevo melancolico relativamente guapo se habia quedado dormido. En lugar de velar por la seguridad de Camille, como era su mision. Adamsberg llamo, con tentaciones de soltarle una reprimenda injusta, dado que estar encerrado en ese chisme durante horas habria arrastrado al sueno a cualquiera, y sobre todo a un melancolico.
En absoluto. El Nuevo abrio inmediatamente la puerta, con un cigarrillo entre los dedos, e inclino brevemente la cabeza en senal de reconocimiento. Ni deferente ni ansioso, solo trataba de hacer que volvieran sus pensamientos a gran velocidad, como quien lleva un rebano al redil. Adamsberg le estrecho la mano observandolo sin discrecion. Dulce, pero no tanto. Energia y coleras seguras en reserva bajo el fondo de sus ojos, efectivamente melancolicos. En cuanto a la belleza, Adamsberg habia visto las cosas muy negras, como pesimista profesional que era, vencido antes de haber luchado. Relativamente guapo, pero mas relativo que guapo, y solo si se le miraba con buenos ojos. Ademas, el hombre era apenas mas alto que el. Mas macizo, eso si, con el cuerpo y el rostro envueltos en una materia un tanto tierna.
– Lo siento -dijo Adamsberg-, no acudi a nuestra cita.
– No tiene importancia. Me dijeron que tenia una urgencia.
Voz bien colocada, ligera, filtrada. Agradable, relativamente. El Nuevo apago el cigarrillo en un cenicero de bolsillo.
– Una urgencia importante, es verdad.
– ?Un nuevo asesinato?
– No, la llegada de la primavera.
– Ya -contesto el Nuevo tras una leve pausa.
– ?Como va la vigilancia?
– Interminable y vacia.
– ?Sin interes?
– Ninguno.
Perfecto, concluyo Adamsberg. Habia tenido suerte, el hombre estaba ciego, era incapaz de ver a Camille entre mil.
– La suspendemos. Vendra a relevarlo un equipo del distrito trece.
– ?Cuando?
– Ahora.
El nuevo echo una mirada al cuchitril, y Adamsberg se pregunto si anoraba algo. Pero no, solo era esa melancolia que tenia en los ojos, que daba la impresion de que se entretenia mas que otros en las cosas. Recogio sus libros y salio sin volverse, sin prestar atencion tampoco a la puerta de Camille. Ciego y casi grosero, en el fondo.
Adamsberg encendio la luz y se instalo en el primer peldano de la escalera, senalando de un gesto a su colega que se pusiera a su lado. Sus anos de vida tumultuosa con Camille le habian acostumbrado a ese rellano y a esa escalera, de la que cada peldano casi tenia nombre propio: impaciencia, negligencia, infidelidad, pena, arrepentimiento, infidelidad, regreso, remordimiento, una sucesion sin fin en espiral.
– ?Cuantos peldanos cree que tiene esta escalera? -pregunto Adamsberg-. ?Noventa?
– Ciento ocho.
– ?Hace eso? ?Cuenta los escalones?
– Soy un hombre organizado, sale en mi expediente.
– Sientese, apenas he leido su expediente. Ya sabe que esta de prueba en la Brigada y que esta conversacion no cambiara nada.
El nuevo asintio y tomo asiento en el peldano de madera, sin insolencia pero sin preocuparse. A la luz de la bombilla, Adamsberg vio las mechas pelirrojas que surcaban su pelo oscuro por todas partes, introduciendole extranos puntos luminosos. Un cabello ondulado tan tupido que parecia dificil pasarle un peine.
– Habia muchas candidaturas para este puesto -dijo Adamsberg-. ?Que cualidades le hicieron llegar a finalista?
– Fue un enchufe. Conozco muy bien al inspector de division Brezillon. Ayude a su hijo menor en un momento determinado.
– ?En un asunto policial?
– Un asunto de conducta, en el internado donde yo daba clases.
– ?O sea que no es policia de nacimiento?
– Empece en la docencia.
– ?Y que mal azar le hizo desviarse?
El Nuevo encendio un cigarrillo. Manos cuadradas, densas. Seductoras, relativamente.
– Sentimental -sugirio Adamsberg.
– Ella era policia, crei hacer bien yendome con ella. Pero asi fue como la perdi, y me quedo la pasma.
– Lastima.
– Si.
– ?Por que queria este puesto? ?Por Paris?
– No.
– ?Por la Brigada?
– Si. Me habia informado, y me parecio bien.
– ?Que informacion tenia?
– Abundante y contradictoria.
– Yo, en cambio, no estoy informado. Ni siquiera se su nombre. Todavia lo llaman el Nuevo.
– Veyrenc. Louis Veyrenc.
– Veyrenc -repitio aplicadamente Adamsberg-. ?Y de donde le viene este pelo rojo, Veyrenc? Me intriga.
– A mi tambien, comisario.
El Nuevo habia vuelto la cara, cerrando rapidamente los ojos. El Nuevo habia sufrido, leyo Adamsberg. Soplaba el humo hacia el techo, tratando de completar su respuesta, sin decidirse. En esa postura inmovil, el labio superior se le levantaba a la derecha como tirado por un hilo, y esa torsion le daba un encanto particular. Eso y sus ojos castanos caidos en triangulo, alzandose por el borde en una coma de pestanas. Peligrosa ofrenda la del inspector de division Brezillon.
– No tengo obligacion de responderle -dijo finalmente Veyrenc.