– En su sitio, enganchadas en un clavo, en la cocina, supongo.

– Lo supones.

– Si.

– Pero no estas seguro.

– Joder, Ariane, no puedo jurarlo.

– Solo por eso, y sin necesidad siquiera de mirarte, ya se que eres un hombre, y yo una mujer. Occidentales. Con un margen de error del doce por ciento.

– Pues es mas facil mirar.

– Pero recuerda que no tuve ocasion de mirar al asesino de Diala y La Paille. Que es una mujer de un metro sesenta y dos, con un noventa y seis por ciento de posibilidades, segun la suma de los resultados de nuestros tres parametros cruzados y restando una altura media de tacones de tres centimetros.

Ariane volvio a dejar su boligrafo y dio un sorbo de vino entre dos de agua.

– Quedan los pinchazos en los brazos -dijo Adamsberg apoderandose del lujoso boligrafo para desenroscarle y enroscarle el capuchon.

– Los pinchazos son para despistar. Cabe pensar que la asesina quiso orientar la investigacion hacia un caso de drogas.

– Pues no ha sido muy convincente, y menos con un unico pinchazo.

– Pero Mortier se lo ha creido.

– En ese caso, ?por que no haberles inyectado una buena dosis de caballo, ya que estaba?

– ?Porque no tenia? Devuelveme el boligrafo, me lo vas a estropear y le tengo carino.

– Un recuerdo de tu ex marido.

– Exactamente.

Adamsberg hizo rodar hacia Ariane el boligrafo, que se inmovilizo a tres centimetros del borde de la mesa. La forense lo guardo en su bolso, con sus llaves.

– ?Pido cafe?

– Si. Pideme tambien un licor de menta, y leche.

– Por supuesto -dijo Adamsberg haciendo una sena al camarero.

– Lo demas son detalles -prosiguio Ariane-. Creo que la asesina es bastante mayor. Una mujer joven no habria corrido el riesgo de verse a solas por la noche con dos tipos como Diala y La Paille en un cementerio desierto.

– Es verdad -dijo Adamsberg, a quien esta evocacion remitio inmediatamente a su idea de acostarse acto seguido con Ariane.

– Por ultimo, supongo, como tu, que esta relacionada con el cuerpo medico. La eleccion del escalpelo, por supuesto, el emplazamiento del corte, que ha seccionado la carotida, y el uso de la jeringuilla, plantada con precision en la sangradura. Casi una triple firma.

El camarero trajo las tazas, y Adamsberg observo a la forense llevar a cabo su mezcla.

– No me has dicho todo.

– Es verdad. Tengo un ligero enigma para ti.

Ariane reflexiono, jugando con los dedos en el mantel.

– No me gusta expresarme cuando no estoy segura de lo que digo.

– Yo, en cambio, es lo que prefiero.

– Es posible que tenga el indicio de su locura, y quiza la naturaleza misma de su psicosis. En cualquier caso, esta suficientemente loca para separar sus mundos.

– ?Eso deja huellas?

– Puso un pie encima del pecho de La Paille para realizar los ultimos cortes. Tienes que saber que se limpia las suelas de los zapatos con betun.

Adamsberg dirigio a Ariane una mirada vacia.

– Se limpia las suelas con betun -insistio la forense alzando la voz, como para despertar al comisario-. Habia huellas de betun en la camiseta de La Paille.

– Ya te he oido, Ariane. Busco que relacion tiene eso con sus mundos.

– He visto dos casos similares, uno en Bristol y otro en Berna. Hombres que se abrillantaban las suelas varias veces al dia para romper el contacto entre ellos y la suciedad del suelo, del mundo. Era su manera de aislarse, de protegerse.

– ?De disociarse?

– No siempre pienso en disociados. Pero no andas desencaminado; al hombre de Bristol le faltaba poco. Este aislamiento entre el y el suelo, esa separacion estanca entre su cuerpo y la tierra, recuerda los muros internos de los disociados. Sobre todo si se trata del suelo en que se cometen crimenes, o del suelo de los muertos, en un cementerio. Eso no significa que la homicida se limpie las suelas con betun todos los dias.

– Solo su parte Omega, si es disociada.

– No, te equivocas. Es Alfa la que desea estar separada del suelo de los crimenes mientras Omega los comete.

– Con betun… -dijo Adamsberg con un gesto de duda.

– El betun es percibido como una materia impermeable, una pelicula protectora.

– ?De que color es?

– Azul. Eso tambien hace que me incline por una mujer. Los zapatos azules suelen ir asociados con trajes del mismo color, de estilo muy convencional, incluso austero, de los que se encuentran mas especificamente en ciertas profesiones: aviacion, recepcion, administracion, profesorado religioso, hospitales, la lista no esta cerrada.

Adamsberg se ensombrecia bajo la masa de informaciones que iba amontonando la forense sobre la mesa. Ariane tuvo la impresion de que su rostro se modificaba ante sus ojos, nariz mas curvada, mejillas mas hundidas, relieves mas marcados. No habia sabido verlo ni habia entendido nada veintitres anos atras. No habia visto a ese hombre que pasaba, no habia visto que era atractivo y que habria podido retenerlo en sus brazos en el puerto de Le Havre. Y el puerto estaba lejos y ya era demasiado tarde.

– ?Hay algo que te moleste? -pregunto ella abandonando su voz profesional-. ?Quieres un postre?

– ?Por que no? Elige por mi.

Adamsberg engullo una tarta, sin saber muy bien si era de manzana o de ciruelas, sin saber muy bien si se acostaria con Ariane esa noche, ni donde demonios habia puesto las llaves del coche al volver de Normandia.

– No creo que esten colgadas en la cocina -dijo por fin escupiendo un hueso.

Ciruelas, dedujo.

– ?Eso es lo que te preocupa?

– No, Ariane. Es la Sombra. ?Recuerdas a la vieja enfermera de las treinta y tres victimas?

– ?La disociada?

– Si. ?Sabes que fue de ella?

– Claro, fui varias veces a visitarla. La encarcelaron en la prision de Friburgo. Formalita como una santa. Ha vuelto a la fase Alfa.

– Omega, Ariane. Asesino a un carcelero.

– No fastidies. ?Cuando?

– Hace diez meses. Disyuncion, y evasion.

La forense lleno la mitad de su vaso de vino y se lo bebio sin alternar con agua.

– Contestame -dijo-, ?fuiste realmente tu quien la identifico? ?Tu solo?

– Si.

– Sin ti, ?seguiria libre?

– Si.

– ?Y ella lo sabe? ?Se dio cuenta?

– Creo que si.

– ?Como la descubriste?

– Por su olor. Utilizaba Relaxol, un elixir de alcanfor y azahar que se ponia en la nuca y en las sienes.

– Entonces ten cuidado, Jean-Baptiste. Porque, para ella, tu eres el que dio con la pared que Alfa no puede conocer bajo ningun concepto. Eres el que sabe, debes desaparecer.

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