– Los que no mato -preciso Estalere.
Hubo un ligero silencio, como sucedia a menudo despues de las candidas intervenciones del joven. Adamsberg habia explicado a todos que el caso de Estalere se arreglaria seguramente con los anos y que habia que dar tiempo al tiempo. Asi, todos protegian al joven cabo, incluso Noel. Porque Estalere no representaba para el un rival suficientemente verosimil como para combatirlo.
– Pase por el laboratorio, Retancourt, y llevese un equipo para las muestras. Necesitamos investigar a fondo el suelo de su casa. Si se aplicaba betun en las suelas, es posible que haya quedado algun rastro, en el parque, en las baldosas.
– A menos que la agencia haya mandado limpiarlo todo.
– Claro. Pero hemos dicho que ibamos a trabajar con logica.
– O sea que comprobamos las huellas.
– Y, sobre todo, Retancourt me protege. Es su mision.
– ?De que?
– De ella. Es posible que me ande buscando. Podria necesitar, segun un experto, eliminarme para poder reanudar su camino, para restaurar el muro que rompi al descubrirla.
– ?Que muro? -pregunto Estalere.
– Un muro interior -explico Adamsberg senalandose la frente y trazando una linea hasta el ombligo.
Estalere inclino la cabeza, concentrado.
– ?Es una disociada? -pregunto.
– ?Como lo sabe? -pregunto Adamsberg, siempre asombrado por los inesperados fogonazos de lucidez del cabo.
– He leido el libro de Lagarde, habla de «muros interiores». Lo recuerdo muy bien. Me acuerdo de todo.
– Pues eso es exactamente, una disociada. Pueden releer todos el libro -anadio Adamsberg, que aun no lo habia hecho ni por primera vez-. No recuerdo el titulo.
Adamsberg miro a Retancourt, que examinaba una y otra vez las fotos de la vieja enfermera, grabando cada detalle.
– No tengo tiempo de protegerme de ella -dijo-, ni suficiente conviccion para hacerlo. No se de donde vendra el peligro, ni bajo que forma, ni por donde defenderme.
– ?Como mato al carcelero?
– Hundiendole un tenedor en los ojos, entre otras cosas. Es capaz de matar hasta con las unas, Retancourt. Segun Lagarde, que la conoce bien, es de una peligrosidad temible.
– Lleve guardaespaldas, comisario. Seria mas razonable.
– Confio mas en su escudo.
Retancourt sacudio la cabeza, sopesando la gravedad de su mision y la irresponsabilidad de su comisario.
– Por las noches no puedo hacer nada. No voy a dormir de pie delante de su puerta.
– Bah -dijo Adamsberg haciendo un gesto displicente con la mano-, no me preocupan las noches. Ya tengo una fantasma sanguinaria en casa.
– ?Ah si? -pregunto Estalere.
– Santa Clarisa, machacada a punetazos por un curtidor en 1771 -expuso Adamsberg con una brizna de orgullo-. La llaman la cartuja. Se dedicaba a robar a los viejos y luego los degollaba. Es una rival directa de nuestra enfermera, en cierto modo. Si Claire Langevin se introduce en mi casa, tendra que verselas con ella para llegar hasta mi. Porque ademas Santa Clarisa tiene debilidad por las mujeres, y por las ancianas. Asi que, ya ven, no tengo nada que temer.
– ?De donde saca esa historia?
– De mi nuevo vecino, un vetusto espanol con una sola mano. Su brazo derecho volo en la Guerra Civil. Dice que el rostro de la monja parece una cascara de nuez pasada.
– ?A cuantos mato? -pregunto Mordent, a quien la historia le divertia mucho-. ?A siete, como en los cuentos?
– Precisamente.
– Pero ?usted la ha visto? -pregunto Estalere, a quien las sonrisas de sus companeros desconcertaban.
– Es una leyenda -le explico Mordent separando bien las silabas, segun su costumbre-. Clarisa no existe.
– Menos mal -dijo el cabo-. ?El espanol esta loco?
– En absoluto. Una arana le pico en el brazo que le falta. Sesenta y nueve anos despues, todavia le pica, y el se rasca en el aire, en un punto preciso.
La llegada del camarero disipo la inquietud de Estalere, que se levanto de un salto para pedir los cafes de todos. Retancourt, insensible al estrepito de los platos, seguia pasando revista a las fotos de la enfermera mientras Veyrenc le hablaba. El Nuevo no se habia afeitado, y tenia la expresion indulgente y relajada del tipo que ha estado haciendo el amor hasta el amanecer. Lo que recordo a Adamsberg que habia dejado escapar a Ariane al quedarse dormido como un tronco en su coche. Las cristaleras encendian puntos de color insolitos en el pelo abigarrado del teniente.
– ?Por que eres tu quien debe proteger a Adamsberg? -pregunto Veyrenc a Retancourt-. Sola.
– Es una costumbre.
– Bueno.
»?Es, pues, a vos, senora, a quien la gloria otorgan
de evitar el asalto de un sicario invisible?
Os ofrezco mi brazo, pues anhelo serviros,
vencer a vuestro lado, a vuestros pies morir.
Retancourt sonrio, por un instante distraida de su labor.
– ?De verdad lo desea, Veyrenc? -interrumpio Adamsberg tratando de moderar su frialdad-. ?O es un simple arrebato poetico? ?Desea asistir a Retancourt en su mision protectora? Reflexione antes de responder, mida el peligro antes de aceptar. No se tratara de versificar.
– Retancourt, en cambio, da la talla -intervino Noel.
– A ver si te callas -dijo Voisenet.
– Eso -dijo Justin.
Y Adamsberg se dio cuenta de que, en ese grupo, Justin hacia a veces el papel exacto del marcador de Haroncourt.
Y Noel el del mas agresivo de los contradictores.
El camarero trajo los cafes, lo que dio pie a un breve respiro. Estalere los repartio segun los gustos de cada cual, con gesto concienzudo y aplicado. Todos estaban acostumbrados y le dejaban hacer.
– Acepto -dijo Veyrenc con los labios algo tensos.
– ?Y usted, Retancourt? -pregunto Adamsberg-. ?Lo acepta?
Retancourt puso en Veyrenc una mirada clara y neutra, como evaluando sus capacidades para secundarla, con un liston visiblemente preciso. Parecia un tratante de caballos examinando el animal, y ese examen fue lo suficientemente embarazoso como para que volviera el silencio a la mesa. Pero Veyrenc no se molestaba por la prueba. Era Nuevo, eran gajes del oficio. Y el mismo habia provocado esa ironia del destino. Proteger a Adamsberg.
– Acepto -concluyo Retancourt.
– De acuerdo -aprobo Adamsberg.
– ?El? -dijo Noel entre dientes-. Pero si es el Nuevo, joder.
– Tiene once anos de servicio -replico Retancourt.
– Me opongo -dijo Noel alzando la voz-. Este tio no lo protegera, comisario, no tiene la menor gana de hacerlo.
Bien visto, penso Adamsberg.
– Demasiado tarde, esta decidido -decreto.
Danglard observaba la escena con mirada preocupada mientras se limaba las unas, evaluando los celos